Los colombianos han escuchado, año tras año, gobierno tras gobierno, regional o nacional, la cantidad de recursos públicos que se roban a diestra y siniestra, muchas veces sin mayor consecuencia. Recursos públicos que todos pagamos, que los colombianos aportan a través del pago de sus impuestos, que vienen también de la producción natural de las actividades de nuestro país y, desde luego, muchas veces e increíblemente, dineros que tanto empresarios privados como otros gobiernos terminan donando al país.
De manera que la corrupción no desconoce la procedencia del recurso; lo único que conoce es la necesidad extrema de echarle mano a cuánto billete verde se mueva. Lo que estamos viendo en el gobierno de Gustavo Petro, lo hemos visto en todos los demás gobiernos; se ha representado en distintas figuras, en distintas formas. Pero sin duda, lo que más le pega a este gobierno, es que si de algo hablo era de hacer el cambio y combatir la corrupción frontalmente y llegó, en buena parte, gracias a ese discurso en contra de lo que ellos consideraban el establecimiento.
Apegandonos a la estricta verdad el sistema colombiano es sumamente propicio para que la corrupción prospere por crear un sistema de contrapoderes que limiten una autocracia o un sistema presidencialista, el cual Colombia lo es, de todas maneras. Pues lo que se ha logrado es ponerle precio a esos contrapoderes, al legislativo, a la justicia y, muchas veces, a otros agentes de poder demasiado importantes.
Se ha permitido que se normalice la regla de que, para contratar con el Estado, hay que utilizar el CVY:»cómo voy yo» para poder que le den la entrada al estamento público.
La hipocresía sin lugar a dudas ha acompañado al país en muchísimos niveles porque millones de colombianos se rasgan las vestiduras hablando de corrupción, criticando la corrupción, criticando a los políticos, despotricando de ellos, pero a la más mínima posibilidad de sanción de tránsito, la gente habla de «venga, colabóreme que yo le colaboro».
La gente en Colombia está predispuesta a continuar esa cadena de corrupción a la cultura del atajo, pero también es muy ladrón el que se roba millones de pesos pero también es muy ladrón el que corrompe a las autoridades para que no lo multen, también es muy corrupto quien hace triquiñuelas para no presentar verdades ante sus socios en una empresa, ante las autoridades tributarias.
Colombia practica la corrupción en todos los niveles; en algunas ocasiones es más escandaloso que en otro pero realmente desalentador el panorama en esta materia.
Consultas anticorrupción como las impulsadas por Claudia López fueron un desperdicio de recursos públicos, solamente sirvieron para servirle a ella en su interés político de hacerse alcaldesa de Bogotá y, por más reglas, normas y leyes que se creen para combatir la corrupción, siempre habrá la forma de hacerles frente y más en una mentalidad como la colombiana.
Así duela hay que decirlo, no son todos los colombianos, pero muchísimos colombianos saben que han tenido, por activa o por pasiva, muchas veces que cometer actos de los cuales no están orgullosos y, como es impopular plantear esta reflexión, nosotros la queremos hacer, esperando que exista un cambio, no político, sino un cambio social y humano desde las personas primero, para que luego lo podamos ver reflejado en nuestros políticos, porque recordemos que los políticos no llegan solos.
Hoy las personas se quejan y son hilarantes criticando a un político, pero persona va y elijen los mismos, entonces qué responsabilidad tiene la ciudadanía. Cuando una persona va y le pide a un político que le dé un contrato, que le dé un puesto con la hoja de vida brazos, cree que eso es gratis, cree que eso no tiene ningún costo. Como diría por ahí, «no hay almuerzo gratis». En la medida que las personas entiendan que no hay almuerzo gratis, van a saber que, en definitiva, están haciendo parte de la cadena.