Querer no es lo mismo que poder

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A Colombia no le queda opción diferente a seguir apostándole al petróleo.


Por: Redacción 360 Radio

Veo a los seguidores de la #ColombiaHumana muy activos en su cruzada de acabar con la industria petrolera de Colombia. Uno de estos activistas recientemente recordó en Twitter los comentarios que hizo el gurú del desarrollo económico, Michael Porter, profesor de la Universidad de Harvard, hace unos años en Colombia. Porter argumentó en esa visita que lo peor que le podría pasar a Colombia hoy en día sería encontrar más petróleo.

El comentario del profesor Porter está relacionado con lo que la literatura económica denomina “la maldición del petróleo” (the oil curse). Porter se refirió en esa ocasión a las experiencias de Venezuela y Arabia Saudita.
Porter está equivocado.

Para comenzar, es cierto que Venezuela y Arabia Saudita demuestran los riesgos que implica tener mucho petróleo, pues estos países están muy lejos de poder argumentar que lograron alcanzar altos niveles de desarrollo humano.

Pero Noruega y Canadá también demuestran que la situación puede ser completamente diferente, si los países hacen las cosas bien, y si las respectivas sociedades no dejan que sus ciudadanos se conviertan en “marmotas” que solo exigen que el estado paternalista les regale todo.

Obviamente sería increíble que Colombia pudiera llegar a ser una potencia en algo diferente al petróleo. ¿Se imaginan que Apple decidiera mañana que va a ensamblar el futuro IPhone X en Mosquera? ¿Se imaginan la cantidad de empleo que eso generaría? Pero seamos realistas, Colombia está lejos de tener una infraestructura de educación y física que le dé la opción de volverse una potencia en manufactura de alta precisión.

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Es mucho más pragmático tratar de explorar las oportunidades que tiene Colombia para desarrollar la agroindustria y la industria tradicional.

¿Ahora, qué se necesita para que el país se vuelva una potencia agroindustrial? Pues, entre otras cosas, que el país acepte que el camino a seguir es el latifundismo, de la mano de altísimas inversiones en capital, pues Colombia es mucho menos competitiva que Australia, Argentina, Brasil, o EE.UU. en agroindustria.

Y después de analizar la plataforma política de candidatos como Gustavo Petro, creo imposible pensar que podamos llegar a ese consenso nacional al respecto (lo último que quiere oír hoy el colombiano es la posibilidad de que la tierra se concentre más).

Por el lado de la manufactura la cosa es igual. La población está demandando que el país retroceda en la legislación laboral, cuando la contratación formal era aún más cara de lo que es hoy en día. Un industrial amigo que tiene plantas en Colombia y México me decía recientemente, “Alberto, te cuento que la cuestión laboral en Colombia, comparado con México, es una locura. Y eso que México ya para de por sí es terrible…”.

Es ilógico pensar que Colombia le va a poder quitar industria a México mientras las condiciones de contratación y de impuestos sean tan poco competitivas.

A Colombia no le queda opción diferente a seguir apostándole al petróleo, por lo menos hasta que la clase política, y el pueblo en general, logren entender que la competencia mundial por capital productivo y empresas generadoras de empleo es inmensa.

Mejor dicho, Colombia tendrá que seguir dependiendo del petróleo y la minería mientras el colombiano del común siga pensando que la empresa le debe a él su bienestar, y no que él le debe a la empresa su bienestar. Mejor dicho, hasta que nos volvamos Singapur.

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