Una reivindicación histórica

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Por: Amylkar Acosta


Este 2 de agosto se develó en el Salón los gobelinos de la Casa de Nariño el óleo con el efigie de Juan José Nieto, figura cimera de la afrocolombianidad. Este es un acto de justicia, porque reivindica a un personaje excepcional del Caribe colombiano ignorado hasta hace muy poco por la historia. Con mi Ponencia ante la Academia Colombiana de Historia, quisimos rescatarlo del olvido y demandamos del Gobierno Nacional este reconocimiento, habida cuenta que en un acto de odiosa discriminación había sido excluido de la galería de los ex presidentes.

Juan José Nieto nació el 24 de junio de 1805 en Baranoa (Atlántico),  ocupó la Presidencia de los Estados Unidos de la Nueva Granada, entre el 25 de enero de 1861 y el 18 de julio del mismo año. Pero antes de ello se desempeñó como Gobernador del Estado de Bolívar, varias veces. Reconocido intelectual, autodidacta, respetable y respetado por sus semejantes, que admiraban en él su afán de superación y su vocación de servicio. Le cabe el mérito a Nieto de ser el autor de las dos primeras novelas publicadas por un colombiano, Rosina e Ingermina.

Fue un hombre luchador y abnegado, que no ahorró esfuerzos para defender y fortalecer la institucionalidad, lo que lo llevó a ser un gran admirador y seguidor del Libertador Francisco de Paula Santander. Juan José Nieto puede considerarse como precursor de la lucha por la autonomía de las regiones frente al Gobierno central. El explicaba en cartas al General Santander por qué era un “federalista por opinión informada y no por caprichos del corazón”, porque él aspiraba “a una forma de gobierno que le abriera espacios y posibilidades eficaces al desarrollo de nuestra provincia”. 150 años después de su muerte (1866), su bandera, su anhelo de que las regiones dejen de ser alfil sin albedrío del centralismo, sigue vigente.

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Desde bien temprano abrazó la causa del naciente radicalismo liberal y la defensa de los artesanos frente al aperturismo comercial de la época, el librecambismo. Fue defensor, como el que más, de los derechos fundamentales de los ciudadanos, especialmente los de los más débiles y vulnerables, quienes veían en él su más autentico y consecuente vocero. En ello era intransigente y nunca dio su brazo a torcer. Se abrió paso a codazos, no se arredró ante las amenazas y persecuciones, se hizo respetar, no se dejó ningunear y quienes lo intentaron se llevaron su sorpresa, con él no pudieron.

Como Gobernador de la Provincia de Cartagena, Juan José Nieto puso en vigor en su jurisdicción la abolición de la esclavitud el 1º de enero de 1851 con estas palabras: “mis hermanos, desde hoy se acabaron los esclavos en la Nueva Granada; y es por eso que los saludo en este día, el más solemne, el más bello que ha tenido la República… es el día en que ha desaparecido para siempre entre nosotros el odioso título de señor y de esclavo, y que ninguno de nuestros hermanos llevará más colgada de su cuello la poderosa y negra cadena de la servidumbre”. Ese fue el talante de Nieto.

Juan José Nieto fue uno de los forjadores de nuestra institucionalidad apenas en ciernes, al lado de personajes de la talla de Rafael Núñez, José Hilario López, José Ignacio de Márquez, Pedro Alcántara Herrán, José María Obando, Manuel Morillo Toro y Tomás Cipriano de Mosquera, entre otros. Con este último su relación fue tormentosa y la rivalidad entre los dos fue la constante. Con Núñez tuvo al comienzo una relación cordial, fue, además, su colaborador en una primera etapa, pero después se distanció de Nieto y se alineó al lado de Mosquera cuando la confrontación de este con Nieto se tornó antagónica. Su enfrentamiento con Mosquera llegó a su clímax en la Convención de Rionegro, presidida por él, quien en su discurso de instalación se refirió a Nieto en términos desafiantes.

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Si algo lo distinguió en las múltiples batallas que debió librar, por fuerza de las circunstancias, fue el temple en la lucha feral y la templanza a la hora del triunfo. Entre ellas se destaca su participación en la Guerra de los Supremos en 1839, la primera conflagración intestina de gran envergadura después de la independencia. El, al igual que Miguel de Cervantes Saavedra, el Manco de Lepanto, alternó la pluma con la espada, pues por aquellos tiempos de bárbaras naciones, en las que proliferaron las guerras civiles, les tocó recurrir a las armas para defender sus ideas, ya fuera desde la institucionalidad amenazada por los contrarios o para hacerse a ella para reivindicarlas.

Retirado a la vida privada, Nieto murió en Cartagena el 16 de julio de 1866. Sus exequias tuvieron lugar en la Catedral y sus despojos mortales fueron sepultados en el cementerio de Manga, un barrio de Cartagena, en donde yace y por disposición de la Asamblea Legislativa de Bolívar (22 de octubre de 1866) se le erigió un Mausoleo en su honor, con su retrato labrado en piedra y una loza de mármol, con una dedicatoria, a manera de epitafio, que a la letra dice: “al incontrastable republicano”. Y allí está este altar de la patria, erigido en honor a este hombre grande, adelantado de su época y esclarecido exponente de su raza negra.

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