Las caravanas de la muerte de Halloween

La celebración no puede servir de coartada para la violencia, las caravanas masivas de motocicletas en la noche de Halloween se han convertido en una tradición oscura que vulnera la seguridad ciudadana y exige una respuesta decidida de los gobiernos locales.

La celebración no puede servir de coartada para la violencia: las caravanas masivas de motocicletas en la noche de Halloween se han convertido en una tradición oscura que vulnera la seguridad ciudadana y exige una respuesta decidida de los gobiernos locales.

La noche del 31 de octubre, lo que debería ser una celebración de disfraces y encuentros familiares, se ha transformado en muchas ciudades de Colombia en un ritual de miedo e intimidación. Miles de motocicletas recorren los corredores urbanos tapando o alterando placas, sin luces ni espejos, con acompañantes disfrazados y, en numerosos casos, con la intención de cometer hurtos, fleteos y agresiones.

Estas caravanas de la muerte de Halloween, que algunos presentan como simples “rodadas” o “desfiles”, se han convertido en un escenario de anonimato y descontrol.

Los alcaldes que han intervenido lo han hecho con medidas concretas. Bogotá, por ejemplo, emitió restricciones temporales que prohíben la circulación con parrillero y limitan el tránsito nocturno de motos en corredores estratégicos, apoyadas por un despliegue policial y controles de tránsito.

La decisión generó rechazo de algunos sectores de motociclistas, pero respondió a un objetivo claro: preservar el orden público y reducir el riesgo de delitos en fechas de mayor aglomeración.

No se trata de estigmatizar a los motociclistas, que son millones y cumplen un rol vital en la movilidad y la economía, sino de enfrentar una práctica concreta a los organizadores de caravanas que promueven la impunidad colectiva.

En varias ciudades, las autoridades locales han optado por medidas similares: desde la prohibición de caravanas hasta la restricción del acompañante o la limitación horaria para la circulación de motos.

El argumento de quienes se oponen a que las medidas afecten a quienes usan la moto para trabajar o moverse legítimamente es válido, pero no puede ser excusa para la inacción. Las autoridades tienen herramientas proporcionales y específicas: decretos temporales, cierre de vías en horarios puntuales, puntos de control, inmovilización de vehículos irregulares, identificación y sanción de organizadores, y campañas de comunicación que distingan entre usuarios legítimos y quienes instrumentalizan la fecha para delinquir.

Además, es imprescindible coordinar la medida con la Policía Nacional y las secretarías de movilidad para evitar arbitrariedades y proteger derechos.

La tolerancia frente a estas caravanas tiene costos humanos y sociales: hay registros de riñas, homicidios y hurtos relacionados con rodadas masivas en años recientes; familias que pasan miedo; usuarios del transporte público y peatones que se convierten en blanco por el solo hecho de estar en la calle a la hora equivocada.

Permitir que una noche al año se convierta en “la noche de la purga” equivale a conceder una franja de impunidad que erosiona la convivencia.

Por eso, la petición es sencilla y responsable: los alcaldes de las principales ciudades del país deben prohibir las caravanas de motocicletas que no cuenten con autorización expresa y, en los periodos críticos, restringir la circulación de parrilleros y la movilidad nocturna en corredores vulnerables.

Quienes infrinjan las normas deben responder con las sanciones previstas como multas, inmovilización de vehículos y bloqueo de registros, sin descuidar el debido proceso ni el respeto a los derechos ciudadanos.

También es necesario acompañar la represión jurídica y administrativa con políticas preventivas: campañas educativas sobre movilidad segura, incentivos para eventos culturales autorizados que ocupen el espacio público de manera controlada, y alternativas para que los jóvenes celebren sin exponerse ni exponer a terceros.

La intervención urbana iluminación, cámaras, presencia policial focalizada, transporte público reforzado reduce los riesgos y desincentiva la formación de caravanas. No todo es prohibición; la prevención activa salva vidas.

Finalmente, las autoridades no deben temer tomar decisiones impopulares cuando están fundamentadas en evidencia y en la protección de la ciudadanía. La noche de Halloween no puede convertirse en la coartada anual para la delincuencia.

Prohibir las caravanas masivas, regular la circulación de motos en horarios críticos y sancionar a quienes usen la celebración como pantalla para delinquir son medidas proporcionales, necesarias y urgentes. Los alcaldes tienen la obligación y la responsabilidad: es hora de actuar con firmeza y con justicia.

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