¿Hasta que por fin nos dimos cuenta de la calidad de nuestras carreteritas?

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Muchos dirían que queremos desconocer los avances que se han tenido en los últimos 12 años pero honestamente no nos podemos conformar y contentar con semejante mediocridad aun viendo el gran retraso que tenemos. 


Las campañas de viajar por Colombia, de recorrer todo nuestro país a través de las vías son muy bonitas, son patrióticas y buscar generar un alto sentido de pertenencia, más aún cuando muchos colombianos se ven obligados a renunciar a sus viajes al exterior por cuenta de las altas tasas de cambio no solo del euro sino del dólar. 

De manera, esta podría ser la temporada vacacional en la que más críticas, quejas, angustias e inconformidad se ha podido palpar y evidenciar en los colombianos. Primero porque en ciudades como Bogotá se volvió un calvario salir y entrar hasta en un fin de semana común y corriente, realmente es una tarea y misión a la que muchos han renunciado. Ir a Melgar, Anapoima, tener que pasar por La Mesa, incluso ir a La Calera es una pesadilla para los ciudadanos. 

Ni que se diga en Antioquia cuando las personas no tenían cómo ir a Guatapé porque la vía estaba bloqueada, una vía obsoleta de un solo carril que ningún gobernante ha sido capaz de poder dar vía libre a una APP que construya una doble calzada hacia uno de los destinos más importantes de Antioquia. 

Podríamos hablar de la tragedia que vivieron miles de turistas al intentar ir de Bogotá a Santa Marta por la flamante Ruta del Sol, una vía que parecía la vía a la luna no al sol porque estaba llena de cráteres, una vía consumada por la corrupción de Odebrecht, de políticos nefastos y gobiernos que no fueron capaces de darle un manejo responsable y seguro, pero eso sí, infaltables los peajes. 

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La Ruta al Sol, una vía que tiene 11 peajes, 6 de la ANI y 4 de Invias, que proyectados recaudan a año una suma aproximada de $435 mil millones de pesos pero que no garantizan el correcto funcionar de una carretera para un viaje de larga distancia en carro.

Quizás, las vías que se pueden salvar en el país son las vías del Valle y en su momento las de la Costa pero ya han colapsado. ¿Qué ha pasado en Colombia? Pareciera realidad que la gente tiene que sufrir, padecer para darse cuenta de lo que mucho se ha hablado y advertido desde este medio de comunicación, sobre todo en temas de infraestructura porque es cierto, la infraestructura en Colombia es un chiste, es un amigo imaginario como lo es el Metro de Bogotá a los bogotanos. En otro momento ocupará ese espacio el chambón pico y placa que la alcaldesa de Bogotá ha montado para este semestre, improvisación tras improvisación. 

Colombia no tiene vías por cuenta de alcaldes, gobernadores, senadores, representantes, ministros y presidentes que han sido ineptos, populistas, mediocres, que han creído que las vías son para los ricos, que tienen un odio personal por el vehículo particular que ha pasado en blanco cuatro años de gestiones sin hacer un solo kilómetro de carretera, que no han construido un solo puente en su vida ni un andén, pero la única manera que los colombianos se dan cuenta es cuando lo padecen. 

Pero como el colombiano es de memoria muy cortica pues lo olvidarán para las próximas elecciones y van a elegir seguramente de presidente, congresistas o alcaldes a los políticos que fallaron y no cumplieron con su deber. Realmente insostenible que se pretenda fomentar el turismo nacional cuando no es capaz de movilizar una distancia básica de 60 u 80 kilómetros en menos de dos horas. 

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Lastimosamente este gobierno no tiene pinta de invertir en infraestructura, mucho menos de abrir nuevas concesiones, de manera que serán otros cuatro años en los que poco o nada se avance en esta materia. ¿Quiénes pagan? Los colombianos y la productividad y competitividad que también han estado secuestrados por carteles mafiosos que no permitieron que las redes férreas siguieran activas y mucho menos que se desarrollen nuevamente. 

Carteles que no les conviene que la carga se transporte en trenes, para ellos seguir por unas vías angostas destruyéndose y acabándose. De más en más se vive en Colombia, de mediocridad en mediocridad y sobre todo sostenida bajo un sustento demagógico que es en cualquier país civilizado, simplemente impresentable.

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