¿En serio quieren votar por Gustavo Petro?

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La candidatura de un criminal comunista como Petro ni siquiera debería considerarse. No nos será suficiente la eternidad para arrepentirnos.


Por: Saúl Hernández Bolívar

A estas alturas del partido, todo el mundo —incluyendo a ‘Mamerta Rosa’—debería tener claro que el comunismo no sirve y que a este infierno se puede ir llegando de a poco mediante ideas o políticas de izquierda que suelen disfrazarse con eufemismos como «progresismo», «socialismo», «social democracia» y hasta «ecologismo».

Muchos expertos señalan que el comunismo se ha ensayado en el último siglo en cerca de 45 países sin un solo caso de éxito. Entendiendo por «éxito», el alcanzar un crecimiento económico, con justicia y sin explotación, que permita erradicar la pobreza o una gran parte de esta, combinado con políticas que permitan eliminar la injusta distribución de la riqueza y, por ende, la desigualdad social.

De manera parcial, podría decirse que el único caso de éxito ha sido el de la China, pero habría que precisar que esta potencia enterró las ideas económicas del comunismo en el mausoleo de Mao Tse Tung —uno de los mayores genocidas de todos los tiempos—, y se lanzó en brazos del capitalismo con Deng Xiaoping, cuando este declaró que «ser rico es glorioso».   Y sabemos, desde los fenicios, que la riqueza es producto del trabajo, el comercio, la iniciativa individual, la propiedad privada, la libre empresa, la inventiva, la acumulación, la innovación, la necesidad de seguridad, el ansia de comodidades y muchas otras variables por el estilo. Otra cosa es que, en lo político, China siga siendo un férreo régimen de partido único sin posibilidades de disenso que, no obstante, está más cerca de la apertura total que de adentrarse en los sueños de Marx.

Por su parte, los países que ensayaron el comunismo a rajatabla se convirtieron todos en sociedades pobres y atrasadas, dominadas, a través del terror, por regímenes implacables que siguieron al pie de la letra los postulados del comunismo. Países que implementaron la más absurda planificación centralizada de la economía (que no es otra cosa que poner un ente tan torpe como el Estado a destruir esa red etérea de relaciones interpersonales que va hilando el tejido económico y social mediante la acción libre de cada ciudadano —la «mano invisible» de Adam Smith—), llegando a eliminar la individualidad para convertirnos a todos en robots o zombis que obedecen a una casta que lo controla todo.

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Los países comunistas no se convierten en trampas de pobreza y autoritarismo por la reacción de las potencias capitalistas sino porque esa es su esencia. Cuba no se empobreció por el embargo de los EE. UU., sino porque, a pesar de que tenía mercados abiertos, como el europeo, sus medidas económicas fueron minando la producción hasta el punto de no tener ni siquiera azúcar, que era su producto bandera. El colapso venezolano no ha sido fruto de las sanciones americanas de los últimos años ni de la ignorancia que se le atribuye a Nicolás Maduro. Desde la época de Chávez, el modelo económico venezolano era insostenible; se mantuvo relativamente firme mientras PDVSA producía 3,5 millones de barriles diarios a más de 100 dólares el barril, pero ya era una mesa de una sola pata que, al caerse, pasó a producir 300.000 barriles que apenas se venden en 40 o 50 dólares. Eso ya no da lo suficiente para comprar la comida de un país entero y ha dejado en la pobreza a casi el 90% de la población.

Ahora, hace veinte años todos proclamaban que en Venezuela Saudita no iba a pasar lo mismo que en Cuba. «Es imposible», decían. Aquí llevamos años diciendo lo mismo, que no nos va a pasar lo mismo que a Cuba o que a Venezuela. No faltará el que crea que por abrirles los brazos a los migrantes nos ganamos el cielo y que José Gregorio nos dará su mano. No es que los comunistas sean ignorantes, saquémonos esa idea de la cabeza; por el contrario, son gente muy inteligente que sabe muy bien cómo destruir la economía de un país, que es el verdadero objetivo de estos sicópatas para dominar a toda su población.

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En la campaña anterior, Gustavo Petro proponía cambiar los ingresos petroleros de US$ 15.900 millones anuales (2019), por las ganancias que nos diera el aguacate Hass, del que exportamos US$ 144 millones en 2020 y del que México es el mayor exportador mundial, con el 30% del mercado, alcanzando ventas por US$ 2.700 millones entre enero y noviembre del año anterior. Nótese que nuestras exportaciones de crudo y sus derivados son 110 veces mayores que las que hacemos del delicioso aguacate; luego, ¿de dónde iba a sacar Petro los recursos para los demasiados subsidios que ya existen y los muchos más que implementaría su Colombia Humana? Ah sí, él habla de prender la máquina de imprimir billetes, que quedan valiendo menos que los de Tío Rico. Petro es economista y se sabe que era buen estudiante desde su bachillerato en Zipaquirá. No puede, por tanto, ser ignorancia; es simple malevolencia. Se frotará las manos pensando en los fajos de billetes, pero sabe que habrá que llenar una carreta para ir a comprar una mogolla, o hacer como en la Alemania de 1923, donde acuñaron un billete de 1 billón de marcos (12 ceros) que servía para comprar cinco panecitos de doscientos, de doscientos mil millones de marcos cada uno.

El comunismo siempre llega con dos objetivos: quedarse indefinidamente en el poder y arrasar con todas las estructuras sociales (la familia, la religión, la justicia, la educación, etc.) tan rápido como sea posible, empezando por la economía. La candidatura de un criminal comunista como Petro ni siquiera debería considerarse. No nos será suficiente la eternidad para arrepentirnos.

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