Muerte a terroristas

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Por: Abelardo de la Espriella

Dos coyunturas históricas recientes destruyeron, a mi juicio, el alma de la colombianidad. La primera de ellas, de la mano del hombre más nefasto que ha parido esta tierra: Pablo Escobar. Gracias a la “explosión” del negocio del narcotráfico bajo la dirección del jefe del cartel de Medellín y los billonarios recursos que esa maldita actividad genera, miles de jóvenes de la época hasta nuestros días alimentaron para sí mismos y para quienes los rodean la falsa idea de que el dinero fácil que produce la droga es la manera adecuada de salir adelante en la vida. ¿De qué sirven el colegio y la universidad, si se puede “traquetear”?

La segunda circunstancia que terminó de corroer los cimientos de nuestra democracia e institucionalidad y, por ende, del espíritu de la sociedad, acaeció por “obra y gracia” del segundo sujeto más deleznable al que hemos padecido: Juan Manuel Santos, el tartufo. Como consecuencia de un proceso de paz en el que el Estado claudicó vergonzosamente ante la subversión, los bandidos de toda laya creen que, entre más miserables, violentos, infames, sádicos y crueles sean, las posibilidades de obtener gabelas jurídicas y beneficios incontables crecen exponencialmente. Para la muestra un ejemplo: los “honorables” congresistas de las Farc, que hoy despachan desde el Capitolio Nacional, tienen entre ellos más muertos que votos, y ahí están posando de faros morales de la República. Ya no se necesitan apoyos para hacer política o una buena hoja de vida: basta con acumular crímenes en el prontuario.

El ejemplo terrible que se ha dado empieza a pasar factura; no en vano el país entero está tomado por organizaciones criminales que hacen las veces del Estado en las regiones, imponiendo una ley que no contemplan los códigos ni la Constitución Nacional. Lo he dicho muchas veces: el Estado ha de ser como un paterfamilias, severo y contundente, que produzca, en los administrados, respeto, consideración y ¿por qué no? Miedo, cuando sea menester. Si no hay disciplina el caos reinará; de eso no hay duda.

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Parte del trabajo de los enemigos de la democracia, cuya vertiente más peligrosa y dañina se encuentra asentada en la extrema izquierda, ha consistido en mostrar a los buenos como malos y viceversa. Para la lógica mamerta, está bien que un facineroso incinere a un policía, pero ¡ay del pobre funcionario si se defiende y repele la agresión! ¡Que no se nos olvide que la ley, la jurisprudencia y la normativa internacional autorizan, de manera expresa y clara, a la Fuerza Pública a defender con las armas la honra, vida y bienes de los colombianos!

La explosión hace tres días de un carro bomba en la escuela de policía de Bogotá debe ser la última de las incursiones terroristas de aquellos que tantas veces se han burlado del anhelo de paz del pueblo colombiano. Debe caer contra el ELN y sus socios de las “disidencias” de las Farc una mano de hierro implacable. No más diálogos inanes y mentirosos; hay que perseguir a los terroristas y darlos de baja, para que todo el que se atreva a tanto, entienda, de una buena vez, que la única suerte que le espera es la tumba. No hay de otra para contener tan delirante violencia: 21 muertos y más de 60 heridos, cientos de sueños truncados y vidas destruidas, gente humilde y trabajadora. ¡Cómo me duelen! La Ley 556 es la solución. ¿Y cuál es esa?, se preguntarán ustedes. Pues el calibre del fusil; ese no falla. No estamos en Suiza; la problemática de Colombia requiere soluciones extremas y radicales.

Confío en que el presidente Duque hará lo que corresponde: El primer mandatario ama esta patria como el que más y, amparado en la razón y la ley nos protegerá del cáncer del terrorismo.

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La ñapa I: Para empezar a cambiar las cosas, los periodistas deberían dejar de entrevistar y darles vitrina a los bandidos de la guerrilla, desmovilizados o enmontados. ¡Eso no está bien!

La ñapa II: No se les haga raro que detrás de la bomba estén, además del ELN, Iván Márquez, el paisa y otros jefes de las Farc, precisamente para evitar sus extradiciones y la de Jesús Santrich. La combinación de todas las formas de lucha sigue vigente para esas alimañas.

La ñapa III: Calladitos todos los “grandes opinadores” sobre las revelaciones en el caso del Chapo Guzmán que involucran a Ernesto Samper: se trata de hechos nuevos que deben ser investigados minuciosamente.

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