¿Cuántos más tienen que morir?

Hombres, soldados, policías y civiles están siendo masacrados en más de cinco departamentos del país, donde la violencia se reproduce a diario y las Fuerzas Armadas parecen impotentes.

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Desde siempre, en nuestra línea editorial hemos defendido —y lo seguiremos haciendo— a las Fuerzas Armadas de Colombia. Hoy más que nunca reafirmamos ese respaldo, cuando están siendo asesinadas, torturadas, secuestradas por criminales de todas las calañas, de todas las supuestas ideologías. No existe nada más falso que creer que aún quedan grupos ideológicos alzados en armas; en Colombia lo que tenemos son múltiples organizaciones narcoterroristas, en su mayoría de carácter transnacional.

Aquí ya no hay causas políticas ni luchas sociales genuinas. Y quien no lo quiera ver, sinceramente, nos genera muchas sospechas, y lo decimos con total contundencia. Apostarle en Colombia a nuevos procesos de paz, diálogos, treguas o ceses al fuego es un completo fracaso. No hay nada más perjudicial que seguir cediendo terreno a estos criminales, quienes avanzan de manera decidida, fortalecidos económica y militarmente, mejor armados incluso que nuestras propias fuerzas militares colombianas.

Con el nombramiento de Pedro Sánchez como ministro de Defensa —nombramiento que respaldamos— creímos que el Gobierno reconocía, aunque no públicamente, el fracaso de la mal llamada «paz total». Pudo haber sido una política bien intencionada, pero ni Sánchez ni ningún otro ministro podrán alcanzar acuerdos con los actuales grupos terroristas que operan en Colombia. La razón es simple: son narcotraficantes, y jamás renunciarán al negocio que les da poder, dinero y armas para seguir asesinando colombianos.

Confiamos en que las cosas cambiarían, y hubo señales positivas: algunos bombardeos, neutralizaciones importantes y un tímido regreso de la Fuerza Pública a zonas abandonadas durante dos años y medio. Esta actual escalada terrorista es, en parte, una respuesta a esos golpes. El problema es que atacamos tarde, sin estar preparados para la reacción violenta que siguió.

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Además, errores garrafales como el cese al fuego con alias «Calarcá» —recapturado en Antioquia y puesto en libertad por presión del impresentable Comisionado de Paz, Otty Patiño— demuestran que el sabotaje a la seguridad viene desde adentro. La cacería contra Iván Cortés, que el ministro Sánchez lidera con coraje, también enfrenta obstáculos injustificables por parte del mismo Comisionado, quien aún sueña con acuerdos de paz imposibles con bandidos de guerra.

Sabemos que la situación para el ministro de Defensa es sumamente compleja, pero lo alentamos a cumplir sin dilación su deber constitucional. Que recuerde que él fue un uniformado, y que hoy sus hombres caen bajo las balas criminales. Y si llegado el caso no le permiten ejercer su labor de proteger la soberanía, que lo diga abiertamente y se retire con dignidad.

A la población en zonas de conflicto: entendemos que muchos están siendo acosados, amenazados, extorsionados para expulsar a la Fuerza Pública o servir de escudos humanos. Sabemos de estas mañas criminales, pero les pedimos que, hasta donde puedan, resistan y cooperen con las autoridades. La única manera de acabar con esta barbarie es enfrentándolos, sin concesiones.

Nuestra solidaridad con los policías y soldados acribillados en los últimos días como: el Sargento Viceprimero Darwin Pérez Sánchez y los soldados profesionales Jairo Arteaga Estrada, Anderson Steven Bohórquez Ospina, Juan David González Fernández, Carlos Andrés Pushaina Pushaina y Moisés David Cuadros Ruiz. Extendemos nuestro dolor y respeto a sus familias. Sabemos que, en esta Colombia acostumbrada a la impunidad, su sacrificio podría quedar sin justicia, pero tengan certeza de que la mayoría de los colombianos de bien los honra y los respalda.

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A quienes hoy combaten en montañas, caseríos y municipios: policías, soldados, que Dios los bendiga y los proteja. Que su valentía y su inteligencia suplan la grave ausencia de inteligencia estatal. No duden, ni un segundo, en defenderse y neutralizar a quien busque destruir la patria. A los criminales no se les puede dar tregua: para ellos la cárcel o los hospitales son premios. La misión es clara: actuar como una fuerza letal, como lo ordena su mandato constitucional.

Neutralicen, derroten, protejan. Colombia depende de ustedes.

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