La madrugada

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Tal vez no haya forma de describirla. En la madrugada el tiempo converge en momentos disimiles, indescifrables, minutos que se parten en mitades y segundos paralizados para siempre. Es el único momento en el que no le debemos nada a nadie. La madrugada es uno de los pocos misterios que nos quedan aún por resolver.

El día, por su parte, es predecible, agresivo y monótono, preludia a los laberintos de la noche que llegan sin avisar y se van sin esperar. De acuerdo con un estudio[1], la hora en que los corazones fallan con mayor frecuencia es a las 11 de la mañana, hora desatenta en que la muerte se pasea dejando aquel mítico olor a flores en los pasillos de los hospitales, como antesala del adiós definitivo.

La madrugada, en cambio, protesta contra la muerte y se precisa como el momento en que el mayor número de nacimientos suceden, siendo la hora las cuatro de la mañana y el mes septiembre, los elegidos con preferencia por aquellos que están por nacer para llegar a este mundo inclemente. No es casualidad que sea de madrugada, cuando es otro mundo el que los recibe. Con sus misterios, con su indiferencia.

Pero la madrugada es legendaria. No tiene un espacio de tiempo que permita establecerla ni conceptuarla, es un momento en el que vivimos como agradecía Borges: “con el deber de destejer el universo”, pero sin la premura de la cotidianidad, la madrugada es onírica porque no existe y cuando existe existimos para ella; esta acumula los segundos a su acomodo, hace que las horas pasen a su antojo, mientras sus espectadores contemplan su bastedad como inocentes participes de un universo que no hace menos que avanzar, en la perfecta condena que es el tiempo.

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Tal vez los sueños que soñamos no sean más que madrugada. Una visita a ese mundo quimérico donde, con seguridad, aún viven las ilusiones que dejamos en la niñez. Por eso, siguiendo al poeta argentino, la noche no quiere más a que olvidemos nombres, causas y tiempos para abandonarnos en una mirada al vacío que nos observa fijo a los ojos.

La madrugada es caprichosa y juega con sus espectadores. Aun cuando parece dar tregua, despoja a los soñadores de sus momentos más apasionantes, para despertarlos en reclamo a que la acompañen en su soledad. Y así empieza la vigilia, mirando el techo, contando los segundos, entendiendo que para sobrevivir de las tres a las cuatro de la mañana sólo basta con abrir y cerrar los ojos, mientras que de cuatro a cinco el tiempo se recrudece para torturar a los atrevidos que anden retándolo.

Decía Neruda que “las copas se llenan y vuelven naturalmente a estar vacías y a veces en la madrugada, se mueren misteriosamente” tanto las copas como los que las beben desaparecen en la madrugada para volver a aparecer, porque no se trata de un lapso de segundos estirados, sino de la ilusión de un mundo donde todo está permitido, en el que los muertos y los vivos merecen segundas oportunidades, mientras el olvido se encuentra con el perdón.

La madrugada, en su inmensidad, desaparece junto a sus espíritus cuando la luz del día pide su turno, despojándose de las promesas, las ilusiones, llenando de olvido los sueños y relegando a la eternidad otra madrugada perdida que no volverá, dejando tras de sí los cadáveres de los pensamientos y las huellas de los minutos.

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Y así será siempre, la madrugada se perderá cada mañana en su pacto con la eternidad, para volver a nacer y empezar cada vez con la misma rigurosidad, dentro del ciclo eterno del que es participe.

[1] https://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/02/120223_riesgo_muerte_subita_ar

Orlando David Buelvas Dajud- @orlandobuelvasd

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