Cada gota de agua cuenta. En Latinoamérica, un continente que abastece las mesas del mundo, el manejo del agua se ha convertido en el termómetro del futuro. Y si se observa con lupa el agua dulce en Colombia y en sus vecinos latinoamericanos, el panorama revela una verdad incómoda: la agricultura consume la mayor parte de este recurso esencial, dejando a los hogares y la industria con una fracción cada vez más limitada.
Según cifras de 2022 compiladas por Latinometrics a partir de las bases de Aquastat (FAO) y Our World in Data, en promedio en América Latina se destina el 76% del agua dulce extraída a la agricultura.
Panorama del uso del agua dulce en Colombia y en la región
En el caso colombiano, la cifra del uso de agua dulce para la agricultura es del 85%, lo cual se entiende debido a la amplia vocación agropecuaria —café, banano, palma y un creciente peso de cultivos de exportación— explica la enorme tajada de agua que absorbe el riego. No obstante, la realidad presenta dos capas: por un lado, la agricultura sigue impulsando la economía rural; por el otro, los sistemas de riego tradicionales exhiben ineficiencias que intensifican la extracción de ríos y acuíferos.
No todos los países latinoamericanos dependen en igual medida del agua agrícola. Brasil, Costa Rica y Cuba muestran una distribución menos inclinada al campo, al dedicar porcentajes menores que el promedio de sus vecinos. En el extremo opuesto, Estados Unidos utiliza solo 40 % del agua dulce en agricultura, y Puerto Rico, con una base industrial y de servicios más robusta, apenas 10 %. Tales comparaciones subrayan que la concentración del consumo en un solo sector no es una fatalidad, sino el resultado de decisiones productivas y tecnológicas.
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Otro dato relevante: el uso municipal —agua potable, drenajes domésticos, etc.— apenas representa un 15 % del total en América Latina. En otras palabras, las duchas cortas y los grifos cerrados, aunque importantes, no bastan para resolver la ecuación; las soluciones deben enfocarse en la eficiencia del agro y la industria.
Para Colombia, la ventana de oportunidad está abierta. El país cuenta con enorme biodiversidad y una red hidrográfica generosa, pero el margen podría estrecharse pronto. Invertir hoy en sistemas de riego más eficientes, políticas integrales de cuencas y monitoreo satelital del consumo permitirá equilibrar el tablero antes de que la escasez se convierta en crisis.
El diagnóstico sobre el agua dulce en Colombia y en América Latina es tan claro como el líquido que se busca preservar: la agricultura acapara la mayor parte del recurso y, por ende, posee la llave del cambio. Ajustar las prácticas del sector no es solo un imperativo ambiental, sino una estrategia de supervivencia económica y social. La buena noticia es que las herramientas existen; lo que falta es la voluntad de girar la llave antes de que el pozo se seque.
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