Para muchos podría ser una milonga hablar de la importancia de la familia en el proceso formativo de una persona, incluso, estaría de acuerdo con quienes afirman que tener padre y madre no es garantía de recibir una adecuada formación de valores. Somos lo que hacemos, no lo que decimos, y hoy padecemos consecuencias negativas respecto a una carencia de valores.
Por: Andrés Gaviria Cano
Entender el todo de un país como un conjunto de derechos y no de deberes en donde cientos de personas han centrado sus problemas, quejas, dolores, fracasos y miedos, haciendo ver culpable al mundo exterior, creyendo que les deben algo y exigir a diestra y siniestra derechos sin mirar ni siquiera por error los deberes que también deberían cumplir, ha hecho que entremos en un bucle tóxico en el que se ha construido una sociedad negativa, pesimista y agresiva.
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La vida no es perfecta, el mundo tampoco, ni ninguno de nosotros, por lo que es utópico y díscolo pensar en alcanzar la perfección en un Gobierno, en la familia, y en la vida en general. Ningún Gobierno o presidente tendrá la varita mágica para solucionar los problemas de una sociedad si realmente el cambio no nace en cada uno de nosotros, por más que parezca una frase trillada y cliché, es la realidad, se sigue repitiendo porque no se cumple, ya que la gente no lo hace porque insisten en buscar las respuestas que tienen dentro y culpan a los de afuera por sus fracasos y errores sin ver qué es lo que hacen.
Todo esto es una clara falta de valores, principios y convicciones porque estas últimas son las que forjan al ser humano y las que determinan una hoja de ruta clara, directa, sin vacilación, con objetivos, coherencia y consecuencias en las palabras, acciones y sentimientos. Las convicciones llevan al ser humano a ser leal, respetar a los demás, ser tolerante y desde luego, permiten vivir el mundo como es y no como lo ven.
Los valores enseñan los límites trazados entre cada ser humano y que los derechos empiezan en una línea y terminan en otra. Ejercerlos no tiene por qué violentar los de los demás. Si todos tuviésemos eso claro, en una sociedad de tolerancia, comunicación, respeto y reciprocidad en materia de convivencia, tendríamos un mejor mundo y mejores personas.
En Colombia lo que se ha visto en estos días críticos es una falta de valores en muchos jóvenes que han salido a destruir el patrimonio público, que va desde un semáforo, una escultura, avisos de pare, senderos peatonales, teléfonos públicos, entre otros. Parecen animales rabiosos y desaforados atacando todo lo que ven en la vía, como si fueran perros persiguiendo carros, lo que nos lleva a cuestionar, qué le hizo un semáforo a ese joven, en qué lo afecta un teléfono público o por qué violentar el transporte público, ya que parece que no piensan que están acabando con el patrimonio que su familia podría usar, en el que mañana tendrían que dar vueltas para llegar a una cita médica o a su lugar de trabajo, simplemente porque está destruido.
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Se trata de una absoluta falta de conciencia. Falta de racionalidad y nos lleva a preguntarnos, qué clase de educación recibieron, qué tipo de valores les enseñaron. Está bien decir que la protesta pacífica se respeta, es válida y constitucional, claro, todas las protestas son válidas de forma pacífica, pero cuando hay vandalismo o terrorismo urbano, hay que revisar qué está pasando como sociedad. Hay muchos de ellos que lastimosamente han optado por el camino de las drogas y antes de cometer estos desmanes consumen alucinógenos y salen eufóricos a destruir lo que ven a su paso sin darse cuenta de las consecuencias.
Los enfrentamientos con personas mayores, con la autoridad, agravios lanzados a las personas y peor aún, la destrucción de su país que es su hogar sin calcular el daño que hacen, no solamente con la imagen del país a nivel internacional – que es gravísimo porque ya pasamos por eso – sino las secuelas económicas, sociales y políticas que deja. Si se pudiera calificar en menos de cero – siendo cero el número más bajo – esa sería la puntuación, porque destruir y acabar con todo de un plumazo es relativamente fácil, pero reconstruir y ponerse de pie desde muy abajo e intentar resurgir, no lo es.
Colombia ha resurgido en los últimos 25 años en muchas ocasiones, porque nunca ha tenido un día en paz, todo ha sido una aventura y el país ha estado de guerra en guerra, conflicto en conflicto, crisis en crisis y no hemos tenido por lo menos 10 años de tranquilidad. Eso que nos hace fuertes, resilientes y capaces de regenerarnos y transformarnos a partir del dolor, también cansa, pues genera inestabilidad e inseguridad.
En el país las cosas no van bien y tenemos un gobierno falto de carácter y liderazgo, pero la pandemia no es su culpa, es responsabilidad de un país que esparció el virus por el mundo, generando consecuencias negativas en todas las naciones, menos en la de ellos.
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En Colombia la pandemia ha exacerbado lo que venía mal y lo que irresponsablemente nunca se atendió o se hizo a medias, pero el camino no puede ser destruir. El camino debe ser que entre todos levantemos el país y rememos hacia el mismo puerto, porque lo que tenemos hoy a nadie va a salvar ni ayudar, por el contrario, son muy pocos los que se van a salvar y la mayoría naufragará. El país estará cerca, nuevamente, de ser declarado un Estado fallido donde volvamos a los años 99 y 2.000, donde era un paria mundial, pues hay un líder político y jóvenes desadaptados que nos quieren llevar a eso.