Irresponsabilidad: «renunciar a visas»

Los anuncios de “renuncia” no solo carecen de validez, sino que transforman una obligación institucional en un gesto mediático que afecta la credibilidad del Estado colombiano.

Irresponsabilidad: "renunciar a visas"
Foto: Redes sociales

El asunto de las visas de los funcionarios del Gobierno es, en esencia, una irresponsabilidad. Aunque no es nuevo, sorprende lo que hoy intentan vender: que renuncian a la visa. Eso es imposible.

Primero: existe un grupo de funcionarios a los que, como diría Langao, no se les puede aceptar esa supuesta renuncia porque sencillamente no tenían visa. Nadie puede renunciar a lo que no posee.

Segundo: hay otros que sabían que se las iban a cancelar, y en un acto teatral anunciaron su renuncia antes de la decisión. Pero aquí es clave subrayar: la figura de “renunciar” a la visa no existe. La visa es un documento que se paga y que otorga un permiso para ingresar al territorio de los Estados Unidos. Si se deja de usar, no pasa nada; si se deja vencer, simplemente no se renueva. No hay un proceso formal de renuncia.

Tercero: los que todavía la tienen, pero anuncian que “renuncian”, no hacen más que exhibir ignorancia y ridículo. Se trata de una falta de comprensión básica.

Pero el tema no se limita a la anécdota. Hablamos de responsabilidades de alto nivel. Hay cargos que inevitablemente requieren interacción con el gobierno de Estados Unidos. Cancillería, Hacienda, Defensa y Comercio y si se quiere, también Agricultura, son ministerios que deben tener una relación permanente con Washington. ¿Cómo puede ser que la canciller Rosa Villavicencio, quien ya ha demostrado enormes falencias incluso en el manejo del español, declare que renuncia a la visa? ¿Cómo puede hacerlo el ministro de Hacienda? Aquí no se trata de preferencias personales ni de rabias políticas: se trata del cumplimiento de un juramento de servicio público, de defender los intereses de Colombia por encima de cualquier capricho personal.

Esa es la crítica de fondo: la ligereza con la que algunos funcionarios convierten en acto político lo que en realidad es una obligación institucional. Y lo peor, en el caso de quienes sí perdieron la visa, es pretender que su renuncia voluntaria los dignifica. No: los expone aún más.

Estados Unidos, además, siempre sabe más de lo que se dice en público. Y en contraste con lo que ocurre en Colombia, basta mirar lo que pasa en el escenario global: Donald Trump, con todas sus controversias, logró un acuerdo parcial,aunque aún no reconocido oficialmente, para la paz en Gaza entre Palestina e Israel. Un hecho que, guste o no, lo coloca por encima incluso de la ONU en ese frente.

Mientras tanto, el presidente Gustavo Petro se queda lanzando críticas que caen en saco roto. Su voz, que pretende ser la de un líder mundial, se pierde en el vacío. La verdad es dura, pero necesaria: ningún presidente de Colombia, venga de donde venga, ha sido ni será un líder global. A lo sumo podrá tener relevancia en la región, pero nunca en las grandes ligas del poder internacional. Ni Petro, ni ningún otro.

La realidad internacional no se dobla ante discursos encendidos ni ante gestos de rabia política. El escenario mundial exige hechos, acuerdos y resultados. Y en eso, mientras Trump consolida avances, Petro sigue ladrando a la luna.

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