En las plazas, en los parques y hasta en los correos electrónicos del trabajo, se percibe un cambio sutil pero persistente: muchos colombianos están optando por bajar el ritmo. No se trata de una moda pasajera, sino de una reconfiguración de prioridades que afecta la manera de trabajar, de viajar y de consumir en las ciudades. Esta “cultura del tiempo lento”, heredera del movimiento internacional slow living y del slow travel, gana terreno en un país que durante décadas midió estatus y éxito por cuántas cosas se podían hacer a la vez.
La transformación no es sólo anecdótica. Encuestas recientes muestran que una porción importante de la población estaría dispuesta a sacrificar parte de su remuneración a cambio de más tiempo libre, y que la demanda por formas laborales flexibles se mantiene alta. Ese replanteamiento personal y colectivo tiene efectos concretos sobre la oferta de servicios urbanos, el turismo y las prácticas de consumo.
Panorama general: Uno de los factores que más ha impulsado la relevancia del tiempo como valor es la experiencia de la pandemia y la generalización del trabajo remoto o híbrido. Estudios realizados en Colombia y en la región muestran que los trabajadores priorizan la flexibilidad y la conciliación: un porcentaje significativo prefiere esquemas híbridos y valora la posibilidad de reducir jornadas presenciales para recuperar tiempo personal. Esa demanda, a su vez, empuja a empresas y reclutadores a reimaginar horarios, beneficios y medidas de bienestar.
Pero el cambio va más allá del formato laboral: varios sondeos revelan que aproximadamente un tercio de los colombianos estaría dispuesto a aceptar un salario menor si a cambio obtiene más tiempo libre. Esa disposición es sintomática de un ajuste de valores donde el bienestar y las experiencias,y no sólo la acumulación de bienes o el ascenso profesional, ganan peso en las prioridades individuales.
Por qué es importante: Las dinámicas urbanas también están reajustándose. Desde iniciativas de movilidad más humana hasta políticas que promueven espacios públicos de calidad, algunos municipios empiezan a poner en práctica medidas que facilitan el disfrute pausado de la ciudad. Las nuevas rutinas incluyen aprovechar las zonas verdes para lecturas, paseos en bicicleta y encuentros comunitarios que no estén dictados por la urgencia del reloj.
El interés por una vida urbana con menos prisa abre preguntas de diseño y gobernanza: ¿cómo se prioriza el espacio público?, ¿qué papel juegan los horarios comerciales y culturales? Ciudades que fomentan la caminabilidad, la bicicleta y los encuentros locales crean condiciones donde el tiempo lento es una opción viable y atractiva para sus habitantes.
Tiempo lento con los colombianos: cómo el slow living transforma el trabajo, el turismo y la vida urbana

En turismo, Colombia se posiciona como un escenario ideal para el slow travel: experiencias que privilegian el contacto genuino con comunidades, la gastronomía local y la inmersión en paisajes sin itinerarios hipóperprogramados. Artículos y reportajes sobre destinos que invitan a desacelerar, del Pacífico al Eje Cafetero, muestran que tanto viajeros nacionales como extranjeros buscan estancias más largas y menos frenéticas, y que operadores turísticos adaptan sus ofertas en consecuencia
Ese tipo de turismo tiene efectos colaterales positivos: fomenta cadenas de valor locales, prolonga la estancia promedio y, en muchos casos, contribuye a prácticas de conservación y respeto cultural. Al mismo tiempo, plantea retos: cómo articular movilidad, alojamiento y gestión de visitantes sin mercantilizar ni sobrecargar comunidades frágiles.
Lea también: A qué hora la Selección Colombia hoy: hubo cambio de último momento