La rata ha sido una criatura históricamente vilipendiada e injusta y sistemáticamente atacada. Cuando queremos hacer referencia a alguien realmente despreciable, deshonesto, ruin o despiadado, por lo general utilizamos ese vocablo. No deja de ser una paradoja: el ser humano es de lejos más perverso y abyecto que cualquier animal. Para empezar, solo nuestra especie mata a sus congéneres por razones distintas del hambre. La rata es un mamífero cuyo máximo pecado es entrar a hurtadillas a las cocinas y despensas en medio de la noche, para tratar de sobrevivir, actuando sin conciencia de la ilicitud de su conducta.
Por: Abelardo de la Espriella
Otro animal menos importante en la cadena alimenticia, que es también objeto de toda suerte de comparaciones indeseables, cuando se trata de hacer referencia a una persona hipócrita, falsa y solapada, es el pobre comején también llamado termita, un insecto que cumple una función determinada, que no es otra que la de mantenernos atentos al mantenimiento de las estructuras de madera. La rata, por su parte, sirve de alimento a otros carnívoros, aves de presa y serpientes, que dependen de los roedores para subsistir. De una manera u otra, la rata y el comején son aliados del buen funcionamiento del ecosistema.
En consecuencia, alzo mi voz de protesta (y es en serio) para defender a estos inofensivos animalitos: no hay derecho a que hayan sido satanizados tan cruelmente y por tanto tiempo, sobre todo en Colombia. En lo que a mí respecta -y esto va para toda la gente que conozco y a los que no “distingo”-, no volveré a aceptar que en mi presencia nadie se refriera al Tartufo de Juan Manuel Santos, llamándolo rata o comején: “Santos es una rata traidora”; “Santos es una rata desleal”; “Santos es una rata deshonesta”; “Santos es un comején que dijo que se retiraba de la política pero por debajo de cuerda hace todas las maldades posibles”; “Santos es un comején, porque hace que sus amigos periodistas en Colombia y el exterior ataquen a Uribe, y él no aparece”; “Santos tiene cara de rata y cuerpo de comején”… ¡No, señor! Santos es lo que es y esos inocentes animalitos nada tienen que ver con eso.
Lo que a continuación diré lo he repetido hasta la saciedad, desde la mala hora para la Patria, en la que Santos llegó al poder. Hay cosas más gratificantes que hablar de un político sin gracia y embustero que desde hace rato debería estar preso. Ya sé que, por lo general, los políticos son falsos y mentirosos por naturaleza, pero Santos es la tapa de la cajeta.
Santos ha tenido claro, desde siempre, que, para llegar al poder y mantenerlo -bajo su lógica-, es necesario comprar a todo el que se pueda o se deje, y en eso ha sido exitoso. Todo el que representa un riesgo para Santos termina empapelado: a la oposición, Santos la perseguía sin tregua, a través de procesos judiciales.
Santos se hizo reelegir con trampa y compra de votos. Para ello instrumentalizó a políticos de la provincia, a quienes hoy no reconoce. Santos corrompió a jueces y a muchos medios pagó el apoyo para que ocultaran sus desafueros y lo ensalzaran frente a todos. Santos permitió que el suelo colombiano se convirtiera en tierra fértil para el odio y se hizo el de la “vista gorda” para que las matas de coca crecieran más alto que los palos de coco.
Santos volvió harapos la Constitución, se robó el plebiscito y posa ante el mundo como el gran salvador, con un premio inmerecido -y, claro, también comprado-. Santos dejó perder gran parte del mar en San Andrés y gastó millones viaticando; vendió Isagen e hizo aprobar en el Congreso reformas tributarias terribles. Santos quebró al país, y hoy sentimos el peor de los “guayabos” económicos.
Santos se especializó en montajes, mentiras fabricadas y cortinas de humo, para disfrazar tanta ineptitud y deshonestidad. Santos rediseñó el Estado para complacer a la guerrilla, y creó para ellos un tribunal especial, a fin de exculparlos. Santos financió sus campañas con platas de Odebrecht y pagó a los brasileros los favores recibidos, a través de concesiones y contratos billonarios, negocios que ya se encuentran plenamente probados.
No hay un personaje más siniestro y oscuro que el Tartufo. Dada su experticia en las lides criminales, la mentira, la deslealtad y demás manifestaciones abyectas de la condición humana, se ha hecho merecedor del primer lugar en bellaquería avanzada.
No me cansaré de reafirmarlo: Santos no conoce de honor ni de grandeza. Hay algo que Santos jamás podrá tener porque no tiene precio: el amor del pueblo. Y eso hay que recordárselo todo el tiempo.
Una rata o un comején jamás podría portarse como Santos, o tener un alma tan oscura. Por consiguiente, resulta muy injusta la comparación de esas pobres criaturas con el “ilustre” expresidente. Sugiero que, de ahora en adelante, se utilice el “Juan Manuel Santos” como el peor de todos los insultos.
La ñapa: ¡Qué horror el asesinato de la señora María del Pilar Hurtado, en Córdoba! Desgarrador el llanto de su hijito. No sé qué es peor: si la violencia contra una mujer, o la utilización de la muerte como arma política. La izquierda colombiana no tiene decencia.