Por cada venezolano que sale de su país, el régimen dictatorial de Maduro respira profundo y se tranquiliza. Una voz menos, una boca menos, un problema menos. ¿Tienen que resolver esta situación los países vecinos?
Por: Andrés Felipe Gaviria Cano
Antes de comenzar a desarrollar la idea principal de esta columna, y su debido sustento, es menester presentar las cifras de la actual crisis venezolana, una situación real, que se vive a diario, que puede ser mucho más cruenta de lo que se ve en los medios, y que tiene un reloj de arena que corre en contra de todos los opositores al régimen y venezolanos del común. Al año 2017 las cifras de migración legal que se conocieron fueron estas (venezolanos en cada país): 600.00 en Colombia; 290.224 en Estados Unidos; 208.333 en España; 119.051 en Chile; 57.127 en Argentina; 49.831 en Italia; 39.519 en Ecuador; 36.365 en Panamá; 35.000 en Brasil; 32.582 en México. Se calcula a este mes de agosto de 2018, que esas cifras hayan incrementado exponencialmente en cada caso entre un 7% y 10%, lo cual demuestra que el éxodo es imparable, interminable y cada día es mas intenso.
Según Stephane Dujarric, vocero de las Naciones Unidas,»2,3 millones personas han huido de Venezuela en los últimos años». Al paso que van las cosas, en un año es muy factible que solo residan en Venezuela los miembros del gobierno, sus simpatizantes y unos pocos que no tuvieron la suerte de irse o quisieron aguantar la desgracia de ese gobierno. El problema que acá radica es que todo ese flujo de personas está afectando directamente a sus países vecinos, y con ellos generando ya inconvenientes de seguridad, alimentación, educación, trabajo y hasta convivencia. Con semejante flujo de personas y con tan pocas oportunidades que brinda América Latina, que a duras penas alcanza para una parte de las poblaciones natales de cada país, es impensable que exista espacio para atender la demanda de venezolanos. Eso ha llevado a que puestos de trabajo en varios países de Latinoamérica sean ocupados por ellos generando menos costes a los empresarios, lo que traduce en mayor desempleo para los nacidos en esos países, y que ya empieza a generar conflicto entre ellos.
Algunos que no encuentran trabajo han inundado las calles pidiendo limosna, comida y haciendo malabares en los semáforos, otros han ingresado o creado organizaciones delincuenciales y han generado terror en los sitios en donde operan. Las fronteras porosas que tiene Venezuela se han puesto más difíciles de lo que normalmente son, y los presidentes del hemisferio se encuentran en un espacio blanco en donde ninguno se atreve a actuar más allá de los discursos, notas de protesta o el retiro de embajadores en Caracas. Quizá el único presidente que ha querido solucionar el problema de Venezuela desde la raíz ha sido Donald Trump, quien ha venido insistiendo en la necesidad de acabar con ese régimen, así se pudo conocer luego de unas filtraciones en las que él insistía que se debía intervenir Venezuela militarmente. Aunque eso no se ha hecho, su gobierno sí ha ejecutado sanciones a altos personajes de la cúpula chavista o madurista, además de apoyarse en exaliados de ese régimen como la exfiscal Luisa Ortega Díaz para obtener información que permita derrocar al régimen.
Hoy Colombia es el país que recibe mayor flujo migratorio venezolano, pues entran fácil y sin problemas, mientras que otros países, que si han decidido pensar primero en el orden y seguridad de sus poblaciones, como Perú, Ecuador y Brasil comenzaron a ser más rigurosos, pedir pasaportes y empezar a controlar ese flujo desproporcionado que no está generando cosas buenas. Existen teorías filosóficas y políticas donde cada país debe resolver sus problemas y no tienen por qué afectar a sus vecinos, y cabe anotar que en Venezuela no está pasando eso. Tienen una Mesa de Unidad Democrática, MUD, que no sirve para nada, en general la oposición está dividida, algunos tienen sus deslices con el régimen de Maduro, y nadie se pone al frente del cañón para sacar a Nicolás Maduro de la presidencia, lo cual traduce que tan mal no la están pasando, por que incluso se han opuesto a que EE. UU. resuelva ese asunto de manera militar.
Nos vemos obligados a tomar decisiones valientes, disruptivas, necesarias e impopulares, no serán correctas políticamente, pero se debe preservar el interés nacional del orden, la seguridad y las garantías para los colombianos. En mi concepto la frontera con Venezuela se debe cerrar de manera temporal, mientras se hace todo un diagnóstico real de la situación presente en Colombia con quienes ya están acá, saber qué están haciendo, dónde están, bajo qué condiciones lo hacen y poder preparar así una verdadera política de migración controlada, pero de seguir como vamos, las cosas no saldrán bien para los colombianos y mucho menos para los venezolanos.