¿Podrá un robot o la Inteligencia Artificial (AI) dictar justicia en el futuro?

Foto: Cortesía

Este contenido hace parte de 360 Revista en su cuarta edición, la cual se distribuyó en las principales ciudades del país.


Por: Iván Cancino – Abogado

¿Serán reemplazados los jueces por máquinas y los argumentos o las normas por logaritmos?  Algunos divulgadores científicos incluso aseveran que nuestra profesión se irá como la de los conductores, cuando el intrincado mecanismo del cerebro se entienda y las emociones incluso puedan ser elevadas a operaciones de computadores; todo ello junto a la red de información que se ha alcanzado y los avances en biotecnología hacen que la pregunta no sea al menos un disparate. Existe en el mundo jurídico ya una corriente dedicada a explicar los nuevos avances en materia de neurociencias con la teoría base de la responsabilidad penal que es el libre albedrío, y se han atrevido a plantear que la libertad es apenas una suposición del derecho penal pero indemostrada. Nadie puede detener el progreso de la ciencia, y no negamos que el mundo se acerque a esas tendencias por aquello de la eliminación progresiva del riesgo en la vida que implica estas tecnologías supuestamente seguras y confiables. 

Diríamos que no es nada nuevo para el derecho penal enfrentar estas corrientes que como el positivismo pretendió la seguridad a costa de la dignidad humana, y ya sabiendo lo que de allí derivó, es necesario repensar sobre los nuevos embates que en el fondo van tras la libertad del individuo.  Nos asombramos, como cualquier persona, ante los avances de la ciencia, de que se curen las enfermedades, que se eliminen las condiciones humanas de miseria a través de la ciencia, pero entendemos que cuando se quiere invadir el terreno de las normas jurídicas con formulas matemáticas o programas de computador, o estudios del cerebro, se pierde por esencia la humanidad.

No son menos los penalistas que ahora están redefiniendo la culpabilidad y se han dejado seducir por estos cantos de sirena, desconociendo precisamente que esa simbiosis entre ciencia y humanidades llevó a los campos de concentración y a los experimentos de Mengele, y que en futuro podría justificar penas anticipadas a prevención por definición de un “estudio cerebral” que indique que la persona tiene quien sabe qué “certezas o probabilidades” de cometer un crimen. Ya no sería como Lombroso, apuntando a mirar caras y formas de cráneos, sino con mapas cerebrales, genéticos y sus derivados que basados en tecnología serían mucho más creíbles y peligrosos para la dignidad humana, obviamente,  que las fantasías de Lombroso.

Y qué decir cuando se habla de un juez, librado de emociones dictando justicia, si acaso no es la empatía lo que hoy se reclama más del funcionario, más que la irrestricta aplicación de la ley, lo que más se valora realmente es su humanidad. Quién no prefiere a un juez humanista y empático, a uno docto y sin emociones. Qué sería de los individuos sometidos a una máquina sin sentimientos, a un programa que no puede ponerse en sus zapatos.  De ahí lo que Martha Nussbaum llama justicia poética, no justicia de robots.

Salir de la versión móvil