Marcha fúnebre

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Marcha fúnebre: Este contenido hace parte de la séptima edición de Revista 360 y cuenta con la participación de más de 70 invitados de todos los principales sectores económicos, productivos y políticos de Colombia. Ministros, líderes gremiales, líderes en áreas de la construcción, sectores bancarios, logística e infraestructura, telecomunicaciones, gobernantes regionales, analistas, economistas, entre otros.


Por: Ricardo Silva Romero www.ricardosilvaromero.com

Reflejo

Colombia es el experimento humano que prueba que odiar a otro es odiarse a uno mismo. Solemos creer que nuestros villanos, de “los pájaros” a “los extraditables”, son de generación espontánea: juramos que no somos estos seres enseñados a regodearse en el fiasco de los demás como si no fuera el mismo, el propio, sino esos escarabajos que conquistan el Alpe d’Huez. Creemos que somos los buenos. Diría Hobbes: “El colombiano es un depredador para el colombiano”. Diría Freud: “Las pequeñas diferencias entre los colombianos son el origen de la hostilidad entre ellos”. Concluiría Ignatieff: “Estamos hechos de la misma mierda nacional”. Y remataría Gruen: “Si se quiere entender por qué los de acá torturamos a los de acá, hay que reconocer, primero, que tratamos de acallar la parte de nosotros mismos que el otro nos recuerda”.

Por qué lo digo: porque en las primeras semanas del nuevo gobierno –una orgía de difamaciones de adalides antipetristas, de salidas en falso de funcionarios petristas, de señalamientos de tecnócratas de derecha y de paralelos entre gastos suntuosos e inútiles– ha sido claro que sólo reconocemos el clientelismo y el caos y la soberbia cuando vienen de los demás. También ha sido obvio que por un par de meses más, en el ejercicio a diestra y siniestra de la colombianada, se seguirá jugando el juego de mesa de comparar e igualar por lo bajo la nueva administración con la anterior. Y que el arranque de estos diálogos con el ELN que parten “de lo ya pactado”, y a mi modo de ver resuelven cualquier comparación, pues prueban que este gobierno era necesario, es otra oportunidad para aceptar que esta no es una guerra ajena, sino nuestra.

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De 1992 a 2018, en medio de su violencia de cada día, el obsoleto e implacable ELN habló de paz en Tlaxcala, en Maguncia, en Ginebra, en Quito, en La Habana. Pero el presidente Duque, que confundió su mandato con el voto por el no y llevó a su clímax la tradición de insistir en que no nos estamos matando sino defendiéndonos de unos monstruos engendrados por el mal, empezó por cerrarle la puerta a las conversaciones de paz adelantadas por su antecesor. El ataque salvaje e infame a la Escuela General Santander no empujó a Duque a hablar, no, lo empujó a perseguir a los países garantes, a dejarnos un ELN fortalecido en 211 de los 1123 municipios del país, y a atrasarnos cuatro años, ¡cuatro!, en la tarea de detener el desangre diario que se queda atrás al día siguiente.

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En fin. No se trata de detestar al gobierno que pasó: ese es el punto. Se trata de aceptar que hemos vivido atrincherados. Y que las trincheras son la fantasía perversa de que el otro no es humano.

Esta semana ha habido razones para el pesimismo: pienso en la incapacidad de reconocer los errores o en la resistencia a la creación de un sistema electoral independiente. Pero sobre todo ha habido señales para la esperanza del fin de nuestra cultura de la aniquilación: el borrador de la ley para el sometimiento de las disidencias; la jornada ciudadana por el “no matarás”; los encuentros del presidente de Fedegán con el senador Cepeda para lograr una reforma agraria “que va más allá de la sola compra de tierras y busca no cometer los errores del pasado”; la reactivación de la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación del Acuerdo Final; el regreso de un Centro de Memoria Histórica centrado en las víctimas; el respaldo gringo a la paz –a la audaz “Paz total”– en la reunión del lunes; el reencuentro con el ELN en una Venezuela que ya no es enemiga.

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Podría uno pensar que estamos cerca de entender, con los psicólogos sociales, que hemos estado graduando de enemigo a nuestro reflejo. Podría uno creer que vamos a dejar de hacerlo.

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