Hablemos de discapacidad

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Por: Olga Lucía Lacouture

El mundo cambió para todos. Lo sabemos, lo estamos viviendo. Ya aprendimos a trabajar desde nuestras casas, ya aprendimos a mantener la distancia y asumir el tapabocas como una parte extendida de nuestra piel. Ya entendimos que vernos con nuestros familiares y amigos implica una responsabilidad de todos. De alguna manera nos hemos acostumbrado a esta nueva opción de vida… y seguimos adelante. Nosotros, que somos el 85 % de la población mundial y que supuestamente tenemos todas las capacidades para adaptarnos rápidamente a los cambios.

Pero hay un grupo importante de la población donde la adaptación al cambio es mucho más difícil. Me refiero a más de mil millones de personas en el mundo que presentan algún tipo de discapacidad. Un 15 % de la población que lleva muchísimos años trabajando por ser miembros activos de una sociedad que históricamente los ha excluido. Hoy, la exclusión viene por cuenta de la pandemia. Si antes del 2020 las cifras sobre discapacidad implicaban enormes desafíos, hoy, durante y después de la pandemia, la situación de la población con discapacidad es mil veces peor. Al 2019 las personas en esta situación conformaban uno de los grupos más marginados del mundo, donde la mitad de la población no recibía la atención en salud necesaria, donde los niveles de desescolarización alcanzaban cifras por encima del 60 % y la gran mayoría de los adultos en edad de trabajar estaban desempleados (80 %), según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Es evidente que la pandemia deja aún más excluida y marginada a una población que lleva años luchando por encontrar un lugar de respeto en el entramado social. Las barreras de hoy son más grandes y más difíciles de superar.  Se han intensificado las desigualdades.

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En Best Buddies Colombia (www.bestbuddies.org; www.bestbuddies.com.co), organización sin ánimo de lucro que trabaja hace 17 años en Colombia, generando oportunidades de inclusión sociolaboral para la población con discapacidad intelectual, tenemos enormes desafíos.

Por un lado, las 68 empresas que tienen vinculados laboralmente a los Amigos del Alma (así los llamamos con profundo respeto y admiración), no dudaron un segundo en mantener sus puestos de trabajo. Con su decisión, demostraron la calidad de liderazgo consciente y solidario del empresariado colombiano. Saben que en un 90 % ellos, los Amigos del Alma, representan el único ingreso formal de sus casas. Reconocen que la inclusión no solo les permite una estabilidad económica, sino también tener sentido de pertenencia, orgullo de sí mismos al saberse útiles, ser incluidos en la sociedad y, ahora con la pandemia, la única manera de mantenerse conectados.

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A los 600 jóvenes que están vinculados, la pandemia les movió el piso, pero lograron ajustarse porque la mayoría ya había desarrollado habilidades ofimáticas con anterioridad. Y con la plataforma virtual de acompañamiento que creamos, continuamos apoyando los procesos de adaptación tanto de ellos como de sus familias. Pero ellos son la punta del iceberg. Para muchos la pandemia llegó con el retroceso y la exclusión.

Para mantenerse incluidos se requiere que la población no solo tenga acceso a un computador, y pueda estar conectada a una red, sino que sepa usarlo y la gran mayoría de este grupo requiere de un apoyo permanente en casa. Las instituciones educativas donde estudian han creado programas virtuales para mantener a la población conectada; programas que requieren del apoyo de sus cuidadores para llevarlos a cabo, pero los cuidadores a su vez necesitan salir a trabajar. Es una cadena muy frágil.

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Otro efecto traumático para nuestra población es el aislamiento social que llegó con la crisis. Pedirle a un joven con necesidades de apoyo importantes que se ponga un tapabocas y mantenga el distanciamiento social para salir de su casa es una labor titánica.

Al no hacerlo queda resignado a una exclusión de la cotidianidad.  Volver a casa como único camino plantea un cambio existencial. La motivación para socializar, estar en contacto con otros, aprender imitando se dificulta. Y así las grandes y necesarias oportunidades que trae la inclusión se desdibujan en un segundo. El poder de la inclusión es la socialización.

Sabemos que todos tenemos dificultades, para la población con discapacidad tiene aún más, es nuestro deber como ciudadanos no permitir que la pandemia limite la existencia de la discapacidad a una existencia virtual porque, como sabemos, el riesgo es volver a ser invisibles como por décadas se ha afirmado. Los invito que se solidaricen con la discapacidad, que se pongan en su lugar porque estoy segura de que, al hacerlo, encontraremos como sociedad mil maneras de permitirles seguir perteneciendo.

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