La caravana hondureña y la nueva anarquía migratoria

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Por: Juan David García


Las migraciones son inherentes al curso de las civilizaciones. Por causa de las presiones demográficas y circunstancias naturales en la antigua Mesopotamia, miles de personas dejaron ciudades como Ur, Uruk, Nippur o Eridu, para lanzarse al Mediterráneo, poblando las islas del Mar Egeo que irían dando forma a los denominados Pueblos del Mar, precursores del mundo griego. De igual forma, otros momentos más cercanos a nuestro tiempo, como las dos grandes guerras mundiales en el siglo XX, causaron la huída de millones de europeos hacia América, buscando mejores condiciones de vida y nuevas oportunidades.

Pero las olas migratorias de la actualidad son paradigmáticas, pues van en múltiples direcciones y surgen desde todos los continentes. Europa, un continente de poco más de diez millones de kilómetros cuadrados, está absorbiendo gran parte de los inmigrantes que provienen de Oriente Medio, el sudeste de Asia y distintas regiones de África, y en menor medida, de América Latina, los mismos que se dirigen hacia los Estados Unidos y Canadá. De acuerdo con el estudio Digital Globalization: The New Era of Global Flows, del centro de pensamiento McKinsey Global Institute, hoy por hoy, casi 250 millones de personas viven por fuera de sus países de origen, y alrededor de 420 millones son viajeros permanentes. Por supuesto, de las migraciones masivas se desprenden efectos positivos, producto de la globalización económica y cultural, y de una cooperación e integración más estrecha entre los países. Pero también consecuencias negativas, que las élites políticas de Occidente están subestimando, si no es que las niegan por completo.

El aumento de la conflictividad social, la violencia e inseguridad en las ciudades, los choques culturales, la precariedad laboral para trabajadores poco cualificados, son realidades que los globalistas no quieren aceptar, en su obstinado empeño de homogeneizar a las sociedades y disolver las naciones, cuando exigen cuotas migratorias a los países más prósperos y avanzados del mundo.

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En la última semana, la noticia sobre la caravana de migrantes hondureños que desean llegar a los Estados Unidos, ha recibido un cubrimiento mundial y se actualiza constantemente. La atención mediática sobre los más de siete mil caminantes que salieron de Honduras y ahora se encuentran en México, ha sido sorprendente y compromete sentimentalmente a los televidentes, o mejor dicho, los condiciona para asumir sin cuestionamiento o crítica alguna que es normal que miles de personas decidan salir de su país, para intentar atravesar de manera ilegal la frontera de México con Estados Unidos, bien sea por California, Nuevo México, Arizona o Texas.

El presidente Donald Trump ha advertido que las autoridades de su país no permitirán la entrada de los inmigrantes, argumentando los riesgos que esto comporta para la seguridad nacional. En otro tiempo, habría sido obvio y la opinión pública global comprendería las razones por las cuales un Estado, sobre todo si hablamos de la mayor potencia mundial, decide cerrar las puertas a la inmigración ilegal y dar prioridad a sus ciudadanos, con todo y que ya varios millones están en el país irregularmente. Mas no parece tan claro, y desde diversos frentes se señala como racistas, xenófobos y hasta neonazis, a quienes manifiestan la mínima preocupación por un problema tan grave. Está visto que en el mundo de hoy, defender el imperio de la ley es un desafiante acto de incorrección política, mientras que la promoción de la anarquía es premiada y aplaudida.

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