En búsqueda del pragmatismo perdido

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La actual crisis ha develado la fragilidad del mercado laboral de nuestros países, donde la informalidad y la baja escala de operación de las empresas ha resultado ser una debilidad especialmente costosa en la actual coyuntura…


Contenido exclusivo Revista 360 5ta Edición, 2020.

Por: José Ignacio López

Director ejecutivo de Investigaciones Económicas en Corficolombiana

La actual crisis económica y sanitaria asociada a la pandemia ha sido particularmente adversa para los países de América Latina. Se espera que la economía de la región, como un todo, se contraiga 7,5 % durante este año.

En los meses de julio y agosto América Latina fue el epicentro de contagio de covid-19, y países como Perú, aparecen en la desafortunada lista de las jurisdicciones con mayor número de muertes por habitante asociadas a la epidemia. La fórmula de mitigación de los riesgos sanitarios adoptada en la región fue copia de las recetas de los países desarrollados, pero con resultados divergentes.

La estrategia de intervención no farmacológica, basada en cuarentenas y restricciones, tuvo un pobre resultado en América Latina, en la medida que las economías del continente no cuentan con las establecidas redes de protección social, el nivel de formalidad y la capacidad de trabajo remoto de Europa, Estados Unidos y otras economías ricas.

La actual crisis ha develado la fragilidad del mercado laboral de nuestros países, donde la informalidad y la baja escala de operación de las empresas ha resultado ser una debilidad especialmente costosa en la actual coyuntura.

La región tendrá un rebote de crecimiento en 2021, con una tasa de crecimiento de 4,5 %, en la medida que se normalice la movilidad y se restauren los patrones de consumo, bien sea con el advenimiento de una vacuna o por una reducción importante en la velocidad de contagio del virus.

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No obstante, más allá del rebote en la cifra de crecimiento, muchas economías de la región no recuperarán el nivel de actividad económica prepandemia hasta bien entrado el 2022, y más preocupante, exhibirán una tasa de crecimiento inferior al 3,5 % en los próximos años.

Este ritmo de crecimiento será insuficiente para reducir la pobreza, que, en la actual coyuntura, se ha elevado nuevamente, borrando las ganancias de la última década.

Frente a este panorama poco halagüeño, la región debe embarcarse, sin titubeos, en una serie de reformas que destraben los mercados laborales, flexibilicen las formas de contratación y operación del sector privado, y pongan en cintura el aumento del gasto público que en muchas ocasiones ha tenido poco rédito en reducir las desigualdades.

Pero, ante todo, es momento de que América Latina abandone su inclinación natural y estéril a la ideologización de los temas públicos y adopte soluciones pragmáticas.

Al comparar América Latina, con los países emergentes asiáticos, es fácil darse cuenta de que, en nuestra latitud, somos proclives a enfrascarnos en discusiones ideológicas que requieren fórmulas radicales, donde el péndulo se mueve entre aceptación de las fórmulas de mercado, para luego pasar a un escepticismo de lo privado y entregarnos a la quimera de los méritos de lo público.

En nuestro continente el país más exitoso ha sido Chile, pero incluso con todas las virtudes del modelo económico chileno, al país austral le ha faltado pragmatismo para intervenir a tiempo en las fallas de mercado que han llevado a buena parte de la población a perder confianza en los beneficios de lo privado y que ahora advocan por un cambio radical de modelo.

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Los países asiáticos, por el contrario, aunque en muchos casos han tenido marcadas ideologías fundacionales, no han tenido problema en adoptar soluciones pragmáticas, que, si bien suenan incoherentes con la doctrina predominante, han sido bienvenidas en la medida que generan riqueza y funcionan.

Por eso no sorprende que países, incluso comunistas, hayan adoptado estrategias de libre comercio y emprendimiento.

Recordemos que a comienzos de la década de los 60, el ingreso por habitante en Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán y Tailandia era muy inferior al de Colombia; entre un 25 % y 70 % inferior.

Actualmente, Tailandia, el más atrasado dentro de esta lista de países asiáticos, tiene un ingreso por habitante 10 % superior al de Colombia, mientras Malasia lo duplica, Corea del Sur lo triplica, y Singapur, el más rico de la lista, tiene hoy un ingreso 6 veces superior al de Colombia.

Es poco probable que en nuestro país podamos replicar el milagro económico asiático, pero, si Colombia y América Latina realmente aspiran a superar la pobreza y a consolidarse como naciones de ingreso medio, deben buscar imitar las fórmulas de éxito, como las políticas que induzcan aumentos en el retorno capital, un mercado de capitales más dinámico y políticas que ayuden a repensar la forma en la cual se organiza la producción.

La clave de un recetario de este estilo reside en una aproximación pragmática, libre de los impulsos ideológicos radicales, y con un ejercicio continuo de evaluación y enmienda.

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