Algunas de las más notorias características del gobierno de Petro y de su forma de hacer política, son el relativismo moral, la incoherencia y la hipocresía que están presentes en todas sus decisiones. A menudo, si alguien ajeno a su entorno da una opinión que contradice los dogmas del petrismo inmediatamente es satanizado, vuelto objeto de burlas y condenado al ostracismo. Igualmente, una decisión tomada por otro gobierno puede ser calificada de siniestra, calamitosa y deplorable, pero cuando la acoge Petro pasa a ser todo un acierto.
Se recuerda que la gente de Petro trató de incendiar el país por una tímida reforma tributaria de Iván Duque que no pasaba de ser una propuesta, pero estos esbirros aplauden las tributarias de Petro, el aumento en los precios del combustible, el incremento del gas domiciliario, la no condonación de las deudas con el Icetex y muchos atropellos más. Ahora, la misma actitud salta a la palestra con el tema de la compra de aviones de combate: antes, en el gobierno Duque, toda una aberración ‘en un país pobre donde hay tantos niños que aguantan hambre’; hoy, un acierto. Pero, más allá de la disputa ideológica, ¿Colombia necesita esos juguetes?
Por allá hace una montonera de años, Belisario Betancur se negó a organizar el Mundial de fútbol del 86 en Colombia porque, por entonces, éramos mucho más pobres y con la platica que se iba a despilfarrar en estadios se podían construir hospitales, escuelas y universidades. También se requería una inversión gigantesca para construir carreteras, hoteles y aeropuertos que impulsarían el turismo. Pues bien, no hubo estadios ni hospitales ni infraestructura turística. Lo mismo pasaría con la plata de los avioncitos; si no se compran, ese billetico se diluye en otros rubros como carrotanques, paseos del primer mandatario, contratos de prestación de servicios, salarios oficiales y mil cositas más.
Esos aviones no son una necesidad prioritaria, y podría afirmarse que países tercermundistas como el nuestro no necesitan armas de ese tipo porque nuestra capacidad adquisitiva apenas alcanza para una veintena de cazas mientras las superpotencias tienen centenas. Pero resulta importante tener artefactos de este tipo como factor de disuasión ante países cercanos de similar desarrollo que a veces deciden correr la cerca ante la debilidad de sus vecinos. Obviamente, también es importante contar con estas herramientas ante amenazas internas. Por algo el criminal Timochenko se llenó de pavor en Cartagena, por allá en 2016, cuando daba un discurso al firmarse el proceso de paz y fue interrumpido por el paso estruendoso de un Kfir.
Por fortuna, si nos atenemos a la información suministrada, se ha elegido la opción más barata. Para no llenarnos de números, valga decir que un solo avioncito marca Gripen (Suecia) cuesta, como mínimo, 110 millones de dólares (casi medio billón de pesos), pero un F-16 (EE. UU.) cuesta US$ 170 millones y un Rafale (Francia) la friolera de US$ 200 millones. Asimismo, la hora de vuelo del Gripen es más favorable: ‘solo’ 7.900 dólares frente a los US$ 12.000 del F-16 y los muy absurdos US$ 28.000 del Rafale: más de 120 millones de pesos colombianos por dar una vueltica. Además, los Gripen los entregan en dos años mientras el F-16 y el Rafale se demoran cinco años. Eso sí, no necesitamos las 24 aeronaves que se plantea adquirir, con 16 basta y sobra.
Vistas así las cosas, y aunque constituye un desplante con los gringos, la elección era más que obvia. Sin embargo, no sobra decir que el papá de la canciller Sarabia es lobista de la empresa sueca Saab, constructora de los Gripen, y esta gente solo debe estar pensando en repartirse la comisión. Hace cuatro años, Petro decía que “la mayor irresponsabilidad de un gobernante sería comprar los aviones… Instrumentos para bombardear niños”, pero unas bolsas llenas de dólares justifican cualquier voltereta.
Por: Saúl Hernández Bolívar – @SaulHernandezB
Del mismo autor: Para olvidar a Petro