Estamos en tal punto de toxicidad, que los valores básicos de toda sociedad como la confianza, el respeto y la tolerancia se han echado a perder, por lo que nos queda conformarnos con la mera relación de conveniencia y momento.
Por: Andrés Felipe Gaviria
Es fácil recordar y más si se habla con abuelos, cómo se hacían en años atrás los negocios, las organizaciones, proyectos, entre otros; incluso, el cómo evolucionaba una familia tradicional con el paso del tiempo, y qué era lo realmente significante y valioso. Antes la palabra tenía un valor real, el honor era una prenda que se quería mantener a como diera lugar, la reputación era conservada, y por lo menos se mantenían unas buenas prácticas en general, que permitían una cierta armonía entre las personas. Claro, ningún tiempo ha sido perfecto, pero seguramente era mejor que lo que tenemos hoy.
Aunque siempre la diferencia de clases ha existido, el elitismo y la inequidad, en épocas de antaño todavía se valoraban a las personas por lo que eran, por lo que hacían y por cómo aportaban en la vida cotidiana al bienestar general. Los males en la sociedad siempre han estado y sería un exabrupto negarlo, pero esto ha empeorado con los años. Uno de los puntos centrales de este tema es que hemos pasado de una sociedad de confianza a una sociedad de la sospecha y juzgamiento. Por lo menos antes se respetaba la vida personal, los problemas se arreglaban en casa y nadie tenía por que interferir. Ahora con redes sociales hemos abierto a todos nuestra vida, problemas, relaciones, intereses, gustos, etc. Somos como un producto fácilmente identificable; saben qué hacemos, qué queremos y a dónde vamos.
Se puede sentir como se respira veneno en los restaurantes, cafés, conciertos y hasta en una iglesia. La desconfianza se ha apoderado de todos, hay que reconocer que la ilegalidad en la sociedad actual también tiene gran culpa, ya hasta da temor decir la hora a alguien o enseñar una dirección. Se volvió paisaje escuchar madrazos entre buseros, motociclistas, particulares y taxistas. La violencia intrafamiliar en aumento; el bullying en los colegios aumenta como espuma de cerveza y nadie hace nada; las tasas de divorcio van en aumento y cada vez el individualismo va ganando mas terreno. Como lo mencionaba en mi columna pasada, se esta reemplazando la compañía de un ser humano por lo tecnológico y una mascota. Parecemos una sociedad que todos los días tiende a ser menos capaz de coexistir con la diversidad que cada ser humano tiene por naturaleza.
Todos alguna vez hemos sido victimas de montajes, chismes, calumnias y mentiras. Lastimosamente cada vez las peleas personales aumentan más, los enemigos se unen para conspirar y acabar con lo que puedan. En las mismas familias se “tumban” entre ellas peleando por herencias o negocios; los divorcios terminan peleándose hasta por la ultima servilleta y hemos quedado en que se nos convirtió en normal todo lo anterior. Parece que todos los días esta sociedad tiende a autodestruirse, a querer eliminarse, a que todo funcione como cada uno quiere, sin pensar y sin importar lo que piensen o tengan derecho los otros. Qué bueno sería volver al pasado, en el sentido, que desde los núcleos familiares se volviera a la vieja escuela, no solo de enseñar valores y explicarlos, sino inculcarlos. A que las personas no crean en chismes ni mentiras, que primero verifiquen los sucesos, que no se proceda de inmediato a la violencia, sino que se intente a través del sano debate llegar a acuerdos. Que evitemos y eliminemos de una vez por todas ese vicio de juzgar a los demás, de sacar conclusiones a la ligera, de querer dictar que debió hacer el otro, aun sin conocer su camino.