Hoy el golpe de Estado, el magnicidio, está de moda entre la democrática derecha colombiana y parece que no pasará nada…
Por: Wilmar Vera Z.
El 11 de septiembre se recordó un año más de la defenestración del presidente chileno Salvador Allende, quien fue asesinado por Augusto Pinochet, con el apoyo la oligarquía y la CIA. Es bien sabido cómo la derecha austral planificó el golpe de Estado, preparó el terreno y justificó no solo el asesinato del presidente de izquierda elegido democráticamente sino la eliminación de la oposición política, en aras de un modelo no interesados en lo social si no de la permanencia de lujos y privilegios de una clase dominante.
Hoy no olvidamos el crimen, como tampoco el régimen de violación de derechos humanos instaurada por la Junta Militar y por su cabeza, Augusto Pinochet, que tuvo a sus espaldas miles de asesinados y desaparecidos y que sigue siendo un fantasma que no se materializa, pero tampoco desaparece del escenario de dicha nación.
Hace dos semanas un filonazi se acercó a la vicepresidente Cristina Fernández viuda de Kirchner y accionó su arma en la cara, la cual no disparó. Para la oposición y la prensa derechista, todo fue un montaje y hasta hicieron propuestas de cómo preparar mejor las armas, todo con el propósito de que si alguien se anima a terminar el magnicidio supere los errores de esta ocasión. Incluso se lamentaron de que no hubiera disparado… o que fue un invento de la decaída líder del peronismo.
Hay que aprender del vecindario.
Hoy el golpe de Estado, el magnicidio, está de moda entre la democrática derecha colombiana y parece que no pasará nada. Líderes fuera de sus cabales o bachilleres que pagan porque les escriban libros hablan de llamar a los militares corruptos; reuniones de Zapateiro y el barbiteñido sub expresidente con uniformados, así como la existencia de periodistas de nómina que les dan espacio a los promotores de la autoproclamada reacción del salchichón.
Si la reforma del presidente Petro afecta a los más pobres subiendo el precio del salchichón, obligándolos a tomar agua o jugo en vez de gaseosas o porque ya no comprarán papitas fritas para calmar los antojos, ¿por qué los ricos están tan molestos?
No podemos echar en saco roto esos mensajes. Algunos miembros de la secta del partido de la tercera y cuarta letra arengan por un rompimiento violento del orden constitucional y el gobierno parece no importarle. Que cada salida de Petro a las regiones convoque a cientos de personas para verlo o saludarlo es un peligro, porque algún desadaptado puede sentirse llamado por “fuerzas superiores” e impulsarlo a matar al presidente.
Instigar a un golpe o la insurrección es un delito, aunque la democrática derecha lo considere chascarrillos inocentes de pasillo. Dice el artículo 472: “el que, con propósito de cometer delito de rebelión o de sedición, sedujere personal de las fuerzas armadas, usurpare mando militar o policial, o retuviere ilegalmente mando militar o policial, incurrirá en prisión de 16 a 36 meses”, Código Penal, Seducción, usurpación y retención ilegal de mando.
Del mismo autor: Ni la envidia ni la pereza, a Colombia la mata la doble moral
Aquí hay la comisión de un delito. Las señales son claras. Petro e Iván Velásquez parece que no le dan importancia. Esto es un campanazo de alerta y cuando el río de la rabia y la venganza clasista de los que perdieron el poder suena no puede ser pasada por alto. Le pasó a Allende. Pasa con el peronismo. Sus insignes miembros han cometido despojos (hábiles laforiadores de fincas junto a los paramilitares, asociados solidariamente), corrupción (expertos abudineadores del presupuesto nacional), mala fe y hasta envenenaron testigos de su propia corrupción. Hay que tomarlos en serio.
Presidente Petro, cuídese. La culebra está viva y no tiene escrúpulos ni límites, así hable dulcemente como monaguillo y estrene crocs en manifestaciones que no convocan a más de 300 fanáticos, por favor.