Realismo sobre el futuro de la economía colombiana

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Por: Cecilia López Montaño

Si algo les falta a los analistas de la economía colombiana es una buena dosis de realismo. Si esta mirada objetiva no se logra, entender cuáles podrían ser los caminos a seguir en el futuro próximo de las principales variables que afectan el comportamiento de nuestros indicadores económicos, y más importante aún, qué estrategias podrían ser las mejores, se convertirá en un ejercicio desgastador e inútil.

A pesar del desprecio actual de muchos por la historia, la verdad es que sin conocerla es difícil ubicar las verdaderas dimensiones de los tiempos buenos y malos por los que necesariamente atraviesan los países.

Para empezar, al tomar una serie del crecimiento económico desde 1962 hasta hoy, es evidente que, contrario a lo que se dice con frecuencia y que se toma como una gran verdad, ni la pasada bonanza es la más grande de nuestra historia económica en ese periodo, ni la desaceleración actual es la peor que ha enfrentado el país.

De manera que tanto la euforia sobre el pasado reciente como el terrible pesimismo que invade al país por los bajos niveles de crecimiento, constituyen reacciones que se apartan de la realidad. A pesar de estos altibajos de los últimos años, no ha dejado de ser cierto que Colombia sigue manejando su economía de manera más acertada que países similares. Cambios positivos y sobre todo negativos mucho más fuertes que los que ha registrado nuestra nación en el lapso desde 1962, se observan tanto en Perú como en Chile.

Pero estas salvedades no quieren decir que vivimos en el paraíso ni mucho menos. Colombia a través de su historia, pero especialmente en los últimos años, ha descuidado la construcción de una base productiva y ha vivido de bonanzas que, según muchos, han sido bien manejadas.

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Y en esto, claro que hay una diferencia con nuestra situación reciente y actual. Primero, esta última bonanza se manejó mal, y lo afirman no solo analistas nacionales sino estudios de instituciones extranjeras que nos comparan con otros países, esos sí potencias petroleras.

El periodo de altos precios del crudo se manejó mal por muchas razones. En primer lugar, no se aplicó una política anticíclica, no se ahorró cuando se podía y ahora en las vacas flacas se están pagando las consecuencias.

En segundo lugar, se aumentó la dependencia del petróleo, en vez de aprovechar esos recursos para diversificar la producción nacional, y por ende las exportaciones.

Previo a la bonanza, 2002-2004, la participación de los ingresos petroleros en el PIB era de 5,4% y diez años después era del 7,6%, uno de los tres peores países del mundo en el manejo de esta bonanza. Caso contrario al de Rusia, que pasó del 28% al 15% (Cullen S. PIIE 2017).

Es decir que se perdió la gran oportunidad de construir esa base productiva que permitiría un mejor manejo de las bonanzas sobre las cuales es poco el control que tiene el país. En parte, esto también obedeció a que no se aceptó que no somos una potencia petrolera y que las negociaciones con las Farc llevarían a acuerdos que necesitarían recursos más allá de los generados por bonanzas.

Qué se prevé para el 2018. Esto depende de quien lo analice, porque como siempre pasa en este país, el pesimismo es mayor entre los analistas nacionales que entre aquellos internacionales que observan a Colombia. Pareciera que aquí se olvida entre los economistas que las expectativas son determinantes para la inversión, de tal manera que nosotros mismos nos estamos encargando de una lenta recuperación de la economía nacional. Los primeros le apuestan al 2,4%, los segundos al 2,7%; la Ocde y el Banco Mundial, al 2,9 y ahora el FMI plantea la posibilidad de que en el 2018 se crezca el 3%.

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En síntesis, aún para los pesimistas colombianos, vamos a crecer más que en 2017, pero estamos muy lejos del promedio histórico del 4% anual. Queda además la pregunta de si este incremento es suficiente para todas las demandas acumuladas en la historia del país, que se suman a las nuevas de una etapa tan compleja como el posconflicto.

El 2,7% parecería razonable, pero siempre y cuando se cumplieran los siguientes puntos:

a.Para el país: tomar los nuevos precios del petróleo como un respiro y no como una bonanza.

b.Para el gobierno: gastarse lo poco que le queda de capital político en iniciar la verdadera reforma rural integral y hacer esfuerzos para aumentar al menos un punto el peso de impuestos/PIB.

c.Para los industriales: propuestas concretas, especialmente sobre agroindustria y nuevos sectores con potencial, y no solo en reducción de impuestos.

d.Para la academia: estudiar y proponer bases para las reformas estructurales para: la universalización de la salud, el sistema general de pensiones, la universalización y gratuidad de la educación por etapas y entender realmente lo que pasa en el mercado laboral.

e. Para los candidatos a la Presidencia: plantear no solo la recuperación de la economía, sino cómo construir una sólida base productiva. No lo están haciendo.

¿Será posible lograr tales niveles de compromiso en este país tan poco dado a consensos?

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