Farc, el posible Hezbolá colombiano

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Por: Steven Jones Chaljub


Hezbolá, que traducido al español significa paradójicamente ‘Partido de Dios’, es una organización de orientación islámica que opera en el país del Líbano, Medio Oriente.  Esta organización, con claras intenciones en la región, tiene un brazo político legalmente reconocido como partido por las instituciones de dicho país, así como un ala armada apoyada y usada, abierta o a puerta cerrada,  por el gobierno de Irán. Hezbolá tiene lazos transnacionales, es un claro agente desestabilizador, y es considerada oficialmente por varios países como un grupo terrorista. Ahora bien, las declaraciones realizadas por Márquez, Santrich, el Paisa, Romaña y otros personajes de retomar oficialmente las armas,  invitan por varias razones a pensar en las FARC como el Hezbolá colombiano.

En la lectura del “Manifiesto: Mientras Haya Voluntad de Lucha Habrá Esperanza de Vencer”, Márquez habla de una “Segunda Marquetalia”,   pero ello es impreciso, pues se dejó claro en el video que no es una refundación bajo el mito de 1964 sino una reactivación de la guerrilla, como lo muestra la decisión de mantener los símbolos, lenguaje y nombre de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo. Que esto haya sucedido era de esperarse, principalmente por la influencia de las economías ilegales, la prendida del ventilador de Marlon Marín y la captura de Santrich por delitos de narcotráfico posteriores a la firma del acuerdo de la Habana.   Lo que sí es interesante es el mensaje de fondo, por las cosas que se dijeron y omitieron.

Márquez dice que se vieron obligados a retomar las armas por el incumplimiento del Estado de los acuerdos firmados, un incumplimiento que, según él, no es nuevo y que representa un comportamiento reiterativo del estamento que puede ser trazado históricamente hasta un vil y traicionero Francisco de Paula Santander. En el intermedio también se afirma que la guerrilla tuvo un desarme ingenuo a cambio de nada y se suelta la siguiente expresión: “nos reclamamos herederos del legado de Manuel Marulanda Vélez”. Para nadie es un misterio que Márquez y Timochenko tienen sus marcadas diferencias, pero no queda claro en el Manifiesto, a pesar de estas pullas,  si hay una verdadera separación entre quienes están en el Congreso y quienes tienen ahora un fusil en sus manos.  Al fin y al cabo  puede haber más de un heredero.

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Márquez hace un llamado reiterativo a una coalición política de varios sectores para impulsar cambios estructurales en el Estado colombiano que permitan una supuesta verdadera paz – una lectura propia de lo que ello significa,  lo cual tiene inmerso  alteraciones institucionales, incluidos el imponer un nuevo gobierno en la Casa de Nariño, que puede ser incluso de transición.  Para ello, identifica dos caminos a supuestamente elegir por la ‘oligarquía’, pero que al final enmascaran una amenaza que busca poner la democracia contra las cuerdas.  El primero de estos es “un  diálogo político y la institucionalización de los cambios  resultado de un proceso constituyente abierto”, mientras que el segundo es “el estallido de la inconformidad de todo un pueblo en rebelión”, lo cual claramente implica su de dosis violencia, sino para qué las armas.

Quienes están sentados en el congreso por parte de las Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC)  sí se han pronunciado en contra de las declaraciones de Márquez, lo que no han realizado es la deslegitimación completa de este último y su nuevo grupo, prefiriendo señalar las acciones como comportamientos individuales aislados y desconectados, así como cambiar el nombre del Partido.  La izquierda colombiana está así o más de callada, enviando incipientes mensajes de unión para rescatar la paz de un supuesto estrepitoso fracaso.  Y, mientras tanto, s todos nos preguntamos quiénes son las FARC. ¿Son las  FARC un Partido político,  un grupo armado o son ambas cosas?  No existen garantías reales para responder con certeza a la población colombiana esta pregunta, mucho menos cuando Timochenko y Márquez comparten abiertamente el mismo objetivo político, y dicen diferir tan sólo  los medios empleados, siendo así dos caras de la misma moneda.  

En cuanto a la participación del Gobierno de Nicolás Maduro y su comitiva,  el Manifiesto leído por Márquez  tiene un distintivo tinte del trillado discurso Bolivariano y anti-imperialista, algo que está lejos de ser una coincidencia.  Por un lado, el Gobierno de Venezuela, desde el ya difunto Hugo Chávez, ha demostrado apoyo  a los grupos armados operantes en Colombia. Y, por otro, la colaboración directa o indirecta entre Márquez y Maduro resulta beneficiosa para ambos, similar a lo que ocurre entre Hezbolá e Irán. 

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El régimen de Maduro necesita mantener la inestabilidad en la región para soportar el discurso del enemigo externo que le mantiene en el poder, mucho mejor si ello implica una escalada verbal o militar con Colombia, y las FARC-EP resultan tremendo aliado en dicha causa. Adicionalmente, no las estructuras criminales que permean la institucionalidad venezolana, como es el caso del Cartel de los Soles, seguirán lucrándose de los dineros provenientes de las actividades ilegales que las FARC-EP emplearán para financiarse, y es que éstas últimas están dispuestas a hacer un trueque para adquirir los recursos, información, refugio, actitud permisiva  y combatientes necesarios para fortalecerse. Márquez lo presenta como una nueva modalidad operativa que conocerá el Estado, donde sólo  responderán a  la ofensiva, pero esto es simplemente la primera fase de las  tres propuestas por el modelo maoísta de lucha de armada: organización y preparación.

El último símil que tendría las FARC-EP con Hezbolá es el posible empleo de combatientes extranjeros.  En las circunstancias actuales, es improbable que Márquez tenga los combatientes necesarios para el óptimo funcionamiento de su grupo, puesto que el grueso desmovilizado  no se reincorporara rápidamente, bien fuere porque están verdaderamente comprometidos con la paz o porque sería un pésimo cálculo político.  En cualquier caso, dada la situación de miseria del vecino país, existen muchos venezolanos, dentro y fuera del territorio colombiano,  que estarían más que dispuestos a ser parte de un ejército mercenario,  pues poco o nada tienen ya  que perder.

En conclusión, a muchos nos huele mal lo que está ocurriendo con las FARC, y sacar el dedo acusador para señalar el Presidente Duque, el Centro Democrático o cualquier otro, es caer en la demagogia del discurso de una paz estable y duradera, así como subestimar la habilidad de este grupo de hacer movimientos estratégicos – por algo han sobrevivido más de 50 años.  Adicionalmente, nadie duda que Colombia quiere la paz, pero ello implica tiempo, pues conciliar la realidad con una propuesta es todo un verdadero reto. Lo que si no ocurrirá es que el Estado materialice dicho deseo de forma precipitada y como consecuencia de la intimidación, pues para ello es legítimo y cuenta con una Fuerza Pública preparada para su defensa.  Finalmente, queda por verse si las FARC serán un Hezbolá en Colombia, pero en el caso que así sea,  lo único que si es claro es que democracia será defendida con una voluntad férrea.

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