Porque me da la gana

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Por: Miguel Gómez Martínez


 

La afirmación de Santos de que puede redactar la pregunta del plebiscito como le dé la gana no es sólo maleducada y pretenciosa: es la demostración de su intolerancia.  Rápidamente la Corte Suprema, en una declaración enmermelada, ratificó que el presidente efectivamente puede hacer lo que le dé la gana.

Queda claro que el presidente no es un demócrata y que las instituciones tampoco lo son. Porque lo único que un mandatario elegido no puede creer es que tiene tanto poder como para imponer caprichosamente su punto de vista. En un régimen de derecho existen principios, constituciones y leyes cuyo fundamento es determinar aquello que se puede hacer y lo que está prohibido. El límite de los poderes es la esencia de un sistema de legalidad donde los caprichos del gobernante han sido remplazados por el imperio de la ley. Esa es la diferencia entre el totalitarismo y la democracia.

La verdad es que Santos ha concentrado todos los poderes. Tiene a los grupos económicos aceitados pues les ha entregado todos los negocios jugosos y ha asumido todos aquellos donde perdían dinero. Tiene a la prensa maniatada a punta de publicidad oficial. A los gremios los compra con recursos para-fiscales. A los empresarios los amenaza con visitas de la DIAN. A los políticos los ha llenado de mermelada para que voten sin leer lo que aprueban. Por ello puede hacer lo que le dé la gana pues ha logrado que el gobierno tenga a todos controlados. Ya está pensando en maniatar las encuestas donde los ciudadanos, que no dependen del Estado, lo califican como el peor mandatario de la historia. El uso y abuso de los instrumentos del poder no tiene límites y no existe ningún contrapoder que pueda limitarlo.

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Santos tendrá, en pocas semanas, una ley habilitante como las de Maduro para hacer y deshacer como le dé la gana. El Congreso le entregó esa facultad sepultando de paso la poca democracia que nos quedaba. La justicia ha decidido que un Tribunal nombrado a dedo y con jueces extranjeros la suplante con poderes omnímodos. Y los periodistas, que fueron durante décadas los únicos representantes de la opinión pública decidieron entregarse a las presiones de Palacio.

 

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