No ha sido un secreto que Donald Trump tiene una gran animadversión hacia China en términos geopolíticos, lo que incluye relaciones comerciales y asuntos de seguridad y poder en distintas regiones. En este caso, el turno le corresponde a América Latina.
En las esferas académicas de esta materia, siempre se ha hablado de esos escenarios de guerras indirectas que las potencias libran en distintas partes del mundo, como derivaciones de un nuevo estilo de guerra. Las guerras se han transformado y han adoptado distintas formas de manifestarse en el mundo. No solo como herencia de la Guerra Fría, quedaron los enfrentamientos tácticos a través de la inteligencia, la física, la química, las presiones diplomáticas, económicas, y los movimientos estratégicos de unidades militares. En el caso de la región de Latinoamérica, que había estado aparentemente en el «desvío» de la Guerra Fría, lo cierto es que, en los últimos 15 años, el panorama ha cambiado.
Después de superar eventos como la crisis de los misiles, las migraciones europeas hacia Latinoamérica y el auge del comunismo en Centroamérica, las tensiones parecían haberse reducido en la región. Sin embargo, para Estados Unidos, esto resultó ser motivo de preocupación. A lo largo de los años, el interés del país se centró principalmente en establecer relaciones con países de Latinoamérica que tuvieran una relación nociva o negativa respecto a los intereses estadounidenses. Esto, particularmente en el ámbito del tráfico de drogas y la migración, marcó el inicio de la última agenda de Estados Unidos en el continente, tanto en América Central como en América del Sur.
China, que inició su auge con una expansión económica notable, su dominio territorial, poder militar e influencia en distintas regiones, se ha beneficiado de su sistema de gobierno de corte autoritario, con ciertos elementos de meritocracia y una forma cuestionable de democracia interna dentro del Partido Comunista Chino. China ha ocupado espacios que Estados Unidos, mientras libraba guerras prolongadas e ineficaces en el Medio Oriente, dejó vacíos. El país asiático flexibilizó su política diplomática para abandonar la imagen de «policía mundial», aunque sin querer renunciar del todo a ese rol.
Esto permitió que China llenara el vacío dejado, especialmente en regiones más pobres, como América Latina —con la excepción de México y Brasil—, ofreciendo más y mejores oportunidades que las que Estados Unidos había ofrecido. Un ejemplo reciente destaca la inauguración por parte del presidente chino, Xi Jinping, del puerto de Chancay cerca de Lima, Perú, el puerto más moderno de toda Latinoamérica. En contraste, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, entregaba locomotoras obsoletas con más de 40 años que habían sido desechadas por una empresa en California.
Este contraste destaca la falta de relevancia de las inversiones estadounidenses en comparación con las que ofrece China. Estados Unidos tardó en reconocer que China ha ocupado posiciones estratégicas en su «patio trasero», dominando sectores clave como la minería, la energía, la logística, la infraestructura y, incluso, la defensa. Esto se refleja en las alianzas que China ha formado con varios países, algunos de los cuales ya producen tecnología militar.
Un ejemplo reciente fue el caso colombiano, donde se observó la preferencia por aviones suecos sobre los aviones ofrecidos por el Comando Sur de Estados Unidos, bajo el mando de Laura Richardson. Esto no fue del agrado de Estados Unidos, pero refleja la tardía reacción ante el control que, a estas alturas, ya ha perdido.
Solo en el caso de Donald Trump, con su estilo matonesco, el cual no tiene una connotación negativa, sino más bien la intención de mostrar fuerza para negociar, podemos entender su reciente enfoque en América Latina. Esta actitud se debe a su enfoque en recuperar el control, el respeto y la influencia en la región, algo que se refleja en sus recientes declaraciones sobre el Canal de Panamá. ¿Por qué Donald Trump se enfocó en el Canal de Panamá? Porque tiene claro, y para ello cuenta con Marco Rubio como su nominado a secretario de Estado. Esta elección no es casual, ya que nadie dentro del partido republicano conoce mejor la realidad de América Latina y Centroamérica que Rubio.
Lo que Trump probablemente buscará, y no será la primera vez que lo haga, es emplear una retórica de amenaza hacia los países de la región, exigiéndoles que trabajen con él y que acepten su «ayuda», o de lo contrario, se enfrentarán a su rechazo. En el fondo, Trump no busca recuperar el control del Canal de Panamá, sino evitar que China adquiera dominio sobre la región, como lo ha dejado claro el presidente de Panamá, quien ha asegurado que el canal seguirá siendo accesible para todos por igual.
En conclusión, varios congresistas republicanos ya han propuesto imponer aranceles a mercancías provenientes del puerto de Chancay, que fue inaugurado por el gobierno chino recientemente. Esto refleja la postura confrontativa que adoptará el gobierno de Donald Trump ante cualquier intento de alinearse con intereses que no sean los estadounidenses.
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