“Gabo” nació en Aracataca, un municipio del Magdalena colombiano que sufrió las inclemencias de la United Fruit Company para luego caer en el olvido que aún lo congoja…»
Por: Orlando Buelvas.
Se han completado 4 largas décadas desde que Gabriel García Márquez fue reconocido por la Academia sueca con el Premio Nobel de Literatura. En 1982 Estocolmo bailó al ritmo de la tradición costeña, con faldas largas y pasos cortos; un hombre menudo de Aracataca arrebataba un tramo de gloria, para ser recordado como el gran escritor de su tiempo.
“Gabo” nació en Aracataca, un municipio del Magdalena colombiano que sufrió las inclemencias de la United Fruit Company para luego caer en el olvido que aún lo congoja. La fecha de nacimiento de Gabo es incierta, llegó a decir en una entrevista que ni siquiera él se sentía en condiciones de afirmar con seguridad la fecha exacta de su natalicio.
Su juventud no fue resuelta ni mucho menos. Su madre, Luisa Santiaga Márquez, la hija predilecta de la familia acomodada del pueblo, cayó en los enredos amorosos del telegrafista, con más aspecto de juglar, Gabriel Eligio García. Se casaron en contra de la voluntad de la familia Márquez entre escapes y retos al destino que más tarde serían inmortalizados en la nóvela: El Amor en Tiempos del Cólera.
Según las memorias del escritor en su casa nacía un hermano cada año, lo que complicaba la situación familiar que cada día contaba con menos recursos. En su madre encontró gran admiración hacía la figura femenina, llegando a mencionar que “(…) también de allí puede venir mi convicción de que son ellas las que sostienen el mundo, mientras los hombres lo desordenamos con nuestra brutalidad histórica”.

Otra de las personas que inspiraron sus historias fue su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, hombre de amplia trascendencia que terminó por ser alcalde de su pueblo natal. Fue un hombre sencillo, que cuando le preguntaban por qué siempre ocupaba el tercer vagón del tren, en vez de ir en los preferenciales, respondía “porque no hay cuarto”.
Fue un parrandero sin igual. Las mujeres y el tabaco fueron sus vicios. Se cuenta que más de una vez estuvo a punto de morir por su mala costumbre de amanecer en la cama de matrimonios ajenos, suscitando el odio de esposos que cuando pudieron matarlo, le perdonaron la vida por la buena fama que su padre llegó a cultivar en el pueblo. La encargada de ajuiciar a este toro de emociones dispares fue Mercedes Barcha, la mujer a la que Gabo amó para nunca dejar de amar.
Gabo, en vista de los azares de la vida, decide continuar con sus estudios alejado de la costa caribe, en Bogotá. El trayecto no fue el más ameno, pero entre parranda y parranda sobre el antes transitable Río Magdalena, llegó a la capital con la aspiración de ganar una beca para estudiar en el Colegio Mayor de San Bartolomé.
Presentó el examen de un reciente concurso de becas dentro de las instalaciones de la misma institución a la que aspiraba ingresar. Días después, al hablar con un funcionario sobre sus objetivos comentó sus intenciones de entrar al San Bartolomé, pero la respuesta que obtuvo fue más una sentencia: “Todo esto son cartas de pesos pesados que recomiendan a hijos, parientes y amigos para colegios de aquí. Si me permites que te ayude, lo que más te conviene es el Liceo Nacional de Zipaquirá”. Y así fue.
En Zipaquirá se ganó la fama de poeta, más de una vez estremeció a las directivas con su desdén y sus ideas deslumbrantes. El tiempo pasó e hizo grandes amigos que lo acompañaron a lo largo de sus días. Sin embargo, al culminar este período educativo enfrentó una constante duda que lo acompañaría durante varios años: no sabía qué hacer con su vida.
El tiempo, y la voluntad de su padre, lo ubicaron en la facultad de derecho de la Universidad Nacional de Colombia, pero fue otro el mandamiento del destino cuando escribió casi sin querer un cuento para luego enviarlo a El Espectador. Eso lo cambiaría todo.
Nueve meses después de graduarse sería publicado su primer cuento: “La Tercera Resignación”, pero todo dio un vuelco cuando el más importante de los críticos literarios colombianos, Eduardo Zalamea, o Ulises como se hacía llamar en honor a la obra de James Joyce, dedicó unas palabras al cuento de García Márquez elogiando su labor literaria. Años después, se reencontrarían en persona en las instalaciones de El Espectador bajo la lupa de Guillermo Cano, hombre sin igual que llegó a tener en sus filas a los mejores escritores del momento.
Gabo volvería a la costa por las inclemencias del bogotazo, a Cartagena, lugar donde “las vendedoras de fritangas sabían quién sería el próximo gobernador antes de que se le ocurriera en Bogotá al presidente de la República”. Allí se encontraría con algunos compañeros del legendario Grupo de Barranquilla, que por sí solo merece al menos otros artículos más, incendiando su interés por la literatura.
Gabo fue uno y fue muchos. Su vida fue una ruleta donde la suerte no parecía condonarle deuda alguna, pero su imaginación, amor por los libros y admirable persistencia lo llevaron a realizar una obra sin antecedentes. Nunca terminó una carrera universitaria, perdió algunas materias de derecho en busca de su sueño como escritor, conoció el hambre, tuvo conflictos ortográficos durante toda su vida, pero sus anhelos siempre fueron su norte, hasta convertirse, no solo en el gran escritor colombiano, si no, en uno de los que mejor danzaron con la lengua castellana.
