9 de abril, pero de 1813

El 9 de abril de 1813 Manuel del Castillo y Rada le escribió una carta al diablo. Sucedió en el vaivén de las guerras independistas de nuestra república

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El 9 de abril de 1813 Manuel del Castillo y Rada le escribió una carta al diablo. Sucedió en el vaivén de las guerras independistas de nuestra república. Por aquellos años, Simón Bolívar disfrutaba de una reciente amistad: el venezolano Antonio Nicolás Briceño. Se dice que a Briceño lo apodaron “El Diablo” desde su juventud por su representación de lucifer en una obra de teatro religiosa. Sea cierto o no, años después consiguió todos los méritos necesarios para llevar consigo tan inconfundible apodo.

Briceño tuvo tierras colindantes a las de Simón Bolívar, casualidad que los llevó a ser enemigos por disputas propias de vecinos, para luego zanjar una amistad donde el libertador le entregó su entera confianza y favor. Por otro lado, estaba Manuel del Castillo y Rada, un hombre muy honrado para su época. Del Castillo y Rada era Cartagenero y nació en 1776. A los 21 años fue regidor del Cabildo, fue candidato a la vicepresidencia en dos ocasiones, fungió como diputado y tuvo un prolífico desempeño como ministro de hacienda, en el que nos dejó de recuerdo su más prolija invención: el impuesto a la renta.

Aunque la historia de la independencia suele contarse con cierta indiferencia, como si se tratase de un proceso lineal entre el 20 de julio de 1810 y el 10 de agosto de 1819, es necesario reconocer que se enfrentaron grandes derrotas antes de vencer al yugo español. Uno de esos tragos amargos fue el triunfo de Domingo Monteverde sobre las tropas revolucionarias, con lo que los españoles consiguieron la caída de la primera República de Venezuela. El pueblo que soñaba con la independencia quedó desahuciado, lo que llevó a Briceño a buscar venganza.

Antonio Nicolás Briceño, lleno de odio, una vez ubicado en San Cristóbal con sus tropas encontró a dos comerciantes canarios, cuyo único pecado era el de ser españoles. Ambos comerciantes fueron decapitados, pero la muerte no fue suficiente para calmar a “El Diablo”, fueron decapitados y sus cabezas enviadas, junto con cartas remisorias, a Bolívar y a Del Castillo como muestra de un triunfo. Las cartas proclamaban con orgullo la muerte de sus víctimas, con el especial detalle de que cada una, en su primera línea, fue escrita con la sangre de los inocentes.

Bolívar respondió con indiferencia. Promovió una investigación por las muertes, sin que llegara a nada. Por su lado, Del Castillo quedó tan sorprendido y aterrado con el suceso que le escribió una carta a Briceño en respuesta. Esta carta constituye una de las mayores muestras de civismo que nuestra república ha presenciado, incluso más de doscientos años después, cuando aún confundimos el morbo con la victoria. Aquí se transcribe el documento en su totalidad:

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“Campo de Laura 9 de abril de 1813. Seis y media de la noche. Me ha estremecido el acto violento que se ha ejecutado hoy en San Cristóbal; pero me ha horrorizado más el que, deponiendo todo sentimiento de humanidad, haya comenzado usted a escribir su carta con la misma sangre que injudicialmente se ha derramado, y que me haya remitido la cabeza de una de las víctimas. Crea usted que ni mi religión, ni mis principios, ni mi humanidad, permiten excesos semejantes. Soy el más enemigo de nuestros opresores; pero no me revisto de la fiereza de un tigre para proceder contra los que quizá no tienen más delito que haber nacido al otro lado océano. Usted ha faltado al tratado por el cual hemos convenido que no se cometería un exceso tan inhumano y tan injudicial.

Yo, y menos mi oficialidad, no hacemos liga con jefes que sólo se divisan con la injusticia y la inhumanidad. El castigo de los reos y culpables se hace usando de todos los trámites que la ley, la justicia, la razón y la misma religión cristiana prescriben; y no fusilando indistintamente a todo europeo, sin autoridad y sin juicio. Le juro a usted por lo más sagrado que encierran el cielo y la tierra, que a la menor noticia que tenga de haberse cometido otro exceso igual, marcho en retirada, abandonando la suerte de Venezuela, para informar a la Nueva Granada entera de las aflicciones y excesos con que se azota a los pueblos que se trata de liberar. Hoy no abandono el territorio reconquistado, por que no crea el enemigo que somos cobardes, o que estamos atacados por otra parte; pero esté usted en la inteligencia de que ahora mismo parte al Congreso su carta original, con informe, para que por ningún caso presten auxilios que sirvan de apoyo a la fiereza y a la crueldad.

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Devuelvo la cabeza que se remitía. Complázcase usted en verla y diríjala a quien tenga el placer de ver a las víctimas que ha sacrificado la desesperación. Mis tropas no se alimentan con semejantes espectáculos. Los deberes que le imponen la religión y la patria son motivos bastantes para inspirarles todo el valor que es necesario, para hacer la guerra, como la han hecho todas las naciones del mundo aun las más bárbaras. No tengo fusiles ni pólvora para enviar a usted; y aun cuando las tuviera no las remitiría, para no concurrir ni indirectamente a la ejecución humana que usted ha empezado.

Dios guarde a usted muchos años B.L.M. de usted su afectísimo servidor, Manuel del Castillo. Al ciudadano coronel de caballería, Antonio Nicolás Briceño”.*

Briceño cayó bajo el poder de los defensores del régimen español y fue fusilado a los pocos días de que esta carta fuese entregada. Bolívar llegaría a Cartagena esperando apoyo para tomar Santa Marta y viajar de nuevo a Venezuela, en un nuevo intento de liberar aquel territorio. El Gobierno de Cartagena era liderado por entonces por Del Castillo que se negó a ceder a las pretensiones de Bolívar. Esta disputa desencadenó que Bolívar sitiara Cartagena desde mediados de marzo a inicios de mayo de 1814. Bolívar, incapaz de alcanzar su objetivo, renuncia y viaja a Jamaica. Pocos meses después, la corona española envía a Morillo para recuperar Cartagena, enjuiciando a Del Castillo y fusilándolo en 1816.

Existen disputas sobre Del Castillo. Durante mucho tiempo se le consideró como un traidor a la patria, mientras otras posiciones defienden su manera de actuar y su desconfianza hacía Bolívar.

Lo cierto es que su carta dirigida a Briceño en 1813 es una muestra de fiereza, encontrar personas dispuestas a dejar su pellejo por la honradez es una tarea imposible. El hecho de que despreciara prácticas tan inhumanas poniendo primero sus principios y arriesgándose a ser relegado, para ser luego condenado por sus compañeros revolucionarios, es la mayor muestra de humanismo de un personaje que aún hoy, más de dos siglos después, no terminamos de estudiar.

*: Historias detrás de la Historia de Colombia. Eduardo Lemaitre. Primera edición, editorial Planeta. 1994. Páginas 100-104.

Orlando David Buelvas Dajud
X: @orlandobuelvasd

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