Por: Juan David García Ramírez
Las alianzas forjadas hace setenta años por Occidente, orientadas a la promoción de la democracia liberal, la economía de mercado y la cooperación para la seguridad y la defensa, se encuentran en una situación crítica. Grandes tendencias globales de los últimos veinte años, en particular la difusión del poder a partir del surgimiento de nuevos actores internacionales y del ascenso de potencias no occidentales, han suscitado la redefinición de los dos mayores escenarios de integración existentes en la actualidad.
Esta semana, dos eventos de gran importancia ocupan la agenda europea y estadounidense: la Cumbre de la Otan en Bruselas, los días 11 y 12 de julio, y la presentación de la propuesta de flexibilización del Brexit (o plan para la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea), por parte del gobierno de Theresa May. Respecto a la cumbre, los asuntos de debate tienen que ver con las críticas del presidente Trump a la seriedad y futuro de la alianza euroatlántica, principalmente, por las cargas que para Estados Unidos representa aportar una parte importante de su gasto en seguridad y defensa al sostenimiento de la Organización, mientras que el gasto de Alemania e Italia para el mismo efecto, solo es del 1,2% de su PIB.
Algunos expertos y estudiosos de las relaciones internacionales, como Michael Mandelbaum, han ido en la línea de Trump, argumentando que hoy en día la Otan resulta obsoleta, pues no se ajusta a las prioridades ni al contexto internacional actual. Esto es parcialmente cierto, teniendo en cuenta que la Unión Soviética desapareció y que los mayores focos de conflictividad se han desplazado al continente asiático. Sin embargo, ambos pierden de vista las nuevas amenazas a la seguridad y estabilidad de las democracias occidentales, que supone una potencia desafiante como Rusia, sobre todo frente a Polonia o los países bálticos (aún preocupados por el poderío ruso), o el terrorismo islamista, que se ha hecho sentir con especial fuerza en los últimos años. Ante esto, ya Peter Duignan, en Otan: su pasado, presente y futuro (Nato: Its Past, Present and Future), afirmaba que el único camino posible sería la continuidad de la alianza, a través de su ampliación y replanteamiento, pero nunca su disolución.
Del otro lado está el debate sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Después de un año de discusiones en el Parlamento y entre las principales fuerzas políticas, organizaciones y empresarios en el Reino Unido, Theresa May y su gabinete han presentado esta semana una propuesta a las autoridades de la Unión Europea, consistente en desmarcarse de la capacidad de ésta de intervenir en asuntos como la administración de justicia, la política migratoria o la defensa, pero conservando una posición de preferencia en el intercambio comercial, lo que en resumen significa no abandonar completamente el Mercado Único Europeo. La salida, proyectada para Marzo de 2019, traerá efectos para todos, pero la interdependencia que hay entre la Unión Europea y Gran Bretaña no se acabará, y es la gran oportunidad para cambiar los términos (no siempre beneficiosos para el país) en que han interactuado durante sesenta años.
Occidente debe asumir una nueva actitud ante los retos que se le presentan, y fortalecer los escenarios que le permitieron consolidarse a finales del siglo XX. De lo contrario, la Historia le pasará factura y los demás ocuparán su lugar más pronto que tarde.