Para empezar, el presidente Petro,como cualquier otro jefe de Estado, debe entender que existen políticas de gobierno y políticas de Estado. Estas últimas, por definición, trascienden administraciones, generan efectos a largo plazo y, aunque pueden firmarse con relativa facilidad, su implementación es compleja, costosa y toma años. Por el contrario, deshacerlas puede ser más rápido, pero conlleva reacciones inmediatas, especialmente por parte de actores externos con intereses estratégicos.
Y aquí viene lo primero que debe decirse: Colombia necesita entender cuál es su posición real en el mundo, no la que fue, ni la que quisiéramos que fuera. Se trata de reconocer con claridad cuál es nuestro verdadero peso geopolítico y económico. Solo entonces sabremos qué podemos exigir, qué debemos negociar y, sobre todo, qué límites no conviene cruzar. Porque sin ese entendimiento básico, no hay margen real para la diplomacia.
Hoy, para el mundo, Colombia sigue siendo noticia por razones que no enorgullecen a nadie: altos niveles de criminalidad, corrupción endémica, narcotráfico, prostitución generalizada y violencia cotidiana ejercida por bandas criminales. Solo en un segundo plano aparecen nuestras flores, el café, el reguetón y uno que otro futbolista destacado. Muy al fondo están Cartagena, un par de playas y quizás dos o tres ciudades. A día de hoy, eso es todo lo que el mundo ve de Colombia.
En este contexto, Colombia ha sido durante décadas un aliado estratégico de Estados Unidos en la región. Un estatus que muchos países quisieran tener, pero que no se logra de la noche a la mañana. Es el resultado de años de trabajo diplomático, cooperación en seguridad y relaciones comerciales estables.
Ahora bien, el debate global sobre las balanzas comerciales se ha intensificado, paradójicamente gracias a las políticas del expresidente Donald Trump, tan criticadas en su momento, pero que hoy muchos países, incluido Colombia, revisan con nuevos ojos. En ese punto, es válido reconocerle algo a Petro: ha sido uno de los pocos mandatarios que se ha atrevido a decir en voz alta que Colombia tiene un enorme déficit comercial con China, incluso mayor que el que mantiene con Estados Unidos, su principal socio comercial y destino de la mayoría de sus exportaciones.
Entonces la pregunta es: ¿vale la pena provocar a Trump, sabiendo cómo es, sabiendo lo que representa y conociendo sus antecedentes? ¿Tiene sentido anunciar una alianza con China, el rival estratégico de Estados Unidos, justo cuando sabemos que ese tipo de decisiones pueden traer represalias? Ya vimos lo que pasó con Panamá, y no son pocos los países que han sufrido consecuencias por decisiones similares.
Sobre todo, esto ocurre en medio de un proceso de certificación para Colombia en materia de lucha contra las drogas, que, seamos sinceros, tiene pocas probabilidades de salir favorablemente. Cualquier movimiento que Washington perciba como una traición estratégica puede desatar una cascada de reacciones negativas: nuevos aranceles, retiro de ayudas, sanciones indirectas. Lo advirtió Mauricio Claver-Carone: si hay que buscar café, se busca en Centroamérica; si hay que comprar flores, se compran en Ecuador.
Entonces, ¿el presidente está considerando el impacto en sectores como el cafetero, el floricultor, el avícola? ¿O simplemente los está dejando fuera de la ecuación?
Además, hay que decirlo con claridad: la relación con China no es horizontal. Colombia no puede pretender sentarse con una superpotencia «de tú a tú», simplemente porque no tiene peso ni influencia suficiente. Mientras antes lo aceptemos, mejor. Nuestro déficit con China no solo es comercial, sino también estructural: ni tenemos acuerdos preferenciales con ellos, ni hay interés chino en facilitar nuestro acceso a su mercado. Por ejemplo, el café colombiano paga aranceles elevados y no existe interés real por parte de China en homologar condiciones sanitarias para importar productos como carne o pollo desde Colombia.
Encima, gran parte de los productos chinos ingresan por contrabando al país, afectando a nuestras industrias nacionales. En sectores como el textil, el calzado o el metalmecánico, el dumping chino es una realidad cotidiana.
Y lo más grave: si Colombia entra en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, no será para exportar nuestros productos, sino para facilitar la entrada masiva de los productos chinos. Esa ha sido la lógica de China desde que inició el proyecto: construir infraestructura global, puertos, aeropuertos, ferrocarriles para inundar el mundo con su producción, no para abrirse a la de los demás.
No olvidemos: China planea a milenios, Colombia, a cuatro años. Por eso, entrar a esta iniciativa podría destruir la industria nacional que tanto dice defender la izquierda y que ha sido una bandera del presidente Petro. Un contrasentido monumental.
Deberíamos pensar qué:
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Sería una gran noticia si Colombia logra mejores acuerdos comerciales con China, con beneficios reales y recíprocos.
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Sería aún mejor si eso se logra sin entrar formalmente a la Ruta de la Seda, protegiendo la autonomía estratégica del país.
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Pero lo más importante: Colombia debe producir más, generar más bienes y servicios exportables. Hoy, simplemente, no somos un país exportador. Somos un país importador. ¿De qué sirve buscar nuevos mercados si no tenemos qué venderles?
Y termino con esto: tocarles las narices a Trump y a Estados Unidos nos puede salir muy caro. Ya lo vivimos. Ya vimos lo que es capaz de hacer el presidente Trump y esto tendrá el poder para tomar decisiones duras que pueden afectar directamente nuestra economía.
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