Como si no estuviéramos en momentos críticos; como si la pandemia no nos tuviera en pánico; como si la economía no mostrara desplomes inéditos; como si millones de colombianos no hubieran caído no solo en la pobreza sino en la miseria, ahora resulta que el odio nos invadió.
Por: Cecilia López Montano
Ahora, en vez de ser todos ciudadanos de un país que tiene que salir adelante, nos hemos convertido en enemigos. Los machistas odian a las feministas y las atacan, las agreden, las insultan. Los homofóbicos insultan a las mujeres que asumen con claridad su sexualidad así estas ostenten cargos que ameritan respecto como le acaba de suceder a la alcaldesa de Bogotá. Pero hay mucho más.
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Los vecinos se olvidan de esa mínima solidaridad que debe imperar entre quienes comparten espacios tan reservados como la vivienda. Casi cuelgan los uribistas a Juan Fernando Cristo por su reunión en su apartamento porque invitó al expresidente Santos, a Timochenko y a Iván Cepeda. Los que votaron por él no, odian a los del sí, los supuestos blancos a los afrodescendientes; y al paso que vamos, los hombres odiarán a las mujeres por existir y exigir esos derechos que les han negado por siglos. Es decir, Colombia en medio de semejante crisis se convirtió en un país en el que todos somos enemigos, de manera que no existe la más mínima oportunidad de ese acuerdo mínimo para superar estos momentos.
La verdad es que ese odio, eso que nos convirtió en enemigos nació en la política. Entre aquellos que deberían buscarles soluciones a los grandes problemas nacionales y, sobre todo, resolver las diferencias entre la población en espacios de convivencia para encontrar acuerdos de manera pacífica. Por el contrario, la división entre buenos y malos la impuso ese abuso del poder público de quienes creen que dominarán el panorama nacional por siempre. Quienes no reconocen sus limitaciones y sobre todo se niegan a escuchar los clamores cada vez más claros de los errores que se están cometiendo en el manejo del poder. Soberbia junto con odio es una bomba que si llega a explotar serán los que más necesitan soluciones, quiénes sufrirán el mayor costo.
Enemigos no, ciudadanos, es lo que demanda a gritos este país que está viendo cómo se pierden los avances logrados. Una Colombia que se está llenando no solo de pobres sino de indigentes, de personas que ni siquiera puede asegurar la comida diaria. Cómo es posible que esta cruel realidad no conmueva a quienes convirtieron a esta sociedad en un mundo de enemigos.
Quien no está conmigo está contra mí es la norma que floreció en la política y ahora no solo se extendió, sino que se acompaña de intolerancia Así se sembró el odio en vez de ciudadanía y los resultados ya son evidentes. El precio debe ser el voto negativo, ese sí de los ciudadanos, y entonces será cuando esa clase que ejerce la política infame pague por este inmenso daño que le ha hecho a Colombia.
PD. Esto lo escribí antes de conocer la agresión a la médica en Barranquilla, que vergüenza.