De la descentralización a las autonomías regionales

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Con la descentralización se descentralizó la chequera para pagar nóminas de salud y de educación, y llegaron a los territorios más recursos para servicios básicos y sociales.

Por: Jaime Acosta Puertas

Parece que las grandes transformaciones en Colombia duran más o menos treinta años. Hay una enorme incapacidad para intentar cambios de más largo plazo. Al final, son miradas de mediano alcance determinadas por intereses económicos, políticos y territoriales individuales, o la combinación de los tres. En lo territorial ha pesado la influencia de los departamentos monetariamente más ricos, ampliando las brechas intra e inter territoriales.

El abandono de grandes territorios, incluidas subregiones de los departamentos más ricos, es culpable al menos de la mitad de la violencia, porque la otra mitad es producto de las malas políticas públicas y de inhumanas equivocaciones de una dirigencia rezagada y violenta como ninguna otra en América Latina y como pocas en el mundo.

Los territorios reflejan fortalezas y debilidades propias, y la precaria calidad de las políticas nacionales y los des-arreglos institucionales, locales y nacionales, en torno a la corrupción, la violencia, la ilegalidad, la discriminación racial, la informalidad y la baja productividad, que le ganaron espacio a la transparencia, a la paz, a la legalidad, a las diferencias culturales, a la formalidad, a la inteligencia, a las artes y la cultura, y a la productividad. Es decir, el problema está en el contenido de las reformas, como las tres que están en discusión (salud, pensiones y laboral) y en los sesgos que terminan deformando y agotando las políticas estructurales que deberían irrigar condiciones para que el desarrollo endógeno (desarrollo propio de los distintos territorios) pueda emerger con el fin de lograr un desarrollo equilibrado de la nación en torno a factores superiores de progreso, bienestar y sostenibilidad ambiental.

La descentralización fue la respuesta a un estado centralista. Ganancia que se desató en los años 1980 y se afirmó en la constitución de 1991. Se lograron espacios políticos, como la elección de alcaldes y gobernadores por voto popular, se quebró el bipartidismo por un multipartidismo emanado de los partidos conservador y liberal, es decir, estos se dividieron en su descomposición e incapacidad para responder a la suma de problemas y aprovechar las potencialidades multidimensionales de la nación. Sin embargo,  se abrió espacio al surgimiento de nuevos partidos y movimientos que se aglutinan en torno al centro y a la izquierda, y otra cantidad infinita de expresiones político religiosas o de propósito específico que van de la ultraderecha, pasando por la derecha, el centro y la izquierda.

Con la descentralización se descentralizó la chequera para pagar nóminas de salud y de educación, y llegaron a los territorios más recursos para servicios básicos y sociales. Si bien la cobertura mejoró bastante, hay problemas de calidad y acceso en lejanos territorios y en los de bajo desarrollo en ciudades y departamentos.

Los resultados no han sido mejores por razones de recursos escasos y aún más escasos por ineficiencia, violencia, corrupción y diferencias políticas que dejan muchos proyectos a mitad de camino, o en la carpeta, y que en conjunto no alcanzan a configurar visiones y planes integrales de desarrollo territorial.

Entonces, se puede decir que la idea y contenidos de la descentralización están agotados. En ese contexto nace la Misión de Descentralización 2.0 liderada por el Departamento Nacional de Planeación (DNP), y dirigida por Darío I. Restrepo, un reconocido experto en desarrollo regional. Recomiendo la lectura de una columna de su autoría publicada en Kienyke. Pacto por la descentralización, donde muestra los propósitos positivos de la misión, que de lograrse dejaría a Colombia en la puerta de un estado autonómico, si por supuesto así se piensa la misión, a lo Mazzucato, porque los elementos están dados.

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Los objetivos y alcances de la misión pueden arrojar resultados que mejoren rezagos no resueltos, incluso, llegar a coberturas óptimas. Pero, existen tres problemas de gran fondo y calado, que una descentralización, por bien intencionada  e inspiradora que pretenda ser, no va a solucionar, si no es bajo una política de estado por las autonomías  regionales que determine una recomposición del ordenamiento de los territorios, y de una profunda reforma general del estado nacional para la creación de un estado nacional autonómico a través de una nueva constituyente antes del 2030. Las reformas de Petro no serán suficientes, aunque dejarán las bases para repensar y reconstruir a Colombia.

La diversidad de la nación es tan grande, tan rica y tan bella, que una nueva respuesta desde el centralismo lo que hará es inhibir la fuerza de cambio impidiendo que se desaten las capacidades y potencialidades de las diversidades territoriales que configuran el mapa geográfico y multicultural nacional.

Colombia es un país de mediano tamaño, mediano desarrollo, medianamente conectado y medianamente atendido, porque ha sido un estado pequeño puesto que le ha quedado grande, demasiado grande a su dirigencia, salvo para capturarlo, fragmentarlo, violentarlo y saquearlo.

El gobierno quiere acertar, de por si los diálogos regionales para el Plan Nacional de Desarrollo se hicieron en 51 territorios, más que los 32 departamentos en que está dividida la nación. Es un avance, pero no es suficiente. El problema que no puede resolver una descentralización 2.0, porque no está sustentada en la autonomía nacional y regional, es desatar el pleno potencial de desarrollo productivo, de investigación, conocimiento, creatividad y la sostenibilidad ambiental de los territorios. Es decir, la productividad de factores conocidos y nuevos.

Se requieren grados elevados, a veces absolutos, de autonomía regional, y eso implica superar las espantosas soberbias del centralismo nacional, porque los problemas estructurales de Colombia se tramitan a través de una enorme cantidad de bypass entre nación y territorios, donde impera la orientación de la nación, por lo tanto, los territorios tienen que aplicarse al imperio del centralismo. Es decir, superar el modelo político administrativo, y el modelo de crecimiento económico que es disfuncional a una correcta idea de desarrollo duradero para abatir la corrupción, la violencia,  las inequidades y el extractivismo primario.

Si Colombia decide hacer las cosas bien, a través de una senda al 2050 – 2100, tiene que hacer una revolución cualitativa y no solo cuantitativa (importan más los contenidos porque de esa manera los resultados numéricos serán mejores) combinando política de reindustrialización, de ciencia y tecnología, educación, salud, infraestructura, justicia y desarrollo regional sostenible. Los malos resultados internacionales muestran que al centralismo y a la descentralización les faltan una mejor irrigación de ideas para construir capacidades acordes a la positiva dotación nacional de factores.

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La descentralización no pudo hacer mayor cosa con la competitividad y la productividad, tampoco logró estados superiores en salud, educación, ciencia, tecnología e infraestructura, porque las mentirosas coberturas no han significado calidad, por eso las brechas son inmensas entre poblaciones pobres y ricas y entre departamentos pobres y ricos.

Las regalías de ciencia y tecnología poco han servido, pues no se constatan impactos contundentes en innovación, patentes, y en la diversificación de la producción y de las exportaciones.  Por eso los polos de innovación, en sus distintas posibilidades, salvo el modelo en crisis de Medellín, los demás intentos han fracasado. Ojalá el Distrito de CyT de Bogotá funcione luego de los estudios de Innobo. Las revoluciones tecnológicas y productivas han pasado por el frente – arañando algunos espacios -, dada la baja inversión en ciencia, tecnología e innovación y el nulo esfuerzo por reindustrializar la economía en los paradigmas productivos y tecnológicos de los últimos treinta años.

La calidad de la educación, preocupa, los resultados en pruebas internacionales son malos, los currículos son iguales, los contenidos también, donde la omisión de la enseñanza de historia como una materia independiente y obligatoria, es de la mayor torpeza y maldad porque crea ciudadanos sin pasado sobre lo bueno y lo malo, para entender y proyectar lo mejor que puede ser Colombia en el futuro.

El rezago en infraestructura es absoluto: en vías principales, secundarias y terciarias, tren, fluvial, incluso en conectividad aérea.

Y dado el atraso y aislamiento de inmensos territorios, la sostenibilidad es un sueño y no realidad.

El gobierno nacional quiere acertar, la Misión de Descentralización es uno de esos hechos relacionados con el desarrollo territorial en las políticas de reindustrialización, cambio energético, y cambio tecnológico en agricultura, salud, defensa y vida, para un nuevo desarrollo rural y urbano sostenible, porque el campo y las ciudades se deben pensar como realidades complementarias dentro de complejos sistemas territoriales.

El mal ambiente de los grandes medios a la gestión del gobierno, producto de algunos episodios motivados por errores del presidente, que no son errores de fondo, han querido convertirlos en eventos apocalípticos. No obstante, Colombia será mucho mejor en 2026 y dependerá de si continúa perfeccionando la nueva senda o perpetúa su estado de violencia, atraso y corrupción.

La misión de descentralización 2.0 debe dejar a Colombia en las puertas de la autonomía regional. Con esa visión debe adelantar su tarea, y no para darle oxígeno a una descentralización que en las condiciones actuales no saldrá de cuidados intensivos, al igual que las demás políticas principales. Colombia en UCI, no por culpa de Petro, sino de gobiernos anteriores y de quienes navegan en los sucios propósitos de un turbio golpe de estado para seguir ensangrentado a Colombia.

Las columnas de opinión de Jaime Acosta Puertas son tomadas de www.confidencialcolombia.com

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