Ha llegado el momento de que las nuevas generaciones asuman un papel protagónico en la transformación política. Durante décadas, hemos normalizado prácticas que han deteriorado la confianza ciudadana: el clientelismo, la burocracia excesiva y la desconexión entre las instituciones y las necesidades reales de la gente. Es hora de romper con esas dinámicas y avanzar hacia un modelo que ponga en el centro la transparencia, la participación y la innovación social.
Los jóvenes tenemos la energía, la creatividad y la disposición para impulsar esta transición. Nuestra mirada no está condicionada por inercias del pasado, sino orientada hacia un futuro donde la política sea un espacio de servicio, no de privilegios. Queremos que nuestra ciudad y nuestro país se reconcilien con la idea de que la gestión pública puede ser eficiente, ética y cercana.
Por supuesto, esto no implica desconocer el valor de la experiencia. La construcción de políticas públicas requiere conocimiento técnico y trayectoria, pero también una dosis renovadora que permita repensar el rumbo. Cada día más jóvenes desean ser parte activa de los procesos de decisión, aprender de quienes tienen recorrido y, al mismo tiempo, aportar nuevas formas de entender los problemas y proponer soluciones.
El reto es grande: reconstruir la confianza, cerrar brechas sociales y generar oportunidades. Para lograrlo, necesitamos liderazgos que comprendan que la política no puede seguir siendo una maquinaria de favores, sino un instrumento para el bienestar colectivo. Esa es la apuesta: sumar talento joven, con vocación de servicio y capacidad de diálogo, para sanar heridas históricas y construir un país más justo, abierto y preparado para los desafíos del siglo XXI.
Por: Juan Nicolás Pérez Torres – @nicolas_perez09
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