Este contenido hace parte de nuestra quinta edición de 360 Revista.
La manera más fácil de haber escrito este editorial hubiera sido centrarnos en hablar de cómo inició la pandemia, su desarrollo y todas las afectaciones que ha provocado, junto con las decisiones que se han tomado de ella, de lo que se pudo hacer y lo que no se pudo hacer. En general, en esta revista, que hasta el año pasado pretendía siempre plasmar lo más importante de los doce meses anteriores, hemos decidido que este año era necesario, justo, importante, y sobre todo, real la necesidad de cambiar drásticamente la manera de ver lo que nos ha tocado vivir como sociedad con esta pandemia.
No se trata de psicología barata, no se trata de un positivismo segado. Se trata de un positivismo pragmático, de una gestión del proceso, de un entendimiento de la situación y de la observación desde la distancia del dolor que ha dejado el coronavirus; hay que observarlo desde afuera para entender cómo podemos abordarlo, cómo podemos crecer a partir de este, cómo podemos construir nuevos cimientos más sólidos y mejores estructurados, cómo nos adaptamos a estos cambios, cómo enfrentamos y planteamos resolver problemas existenciales que la pandemia nos ha demostrado.
Lo peor sería huir de los problemas, salir corriendo de estos y no darles la cara, y fungir como unos adictos a los parches para evadir las demandas que hoy la sociedad nos pone, y que no podemos evadir, no podemos hacer como el adicto que acude a fuentes externas para tapar sus vacíos y para construir en el aire, que tarde o temprano se va a caer. Tampoco podemos renunciar a que esta sea la oportunidad para hacer la diferencia pero con mayor eficacia en la acción, con optimismo en cada uno de los procesos, con un umbral mucho más alto para resignarse, tratar de incorporar a esta sociedad mayor compasión, comprensión y mansedumbre, todo esto basado en bondad y solidaridad.
Esta vorágine a la cual nos han sometido en este año, no nos ha mostrado todas las implicaciones y consecuencias que nos va a traer. Apenas estamos viendo los primeros coletazos económicos, sociales, políticos y de salud que nos deja la pandemia.
Para un grupo de expertos que hemos considerado en este editorial, esta crisis es más profunda que la vivida en el año 2008, es mucho más parecida a la Gran Depresión del año 1929. Los mercados emergentes son los más afectados, el Estado se ha visto retado como nunca antes para hacerle frente a un problema que no discriminó en razas, estratos, ubicaciones geográficas o en cualquier otra clase de distinción. Una crisis que profundizó la pobreza, que acabó con millones de empleos, que cerró miles de empresas y que nos demostró la importancia de la cadena de suministros en una economía de mercado. Quienes nunca habían entendido de economía se han dado cuenta en esta pandemia que no es tan difícil y que no se requieren hacer doctorados para tener unas nociones básicas, elementales y sustanciales de la economía.
Todos sabemos que sin empresas no hay impuestos, y sin impuestos no hay Estado, sin empresas no hay empleados, por ende, no habría personas con dinero en los bolsillos, y por lo tanto, no habría consumo, así las empresas no tendrían a quiénes venderles. El Estado no puede ser totalitario, donde emplea a quien pierde su puesto en el sector privado y que imprimir la maquinita de billetes es la solución para afrontar todos los problemas, no. Lastimosamente en Colombia no pasa como en otros países, como Estados Unidos o el Reino Unido, en donde las reducciones de la tasa de interés del banco central sí se han trasladado al consumidor final.
La banca ha sido útil, amable, compasiva y no ha abusado en estos países porque entienden la dinámica de la economía del mercado y saben que nos tenemos que salvar todos. En la actualidad, en Colombia las tasas más bajas que ha tenido el Banco de la República no están haciendo efecto en la sociedad colombiana, cosa que lamentamos y esperamos que se corrija, aunque son esperanzas muy efímeras.
Saludamos los esfuerzos que ha hecho el Gobierno para acceder a la vacuna y que esta sea gratuita, y que todos los colombianos que deseen aplicársela lo hagan. Pero más allá de la vacuna y de la importancia de tener acceso a esta no podemos entender la vacuna como el fin del problema.
Cuando todo el país esté vacunado y eventualmente hayamos logrado salir de este problema, nos tienen que quedar grandes reflexiones, pero no para el papel, no para esta revista, no para los anaqueles de la historia. Son unas reflexiones que hoy están en carne y que las estamos viviendo, el Gobierno y la empresa privada tendrían que estar trabajando en ellas.
Nos dimos cuenta de la trascendencia de la soberanía alimentaria, de la política agroindustrial que debe tener este país, de revisar cómo la tierra productiva en Colombia está siendo utilizada, de cómo nuestras regiones están o no cubiertas a la hora de una catástrofe natural, de una nueva pandemia o de cualquier otro fenómeno que pueda poner en riesgo la alimentación de las comunidades.
La recuperación del consumo general del país tiene que ser vector fundamental en los planes de reactivación del Gobierno, sí o sí hay que traer inversión extranjera de todos los sectores, tenemos que hacer exenciones para que nuevas plantas que hoy se van de Asia tomen asiento en Colombia en las regiones más estratégicas y en donde pueden tener mayor empleo social, de seguridad y económico. Qué tal que Colombia no hubiese dado unos pequeños avances en la masificación de las TIC, en la modernización de este sector en los últimos años. No hay que dar largas para demostrar cómo el internet lo es todo y cómo Colombia sigue retrasada en competitividad y productividad en este sector.
En la necesidad que tenemos como país de que los usuarios siempre puedan acceder a los operadores de telecomunicaciones libremente a precios competitivos, con buena calidad, a que quienes tienen concesiones en el país inviertan de manera responsable en el sector minero energético, en el sector de telecomunicaciones, entre otros.
Le llegó la hora al Estado de vender activos, de volverse más compacto, de volverse más pequeño y eficiente. ¿Hace cuánto venimos hablando de diversificar las exportaciones y de no depender de cuatro o cinco elementos? Es muy importante proteger el empleo formal. Más del 50 % de los colombianos llegaron a la pandemia siendo informales, lo que significaba que vivían el día a día y los encerramos durante más de cinco meses.
Colombia tiene que entender de una vez por todas que la fórmula laboral utilizada actualmente no funciona para fomentar el empleo formal, y que si bien es loable que Colombia tenga acceso al mercado de capitales y mantenga calificaciones positivas ante las agencias, va a tener que dar una discusión sobre impuestos porque esta factura la tenemos que pagar todos. No pueden seguir siendo los mismos impuestos, estos no son progresivos, existen exenciones millonarias y la mayoría hemos perdido ingresos, hemos perdido crecimiento y capacidad.
Lo que queremos plasmar en esta revista es un documento de reactivación económica, social, académica, de salud, y en general, para el bloque de un todo como sociedad, porque descubrimos que la importancia de lo que a veces nos parecía lejano nos quita la tranquilidad como la salud mental, la convivencia, los valores y la integridad de las personas. El ser humano no está hecho para estar confinado, sino para ser libre; se tiene que evitar el confinamiento. Se tiene que extender y fortalecer la mano dura para quienes incumplan las leyes de la cuarentena, no podemos caer en el pesimismo, tenemos que asumir responsabilidades. No podemos culpar más a los gobernantes de las malas decisiones, nuestras acciones son las que nos definen.
Para cerrar este editorial, queremos solidarizarnos con los miles de colombianos que perdieron a sus seres queridos por cuenta de esta pandemia. Más de 30 mil vidas se perdieron, todos tuvimos el miedo a perder a un ser querido, y a quienes lo perdieron les abrazamos y les extendemos un saludo fraterno, y les agradecemos por ser valientes.