El presidente de EE. UU., Donald Trump, sorprendió al mundo al anunciar en abril de 2025 una nueva serie de aranceles sobre importaciones, con especial foco en productos provenientes de China, lo que despertó las tensiones de lo que muchos califican como una guerra comercial.
Según declaraciones públicas del gobierno estadounidense, se estableció un arancel mínimo del 10% para todas las importaciones. En el caso de China, se estableció una sobretasa adicional del 34% específicamente para productos chinos. En su rueda de prensa, Trump justificó la medida alegando la necesidad de equilibrar las relaciones comerciales y garantizar la seguridad nacional, enfatizando que “lo que se haga en materia de aranceles en otros países, se responderá a la misma altura”.
NEW FULL TARIFF LIST — 🇺🇸 Americans Will Pay This.
Trump’s “reciprocal tariffs” = price hikes for YOU. Not China. Not Europe. You.
•🇨🇳 China: 34%
•🇪🇺 EU: 20%
•🇻🇳 Vietnam: 46%
•🇯🇵 Japan: 24%
•🇬🇧 UK: 10%
•🇮🇳 India: 26%
•🇹🇼 Taiwan: 32%
•🇰🇷 South Korea: 25%
•🇧🇷 Brazil: 30%… pic.twitter.com/YLhlMAubTA— Mario 🇺🇸🇵🇱🇺🇦🇪🇺 (@PawlowskiMario) April 2, 2025
Estas medidas se introdujeron en un contexto de intensificación de la rivalidad comercial que, de acuerdo con datos económicos y evaluaciones de analistas internacionales, se traduce en una presión significativa para Beijing.
El gobierno chino calificó los nuevos aranceles como “prácticas unilaterales y abusivas”, argumentando que vulneran las normas comerciales establecidas a nivel global y representaron un desafío a las reglas de la Organización Mundial del Comercio. De acuerdo con fuentes cercanas a organismos internacionales, la respuesta fue inmediata: Beijing no tardó en anunciar contramedidas, elevando también sus aranceles sobre productos estadounidenses y restringiendo la exportación de ciertos minerales estratégicos.
Estados Unidos y China: una guerra comercial de vieja data

La relación comercial entre EE. UU. y China ha estado marcada en los últimos años por un ambiente de desconfianza e incertidumbre. Durante la administración de Trump, que inició en 2017, se impusieron múltiples rondas de aranceles en un esfuerzo declarado por reducir el déficit comercial y “corregir” lo que se consideraban prácticas desleales por parte de China.
En este sentido, el gobierno de Trump argumentó que las medidas contribuían a equilibrar una relación asimétrica, donde se estima que el déficit comercial se disparó a cifras históricas durante las décadas recientes.
Posteriormente, la administración de Joe Biden mantuvo gran parte de la política tarifaria heredada, incluso incrementando las restricciones en sectores estratégicos. De acuerdo con informes económicos, el comercio bilateral sufrió una caída considerable, afectando a miles de empresas y cadenas de suministro que se vieron obligadas a reconfigurar sus operaciones para mitigar el impacto de estas medidas.
Las consecuencias han repercutido no solo en las industrias de ambos países, sino también en la economía global, pues estas acciones han generado volatilidad en los mercados internacionales y han afectado la confianza de inversores y fabricantes por igual.
La reciente medida de Trump , por tanto, se suma a un largo historial de tensiones. Las autoridades estadounidenses insisten en que estas medidas son necesarias para proteger los intereses económicos y estratégicos del país, mientras que el gobierno chino asegura que responderá con firmeza para defender sus derechos comerciales y su desarrollo industrial.
Antecedentes históricos de la confrontación comercial entre EE.UU. y China

Si bien los aranceles actuales han acaparado la atención mediática, las fricciones entre EE. UU. y China se remontan a varias décadas atrás. Con la apertura de la economía china en los años 1980 y la normalización de relaciones diplomáticas en 1979, el comercio bilateral experimentó un crecimiento acelerado.
Durante este período, EE. UU. apoyó la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001, bajo la premisa de que su integración al sistema global propiciaría reformas en la economía china. Sin embargo, a medida que la producción y exportación china se disparó, comenzaron a manifestarse roces comerciales de diversa índole.
Desde los años 2000, Washington ha criticado de forma recurrente a Beijing por lo que considera prácticas desleales, como la manipulación de su moneda y el robo de propiedad intelectual. Estas acusaciones se hicieron más intensas en la siguiente década, y el déficit comercial —que superó los $300.000 millones anuales en ciertos momentos— alimentó aún más el descontento en sectores industriales y políticos de EE. UU.
En declaraciones públicas, funcionarios estadounidenses han señalado que las políticas de subsidios y ventajas competitivas impuestas por China distorsionan el mercado global, generando una competencia desleal.
Durante la administración de George W. Bush se aplicaron algunas medidas arancelarias selectivas y se mantuvo un perfil diplomático moderado, buscando resolver estas diferencias a través de la negociación y las disputas en organismos internacionales. Con la llegada de Barack Obama, se acentuó el escrutinio, y se implementaron salvaguardias temporales (como el arancel de emergencia a neumáticos en 2009) para proteger industrias consideradas vulnerables. La estrategia se basó en un equilibrio entre medidas de presión y la promoción del diálogo, aunque sin lograr disipar por completo la creciente tensión.
El cambio de paradigma se dio con la llegada de Donald Trump a la presidencia en 2017. Su campaña, basada en la premisa de “poner a Estados Unidos primero”, impulsó una política de confrontación frontal contra lo que él calificaba como prácticas comerciales desleales de China. Así, en 2018 se inició formalmente la guerra comercial con la imposición de aranceles a cientos de miles de millones de dólares en importaciones chinas. Estas acciones fueron seguidas por represalias de Beijing, que implementó sus propias tarifas sobre productos estadounidenses, afectando especialmente al sector agrícola y tecnológico.
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En enero de 2020, se llegó a un acuerdo parcial conocido como la “Fase Uno”, en el cual China se comprometió a incrementar las compras de productos estadounidenses en una cantidad sustancial, a cambio de que EE. UU. moderase la escalada de aranceles. Sin embargo, este acuerdo no logró resolver las profundas diferencias estructurales en la relación comercial. De acuerdo con análisis económicos, el compromiso chino solo se cumplió parcialmente, dejando numerosos puntos de discordia sin tratar.
La política arancelaria de Trump se caracterizó por su carácter punitivo y la aplicación de medidas consideradas históricas en su magnitud. El gobierno argumentó que era fundamental corregir desequilibrios que, según él, perjudicaban gravemente a la industria estadounidense y ponían en riesgo la seguridad económica del país. Al mismo tiempo, Beijing se mantuvo firme en su postura, denunciando lo que considera un abuso del poder económico por parte de EE. UU. y reafirmando la importancia de un comercio justo basado en reglas multilaterales.
La nueva ronda de aranceles anunciada en abril de 2025 reabre viejas heridas y plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de la relación bilateral. Con cada escalada de medidas, empresas y consumidores se ven afectados, no solo en términos de precios, sino también en la incertidumbre que genera un ambiente de confrontación prolongada. En declaraciones públicas, destacados economistas internacionales han advertido que, de mantenerse este clima de tensión, las repercusiones podrían extenderse a otros sectores estratégicos y alterar el equilibrio del comercio global.
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