Cali, que había estado sumida en crisis por años debido a gobiernos populistas y poco efectivos, comienza a mostrar signos de mejoría, recuperando parte de su antigua gloria. Durante décadas, Cali fue uno de los motores industriales y culturales de Colombia, aportando al país no solo prosperidad económica, sino también una rica herencia cultural.
Sus calles vibraban con alegría, dinamismo y una visión hacia el futuro que la colocaba como una de las ciudades más importantes de Colombia. Sin embargo, los últimos gobiernos locales, a través de políticas ineficaces y demagógicas, fueron responsables de deteriorar esa estructura.
Bajo la actual administración de Alejandro Eder, quien asumió el reto de gobernar una ciudad sumida en la desconfianza y el desorden, Cali ha comenzado a renacer. La nueva administración ha enfrentado gigantescas amenazas heredadas, así como desafíos económicos significativos, pero ha logrado fortalecer el tejido social, empresarial y la confianza ciudadana.
Esta gestión ha traído consigo una renovada percepción tanto dentro de la ciudad como a nivel nacional. La gente ha vuelto a poner los ojos en Cali, animándose a disfrutar de su revitalizado bulevar del río, sus nuevos restaurantes, discotecas y una oferta cultural que vuelve a brillar.
Un logro adicional en esta etapa de recuperación es el reconocimiento de la Universidad Icesi, bajo la rectoría de Esteban Piedrahita, como la mejor del país. Este renacimiento no solo se observa en el ámbito cultural y social, sino también en el académico, donde instituciones de la ciudad han empezado a destacar a nivel nacional.
La decisión del presidente Gustavo Petro de descentralizar eventos importantes y elegir a Cali como sede de iniciativas clave, como la Cumbre de las Partes (COP16), ha sido vista como un acierto.
Esta cumbre, enfocada en la biodiversidad, coloca a la ciudad como epicentro de discusiones de trascendencia global. La medida refleja una visión de país que busca dinamizar las regiones y revitalizar las áreas que han sido clave en el desarrollo económico y social de Colombia.
El papel de Cali en la biodiversidad, como sede de la COP16, le otorga una relevancia que no solo beneficia a la ciudad, sino que proyecta a toda la región del Pacífico colombiano en el mapa mundial de eventos ambientales de gran calibre. Aunque algunos críticos intentaron minimizar la importancia de este evento, no cabe duda de que su realización es un logro tanto para la ciudad como para el país.
Sin embargo, a pesar del entusiasmo que genera la COP16, es vital que el evento cuente con todas las garantías de seguridad necesarias. Las amenazas de grupos terroristas no deben tomarse a la ligera, y es imperativo que las Fuerzas Armadas colombianas logren neutralizar cualquier intento de sabotaje.
Este evento es una oportunidad única para mostrarle al mundo la riqueza natural del Pacífico colombiano, que desafortunadamente ha sido eclipsada por noticias negativas durante mucho tiempo.
La COP16, más allá de ser un espacio de discusión, debe dejar enseñanzas que trasciendan las salas de conferencias y lleguen a todo el país. Ministerios como el de Ambiente, Comercio y Minas deben asumir un papel protagónico para garantizar que las discusiones en torno a la biodiversidad y la sostenibilidad se traduzcan en acciones concretas.
Es momento de hacer un pacto con la naturaleza, enfocando los esfuerzos en proteger los ríos, océanos, montañas y bosques, que son esenciales para el futuro del país.
Uno de los mayores desafíos para la biodiversidad de Colombia no son las empresas legalmente constituidas que, a pesar de operar en sectores sensibles, han implementado labores de mitigación y responsabilidad social.
El verdadero problema radica en la minería ilegal, el cultivo de coca y otras actividades ilícitas que están devastando grandes extensiones del territorio nacional. Desde los cielos, cualquiera que sobrevuele ciertas regiones del país puede observar cómo estas actividades ilegales han arrasado con vastas áreas, destruyendo ecosistemas y contaminando ríos sin ningún tipo de control o responsabilidad.
La COP16 debe ser un espacio donde estas problemáticas se pongan en el centro del debate. No tiene sentido discutir sobre la protección ambiental si no se enfrentan, de manera contundente, las actividades ilegales que están destruyendo el patrimonio natural del país. La minería ilegal y los cultivos ilícitos no solo impactan negativamente la biodiversidad, sino que también perpetúan la violencia y la pobreza en las regiones afectadas.
En conclusión, Cali está experimentando un renacer que va más allá de lo económico y lo cultural. Su papel en eventos de trascendencia mundial, como la COP16, subraya la importancia de las regiones en el desarrollo del país. Sin embargo, este progreso debe ir acompañado de un compromiso real por parte de todos los actores para enfrentar las amenazas que ponen en peligro el futuro ambiental de Colombia. Solo así, la ciudad podrá consolidar su renacer y contribuir de manera decisiva al bienestar del país.
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