¿Por quién votar?, «La carrera ha comenzado y los partidores tienen unos personajes que representan muy bien la tragicomedia que es la política nacional. Veamos a los más opcionados…»
Por: Wilmar Vera Z.
Gracias al inquilino de la Casa de Nari, muchos se creen con capacidad (y derecho) de alcanzar el Solio de Bolívar. Ahora que estamos en plena temporada electoral y que es tan importante como las de 1946, 1970 o 1990, calificarla de momento histórico es reducirlo a un simple concepto que se comprenderá con el paso del tiempo, ¿Por quién votar y por qué por Gustavo Petro?
Iván Duque se unirá en agosto a la nefasta lista de los pésimos presidentes, con el honor de ser en 200 años el más malo, inútil y mediocre de los que han pasado por la primera magistratura. Su nombre quedará inmortalizando y avergonzando al país junto a otras “joyitas” como Andrés Pastrana, Laureano Gómez, Miguel Abadía Méndez o Manuel Sanclemente (todos conservadores curiosamente), sólo por citar los del siglo XX. Por supuesto hubo liberales que, tete a tete, en su momento, picaron en punta: Julio César Turbay o Eduardo Santos, por citar dos ejemplos.
La carrera ha comenzado y los partidores tienen unos personajes que representan muy bien la tragicomedia que es la política nacional. Veamos a los más opcionados:
Rodolfo Hernández: se presenta como outsider político, pese a tener años de vínculos con clanes y grupos poderosos. Como llegar a la presidencia es para cualquiera, exhibe un tono de viejito emberracado y cascarrabias que, por igual, da golpes o sueltas lisuras.
Seguidor de la filosofía del gran Adolfo Hitler, seguro aplica eso de que la norma con sangre entra. Y mejor si es sangre ajena. Pretenden venderlo como un Trump criollo, mal hablado, atorrante e ignorante, cuyo único mérito es tener plata como si la cuenta de ahorros le diera inteligencia y lucidez en las ganancias mensuales.
Atrae a esos “verracos” que ven las peleas, las alientan, pero huyen cuando los invitan a darse trompadas. Ni siquiera sabe dónde queda Vichada (en eso es muy gringo: no saben dónde están parados). Su gratitud expresada al expresi (dente, diario), dueño del partido de la tercera y cuarta letra, lo evidencian como uno más de sus alfiles.
Sergio Fajardo: en esta ocasión el profesor se tiró el año, la materia y la candidatura. Además de que no cumplió su palabra (dijo que no se lanzaría de nuevo en 2018), se le critica porque su tibieza es tan atractiva como un tazao de babas, como dicen las abuelas. Experto en huir, en los momentos claves del conflicto contemporáneo (paro nacional o asesinato de líderes), su silenciosa actitud parece más complicidad que sesuda reflexión académica.
Como maestro, no apoyó a los estudiantes que salieron a marchar y ahora levanta la voz para sonar como que sí es alternativo y diferente entre los punteros, cuando no es más que otro peón de los conglomerados económicos. Sería justo para Colombia proscribir -en los próximos 50 años- candidatos paisas a la presidencia.
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Luis Pérez: paisa… politiquero… otro que considera que manejar un país es para cualquiera y como ha pasado por todos los puestos oficiales, parece considerar que la máxima dirección del país le falta a su atiborrada hoja de vida política. Así no llegue ni truene en las encuestas, decir “ex candidato presidencial” debe dar cierto glamur y atractivo.
Federico Gutiérrez: paisa… ya por eso deberían descalificarlo. Como en el PRI mexicano, el dedazo recayó en él porque es la versión greñuda del que se ha enquistado en la política colombiana desde 2002. Sus ideas pasan desde contratos por horas (¿así entre los jóvenes ahora quién se pensionaría?), seguir colocándole palos a la paz, defender a los empresarios que tanto padecen porque han bajado sus pingües ganancias y se sienta con corruptos (clanes de la Costa, Antioquia, Valle o Eje Cafetero) que prometen luchar contra la corrupción que cargan y representan.
Federico Gutiérrez, como lo ha señalado el profesor Gilberto Tobón, es la encarnación 2.0 de lo peor del Uribismo y su elección es nuevamente subir a otro títere y subalterno. Ni hablar de su genuflexión a los grupos económicos más poderosos que, a la larga, son los verdaderos dueños del país.
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Bajo esas premisas, ¿Quién queda? Un candidato que promete volver los ojos del Estado a los más necesitados, a los “nadie”, a los “olvidados”, llegar a ellos no sólo con la violencia estatal. El miedo que venden es más porque los que se consideran lo dueños del país van a ver que no es de ese puñado (majos, blancos, monos, estrato 6) de elegidos sino de 50 millones de colombianos, de todas las regiones y espacios.
Esa es la esperanza, no es el salvador encarnado pero sí una opción para los olvidados, para el “país nacional” que decía Jorge Eliécer Gaitán, que hoy son 21 millones de nacionales que no comen tres veces al día ni tienen empleo. Una esperanza de humanismo para una sociedad deshumanizada que por más de 200 años de maravillosa democracia colombiana no los ha tenido en cuenta.
¿Por quién votar y por qué por Gustavo Petro?