Democracia, entre la indiferencia y la corrupción

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En este orden de ideas es evidente que en Colombia nos enfrentamos a una crisis de democracia real, un deterioro de la cultura ciudadana y una ausencia del voto consciente.


“La política vista desde la democracia, es la ciencia de gobernar un Estado o Nación siguiendo la voluntad del pueblo; además, es relativa al ordenamiento de los asuntos ciudadanos; es la forma ideológica de un representante.” (William Vanegas)

En ella el ciudadano a través del voto y con el resultado de las mayorías delegan el poder en sus representantes (presidente, gobernadores, alcaldes, congresistas, diputados, concejales y JAL), para brindar garantías y mejorar la calidad de vida de toda la población.

En Colombia lastimosa y paradójicamente, no se cumple que las mayorías son quienes eligen a los representantes, ya que por muchos años han sido las minorías quienes han venido imponiendo su voluntad, a costa de la precaria participación ciudadana. Hay una excepción a lo planteado, que se dio en las elecciones presidenciales del año 2018, donde el país evidenció una mayor participación, con una cifra atípica de abstencionismo del 47% explicada posiblemente por la marcada polarización que se generó con los dos candidatos del momento, representados en la dicotomía odio-temor que movilizó a los ciudadanos a las urnas. Sin embargo, en ese mismo año, el abstencionismo mantuvo una constante en las elecciones de Congreso alcanzando el 51%.

La victoria de las elites políticas tradicionales la podemos evidenciar históricamente en los años 2002, 2006, 2010 y 2014, cuando el abstencionismo en nuestro país superó en promedio el 53%; es decir, tan sólo el 47% de los sufragantes, han sido los determinantes para elegir a nuestros representantes. Indudablemente el voto de las minorías ha sido un voto categorizado en dos grandes tópicos: El voto programático (de opinión y/o consciente) y el voto clientelista (compra de votos, falsas promesas, fraude electoral, y demás).

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En este orden de ideas es evidente que en Colombia nos enfrentamos a una crisis de democracia real, un deterioro de la cultura ciudadana y una ausencia del voto consciente. Consecuencia, sin lugar a dudas, a la falta de confianza en la clase política y en las instituciones públicas, protagonistas de conductas perversas y abuso de poder, evidenciados en casos como el proceso ocho mil, los falsos positivos, la Yidispolica, el carrusel de la contratación, Odebrecht, cartel de la toga, la parapolítica, Cafesalud, Reficar, la reciente Ñeñepolítica y para acabar de ajustar los “31 congresistas que están en manos de la Corte Suprema de justicia”, y muchos más escándalos que enlodan a muchos políticos y partidos de este país.

Algunos se preguntarán, ¿por qué este tema en tiempos donde todavía faltan más de 18 meses para elegir un nuevo congreso y presidente? la respuesta es sencilla; porque estamos a tiempo de despertar y entender que el voto útil y la educación es la forma más efectiva de atacar la corrupción, de participar sin vender el voto, sin cambiarlo por tejas o mercados; dándole valor cívico a nuestra forma de decidir, y haciéndolo por personas que demuestren academia y experiencia, que además actúen basados en la ética, la eficiencia y transparencia como los principales pilares del servicio público.

Mientras no se rompa el circulo vicioso de desconfianza entre quienes representan las instituciones públicas y lo hacen a través de la codicia, las promesas electorales, y las necesidades de miles de ciudadanos; la democracia estará cada vez más enferma, la brecha de inequidad y el hambre serán cada vez más grandes en nuestro país. Dicho de otra manera, mientras no se rompa este círculo vicioso, la democracia en Colombia seguirá atrapada entre la indiferencia y la corrupción.

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La indiferencia es uno de los peores carcinomas de nuestra sociedad. Nuestra democracia está enferma de indiferencia; ese es el abstencionismo propiciado por la mayoría de la población. Sólo en la medida que le ganemos a la apatía, los casos de corrupción serán menos en el futuro.

La participación política es la garantía para superar el macabro capítulo de la corrupción. No participar es afectar la democracia, y hacerle un daño muy grande a la sociedad. Hoy más que nunca, como diría Platón, “el precio de desentenderse de la política, es ser gobernado por los peores hombres”. No podemos desentendernos de la política, pues de ella se desprenden las condiciones de calidad de vida.

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