Viva el periodismo “canalla”: Hoy los periodistas tenemos dos modelos a seguir: el de los medios hegemónicos o el de la prensa independiente.
Por: Wilmar Vera Zapata
Colombia y México son dos países donde ejercer el periodismo se puede considerar una profesión de alto riesgo. Casi mortal. Y es que en ambos países los enemigos casi son los mismos. Por ejemplo, en este año van seis profesionales de la información asesinados en el país norteamericano y en lo que va del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la cifra terrible alcanza los 50, además de varios desaparecidos.
Hoy, último día de febrero, que en Colombia coincide con el Día del Periodista el 9 este mes, en un periódico de Medellín despidieron a 15 colaboradores y la semana pasada, en Bogotá, atentaron contra Julián Martínez, reconocido periodista, experto en denunciar los vínculos del narcotráfico con “gente de bien” en la política, las Fuerzas Armadas, los líderes ganaderos y “polémicos” empresarios. Su ataque demuestra que en Polombia, una de las democracias más consolidadas del continente, quien denuncie y muestre las costuras de la corrupción debe ser silenciado.
Algo similar ocurrió con el asesinato del periodista y magister en Comunicación Política, Eliécer Santanilla, quien estaba detrás de información que demostraría un entramado de corrupción al más alto nivel en el Eje Cafetero. Su crimen, disfrazado de suicidio y luego de lío de amigos, corre el riesgo de ser manipulado por fuerzas oscuras que todo el mundo sabe quiénes son pero entre los medios de Armenia prefieren guardar silencio para no perder la pauta oficial.
El tema es de gran preocupación porque en una sociedad sana los periodistas y los medios son los guardianes de la fe y los recursos públicos. Por décadas, los profesionales de la información eran respetados por todos los actores del conflicto, fueran estatales o ilegales. Fue con la llegada del criminal y narcoterrorista Pablo Escobar que esa burbuja explotó, demostrando que para sus intereses todos podían ser comprados o asesinados. Herencia maldita de la que aprendieron para señalar y amenazar los diversos grupos guerrilleros, las fuerzas paramilitares y hasta la sociedad civil junto al Estado.
Hoy los periodistas tenemos dos modelos a seguir: el de los medios hegemónicos o el de la prensa independiente. En los primeros, malos ejemplos abundan de estrellitas que se creen constelaciones y que porque tienen espacios o dirigen otrora grandes medios y noticieros confunden opinión personal con información. Que ésta sea un bien susceptible de ser comercializada es una verdad de la profesión, pero no se pueden usar páginas y micrófonos, cámaras y portales para mentir o sesgar el trabajo de búsqueda de la información.
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Torcer la realidad para acomodarla a los gustos e intereses de los conglomerados dueños del país –y por ende de los medios- no es periodismo, es propaganda.
De otro lado están numerosos medios independientes, sobre todo portales digitales y radiales, quienes se encuentran realizando el trabajo de desnudar la corrupción de forma seria y constante. Por supuesto los acostumbrados a periodistas serviles tachan de canallas los que colocan los reflectores en sus triquiñuelas y marrullas, nostálgicos de épocas en los que cuando sacaban sus vergüenzas terminaban en el exilio o amenazados. Pero ese es el periodismo que necesita la Colombia comprometida y sufriente, la que está cansada de ver a los mismos burlarse de los más necesitados y pisotearlos sin consecuencia ni reproche, sean infalibles jerarcas de la Iglesia, corruptos caciques políticos o cuestionados líderes de gremios.
Urgimos de un periodismo que sirva, como decía Ryszard Kapuscinski, para encender la luz de la corrupción y mostrarle a la sociedad dónde se esconden las cucarachas.
Y si eso es ser canalla, bienvenido el necesario periodismo canalla.