La escena parece salida de una película futurista: un analista de microcrédito conversa tranquilamente con un pequeño comerciante en una zona rural. No toma apuntes, no llena formularios, no consulta su celular. A su lado, un asistente virtual lo escucha todo, procesa la información, diligencia la solicitud de crédito y ofrece recomendaciones personalizadas.
No es ciencia ficción. Es el presente —y el futuro inmediato— del microcrédito en Colombia, impulsado por la inteligencia artificial. Así lo explica Héctor Obregón, CEO y cofundador de Kata Software, empresa que desarrolla soluciones tecnológicas para entidades financieras en América Latina, durante una entrevista concedida a 360 Radio en el marco del Congreso de Asomicrofinanzas 2025, realizado en Bogotá.
“La inteligencia artificial no llega para reemplazar al analista, sino para potenciarlo. Lo que estamos construyendo es un asistente virtual que conoce el negocio, la institución, al cliente, y permite que el analista se concentre en la conversación humana. El sistema escucha, comprende y diligencia todo sin necesidad de capturar manualmente información”, explicó Obregón.
En un país donde el acceso al sistema financiero aún es limitado en zonas rurales y los datos digitales escasean entre los microempresarios, la apuesta por una tecnología que fortalezca —y no elimine— el rol humano parece ser la clave.
¿Cómo está transformando la inteligencia artificial al microcrédito en Colombia?
La propuesta de Kata Software consiste en integrar un asistente de inteligencia artificial a los dispositivos móviles que usan los más de 8.000 analistas de microcrédito en Colombia. Esta herramienta no solo escucha las entrevistas con los clientes, sino que está entrenada para entender el contexto, las reglas de negocio de cada entidad, el historial del cliente y el tipo de operación que se está realizando: colocación, cobranza, renovación, entre otras.
“Imagina que cada analista tuviera su propio secretario personal, experto en microfinanzas, que le ayuda a tomar decisiones, reducir errores y ahorrar tiempo. Incluso puede anticiparse: si soy un analista nuevo, puedo preguntarle al sistema ‘¿qué hago si el cliente no me quiere pagar?’ o ‘¿cómo tratar a Andrés según su historial?’”, comentó Obregón.
En contextos tan variables como el microcrédito productivo, donde no hay reportes contables ni bases de datos formales, esta herramienta se convierte en una forma de “leer” al cliente desde lo cualitativo, sin sacrificar el rigor.
Pero el avance no se detiene ahí. Obregón proyecta que, en poco tiempo, estos asistentes también podrán procesar fotos de documentos, ubicaciones, imágenes de los negocios, y generar solicitudes completas sin intervención humana. A largo plazo, podrían incluso priorizar visitas, anticipar riesgos y recomendar estrategias personalizadas a cada analista.
Uno de los mayores temores frente a la inteligencia artificial en sectores como las microfinanzas es la deshumanización del proceso y la posible desconfianza por parte de los clientes, especialmente en zonas rurales.
Obregón es enfático: el vínculo personal no se toca. “El asistente no viene a reemplazar la relación humana. En regiones apartadas, la gente confía en el analista, no en una aplicación. La IA no debe —ni puede— sustituir ese lazo”, sostiene.
Por eso, en el diseño de su herramienta, el cliente no interactúa directamente con la inteligencia artificial, salvo en casos muy puntuales y automatizables como una cobranza preventiva o la renovación de un crédito con excelente historial. En todos los demás escenarios, el humano sigue siendo el puente entre la tecnología y la realidad del cliente.
“La misión del microcrédito no es solo entregar dinero, es acompañar al microempresario, entender su entorno y ayudarlo a crecer. En eso, el analista sigue siendo indispensable. La IA está para servirle a él, no para desplazarlo”, subrayó.
Colombia, un terreno fértil para la innovación
Aunque Kata Software tiene operaciones en 12 países de América Latina, Colombia se ha convertido en su mercado más importante. ¿La razón? Una combinación de regulación estricta, necesidad de eficiencia y apertura al cambio.
En Colombia, las tasas de interés para microcrédito están reguladas, lo que obliga a las instituciones a ser más productivas y buscar soluciones tecnológicas para reducir costos sin sacrificar la calidad del servicio. “He traído clientes mexicanos a conocer entidades colombianas, y quedan sorprendidos. La productividad acá es el doble o triple que en México. Allá las tasas superan el 100%, entonces hay más holgura, pero también menos eficiencia”, explicó Obregón.
Según él, esta presión regulatoria ha generado un ecosistema donde las entidades están dispuestas a innovar y adoptar herramientas como la inteligencia artificial, siempre que se integren de forma coherente y respetuosa con el proceso social del microcrédito.
“En Colombia casi no existe el crédito comunal precisamente por el tope de tasas. Yo sugeriría al regulador abrir una categoría especial para ese tipo de crédito, con un techo más alto, para llegar a la base de la pirámide sin romper el sistema. Pero fuera de eso, el marco ha funcionado y ha obligado al sector a volverse más técnico, más estratégico”, señaló.
La inteligencia artificial también abre la puerta a nuevos niveles de capacitación, tanto para los analistas como para los propios microempresarios. Una herramienta que no solo asista en el crédito, sino que también sugiera aprendizajes, brinde acompañamiento y facilite el acceso a contenidos formativos podría convertirse en un catalizador de transformación social.
“Con la IA vamos a poder capacitar mejor a los equipos de campo y educar a los clientes. Hay riesgos, claro: laborales, sociales, éticos. Pero si nos enfocamos solo en lo negativo, nos paralizamos. La clave es avanzar con inteligencia, con responsabilidad y con una visión clara de que esto es una herramienta al servicio de las personas”, concluyó Obregón.
Lo que hace unos años parecía inalcanzable, hoy está a la vuelta de la esquina. La inteligencia artificial ya no es un lujo ni un experimento: es una necesidad operativa, una ventaja competitiva y, sobre todo, una posibilidad para que los microcréditos lleguen más lejos, con más impacto y menos barreras.