El valiente pueblo de Ucrania tratará de resistirse a una carnicería espantosa que Occidente va a permitir por miedo a que Putin use sus armas nucleares.
Por: Saúl Hernández Bolívar
No sé muy bien qué debería asustarnos más, si la Tercera Guerra Mundial o una nueva Guerra Fría, pero ninguna de las dos es buena para el mundo. El problema es que, parafraseando a Churchill, «el que se humilla para evitar la guerra, tendrá la humillación y tendrá la guerra», y hay la sensación de que el mundo entero se le está humillando a Vladimir Putin.
En 1938, las potencias europeas permitieron que Hitler se tomara los Sudetes, una región checa con arraigo alemán, lo que fue la excusa. Luego, envalentonado por la desidia de sus vecinos, el Führer se tomó a Polonia, lo que desató la Segunda Guerra Mundial.
Putin ha hecho dos veces lo mismo. En 2014 le arrebató a Georgia las regiones de Abjasia y Osetia, y además le quitó a Ucrania la península de Crimea. Nadie dijo nada. Y ahora promovió la escisión de Donetsk y Lugansk, horas antes de adelantar la invasión a Ucrania, donde instalará un gobierno títere mientras decide si va a anexionarse ese país de una vez o lo hará por etapas ante la pasividad de todos.
Eso demuestra una vez más que permitir que un sátrapa actúe a sus anchas es darle carta blanca a sus propósitos. Ahora el mundo ha dejado sola a Ucrania, donde los civiles tratarán de resistir con fusiles viejos el asedio de los avanzados tanques rusos y demás piezas de artillería. Será una carnicería espantosa que Occidente va a permitir por miedo a que Putin use sus armas nucleares, pero ¿qué pasará cuando Rusia dé un paso sobre países de la Otán, como Polonia, o en naciones más preciadas para Europa como Finlandia o Suecia?
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El mundo está jugando con fuego. Las sanciones para Rusia deben ser las más drásticas e inmediatas. Bloquear todo su comercio y sus finanzas, su transporte terrestre, aéreo y marítimo, y hasta buena parte de sus comunicaciones, como el sistema bancario Swift. Sorprende que el mundo deportivo haya reaccionado antes quitándoles a los rusos la final de la Champions, el Grand Prix de Fórmula Uno o con las selecciones que se niegan a disputar con Rusia los partidos que faltan de las eliminatorias al Mundial de Catar.
Hasta Colombia tiene que revaluar su relación con los rusos. ¿Cómo es eso de que a un país con un gobierno autoritario y poco democrático, que hace rato nos viene agrediendo solapadamente, le compramos el 29% de la urea que necesitamos para nuestros fertilizantes? ¿Cómo se llegó a ese grado de dependencia?
Claro que a Rusia también hay que brindarle la certeza de que puede exportar su gas y su petróleo a través de Ucrania y el mar Negro sin ningún inconveniente, mediante un acuerdo entre naciones como decenas que hay suscritos en la actualidad. Pero de ahí a permitir aventuras imperialistas hay un gran salto; es que el problema no es Rusia ni el querido pueblo ruso. El problema es su líder, Vladimir Putin, todo un criminal con desvaríos nostálgicos.
El mundo dejó crecer al oso, y si este se atreve a usar su poderío atómico, habrá que darle de su propia medicina antes de que pueda acabar con todo. ¿Estará listo Joe Biden?