Final de la partida

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Los partidos políticos tradicionales no fueron capaces de hacer elegir sus candidatos.


Por: Rudolf Hommes

Llegamos finalmente al día de las elecciones presidenciales con dos candidatos que han dividido el país y una minoría que se empeña en votar en blanco para dejar un testimonio de que no le gustan los dos. En el tiempo recorrido desde que se convocó el plebiscito para aprobar el acuerdo de paz, que ganó el No por una fracción, ha cambiado radicalmente el escenario político de Colombia. Los candidatos que parecían seguros ganadores están ahora olvidados, los que se les enfrentaron están casi todos en igual o peor situación.

Los partidos políticos tradicionales y los emergentes no fueron capaces de hacer elegir sus candidatos, y la mayoría de ellos se han ido a parar a los pies del aspirante con mayores posibilidades de ganar, a ver qué migajas recogen. Le están apostando a que va a incumplir la promesa de combatir la corrupción y la politiquería.

La derecha ha logrado que ya no sea de mal gusto ser de derecha, como lo fue durante muchos años, un legado del Frente Nacional y de la modernización del país que no valoramos suficientemente y ahora se ha perdido. Pero si alguien se mueve hacia la izquierda, lo estigmatizan, o tratan de hacerlo, salvo casos muy específicos que se han ganado el derecho de tener esa orientación.

Muchos de los que están ahora haciendo proselitismo a favor del voto en blanco, sobre todos los más beligerantes, en realidad le tienen miedo a la izquierda o a relacionarse con ella. La izquierda no ha logrado que la democracia colombiana la acepte o considere que es una opción legítima para gobernar, algo que ha conseguido la derecha con Álvaro Uribe.

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A pesar de todo lo anterior, no se puede ignorar que esta es quizás la primera vez en muchos años que la gente tiene la oportunidad de escoger entre candidatos que ofrecen programas indiscutiblemente diferentes. Álvaro Jaramillo, un adivino ‘amateur’ de resultados electorales, le atribuye al profesor Eduardo Posada Carbó la observación de que “tenemos elecciones con opción” y que esto es lo que hace que sean verdaderamente democráticas. Ya no tenemos que escoger entre Tararí y Tarará (Twidledee y Twidledoom) como en el “país de las maravillas”, sino entre candidatos que representan maneras de pensar diferentes y ofrecen futuros que son excluyentes, por lo menos parcialmente, y suscitan miedos también distintos.

Otro avance importante es el nuevo alineamiento masivo alrededor de los dos extremos del espectro político y un despertar de movimientos o iniciativas de centro con vocación de poder e intención de jugar un papel moderador en la escena política. Puede ser el escenario en el que desaparecen los partidos tradicionales y se desvanecen peligros latentes como los partidos cristianos y los que promueven la intolerancia.

Esto parece indicar que se van a consolidar tres partidos, uno de derecha, que ya existe; otro de izquierda, si los líderes manejan sus egos, y uno de centro. Este tendrá un papel moderador y será el aliado que hará posibles coaliciones de centroizquierda o de centroderecha, como lo hacía en Alemania el Partido Democrático Libre (FDP) o podría liderar sucesivos gobiernos de centro en alianza con facciones moderadas de los partidos en los extremos.

El voto en blanco no nos conduce a esa posibilidad. Es renunciar a la paz sin contar con el poder ni los elementos para impedir que un gobierno que quiere echarla para atrás lo consiga. Es archivar una reforma rural que resarza a los campesinos de las injusticias y promueva la prosperidad en los territorios. Es olvidarse de millones de desplazados por la violencia que malviven en las ciudades. Es dejar para después lo que se necesita hacer en materia de distribución, acceso y justicia social.

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