Avanzar en derechos sin frenar desarrollo empresarial

Aunque representan logros históricos, algunos derechos laborales han frenado la formalización y asfixiado a las pequeñas empresas. ¿Es hora de repensarlos sin eliminar su espíritu protector?

Avanzar en derechos sin frenar desarrollo empresarial
Foto: Redes sociales

Hoy vale la pena detenernos, una vez más, a pensar en la reforma laboral. O, mejor aún, a cuestionar el enfoque tradicional con el que se ha planteado este debate. ¿Y si nos preguntamos con honestidad cuál es el verdadero salto que necesita Colombia en materia de derechos laborales, sin desligarlos del crecimiento empresarial?

Porque no se puede hablar de bienestar laboral sin hablar, al mismo tiempo, de economía. El desarrollo empresarial y el crecimiento económico no son lujos opcionales: son el soporte indispensable para garantizar cualquier avance real y duradero en derechos laborales. No se trata de merecimientos, nadie discute que los trabajadores los tienen, sino de equilibrio. De construir derechos que no solo se conquisten, sino que también puedan sostenerse en el tiempo con responsabilidad y sentido común.

Todos soñamos, todos aspiramos, todos queremos más. Pero si no hay una base que respalde esos sueños, por muy legítimos que sean, lo más probable es que terminen desvaneciéndose. Eso ocurre con muchas conquistas sociales cuando se entregan sin mirar si el entorno productivo puede realmente sostenerlas.

Tomemos como ejemplo algunos logros laborales en Colombia. Las primas, por ejemplo, son un derecho poco común en el mundo, y representan una obligación inamovible para las empresas, sin importar su situación financiera. En la pandemia, mientras muchas compañías estaban al borde del cierre, sin ingresos y endeudadas, debieron pagar primas. Fue para muchos una carga injusta, pero era una obligación ineludible.

Otro caso: los festivos. Aunque somos un Estado laico, Colombia mantiene más de 20 días feriados al año, muchos de ellos religiosos. Esto ha tenido efectos mixtos: si bien ofrece descanso, también distorsiona el funcionamiento del mercado laboral. Incluso ha sido usado como argumento para no aumentar los días de vacaciones de 15 a 20, como algunos sectores proponen. Y para los trabajadores informales—más del 54% de la fuerza laboral—estos festivos no existen.

También está la indemnización por despido, una conquista laboral que ha llevado a muchas pequeñas y medianas empresas a evitar contratos laborales formales. El temor a las cargas legales y el periodo de prueba tan corto hacen que muchas opten por otras formas de contratación.

La caja de compensación, por fortuna, ha evolucionado. Antes se asumía que toda la carga del sistema recaía sobre las empresas. Hoy, se comparte entre empleador y empleado. Sin embargo, persiste el debate sobre el salario mínimo. Aunque para muchos sigue siendo bajo frente al costo de vida, lo cierto es que su impacto real sobre una empresa va mucho más allá del valor mensual que recibe el trabajador. Con aportes, cargas prestacionales e impuestos, el costo casi se duplica.

Así, para una microempresa con cinco empleados formales, la carga puede llegar fácilmente a los 15 millones de pesos mensuales. ¿Y eso sin contar impuestos? Entonces, ¿es justo decir que una empresa que no puede formalizar a sus trabajadores no debería existir? Es una afirmación que se escucha con frecuencia, pero que ignora las consecuencias: más desempleo, más informalidad, más pobreza.

Es un debate histórico, politizado, atravesado por discursos clasistas, resentimientos y posturas extremas. Pero también hay que decirlo: el empresariado colombiano ha sido tímido al defender su rol y su importancia. Se ignora que en Colombia hay muy pocas grandes empresas, y que el tejido empresarial es débil. Incluso, estamos por debajo del promedio latinoamericano. No podemos compararnos con potencias como Brasil, España o Estados Unidos.

Y así llegamos a una conclusión que se repite una y otra vez, y que no por repetida es menos cierta: Colombia necesita más empresas. Muchas más. Necesitamos fomentar el emprendimiento y la creación de empresas para dinamizar el mercado, mejorar la competencia, elevar la calidad de los servicios. Pero también necesitamos grandes empresas. Y estas no se crean de la noche a la mañana. Para atraerlas, hay que ofrecer condiciones: infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria de calidad, seguridad jurídica y física, energía suficiente, servicios básicos garantizados y, sí, una reforma tributaria que haga más competitivo al país.

Porque la verdadera reforma laboral que necesita Colombia no se decreta desde el Congreso. Se construye trayendo más empresas al país. Empresas que generen empleo digno, mejor remunerado, con condiciones modernas, flexibles, y tecnológicamente avanzadas.

Solo así podemos proteger a esa mitad del país que hoy tiene un empleo formal. Solo así podremos aspirar, sin ingenuidad pero con determinación, a tener un país con 82% o incluso 86% de empleo formal, con buenos salarios y condiciones laborales reales. Empresas que lleguen a ciudades intermedias, que reactiven las economías regionales, que diversifiquen el desarrollo más allá de Bogotá, Medellín o Cali.

Pero nada de esto será posible si no dejamos de lado la rabia, el resentimiento y la politización. Lo que necesitamos es una visión responsable, firme y sensata. Solo así podremos construir un mejor país para todos.

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