La tormenta pasará

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Por: Alejandro Eder

A primera vista, el 2020 pasará para muchos, como un año para olvidar. No solo azotó al mundo una pandemia que a finales de noviembre había dejado millón y medio de muertos, sino que vino acompañada de una crisis económica sin precedentes que dejó a millones de personas por todo el planeta sin empleo, como efecto de los aislamientos preventivos ordenados al inicio del año. Difícil pensar que un año con tantas dificultades tenga cosas buenas que rescatar, pero las hay.

Sin lugar a dudas, y aunque fue solo por algunas semanas, quizá dos meses, el medio ambiente descansó. Los aviones se escurrieron de los cielos, y los carros y camiones todos aparcaron. Eso permitió, no solo que respiráramos más fresco, sino también que se relajara la flora y la fauna que viven constantemente apretadas por la actividad humana, y que llenaran espacios que hace mucho – siglos quizá – no ocupaban.

Vimos al inicio de la pandemia un despertar de solidaridad que no sentíamos los colombianos hace mucho rato. Muchas iniciativas públicas y privadas para prever de mercados a las familias más necesitadas, y un esfuerzo sin precedentes para dotar y preparar la red hospitalaria ante el golpe del covid-19, en efecto, recuperar en meses el daño a la salud de años de corrupción.

A nivel global, vivimos también un reordenamiento geopolítico que ha acelerado el desacoplamiento comercial entre Estados Unidos y China. Ese fenómeno, sin lugar a duda, generará una oportunidad para el desarrollo industrial de Colombia no vista desde la creación de la Comunidad Andina, pues decenas de empresas estadounidenses están abandonando China para relocalizarse más cerca de las costas americanas. Colombia, es un destino óptimo para que llegue esa inversión, y hay que reconocer los esfuerzos que se vienen haciendo desde lo nacional para lograrlo.

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En el caso personal, sin lugar a duda, lo más especial ha sido poder recuperar el tiempo perdido con mi familia. Esa es una de las grandes cosas que la pandemia ha dejado: el retorno al entorno familiar. Antes de la pandemia, mi ritmo de vida era agitado y mis exigencias profesionales no me permitían estar de corrido en casa. Todo el año pasado ese ritmo fue más exigente aún, pues estaba haciendo campaña a la Alcaldía de Cali y pasaba 18 horas al día en la calle. En febrero de 2019 nació mi primera hija, Alicia, y ese ritmo no permitió que yo pasara suficiente tiempo con ella durante los primeros 8 meses de su vida. Sin embargo, el 2020 ha sido un año para estar guardado en casa, pasar al lado de mi esposa, para gozar y conocer verdaderamente a mi Alicia, y para recibir en agosto – en pleno pico de la pandemia- a Antonio, nuestro segundo bebé.

Lo cierto es que la oportunidad de estar más en familia, más cerca de las cosas que verdaderamente importan en la vida, es algo que millones de colombianos hemos podido disfrutar. Sin embargo, no podemos olvidar que muchos millones más han visto sus sueños y sus destinos derrumbarse. Miles de familias han enterrado a abuelos, hijos, hermanas, madres, que cayeron víctimas del covid-19. Los colombianos más pobres han debido soportar una ausencia de oportunidades sin precedente, y sus hijos han perdido la esperanza de poderse educar como es. Otros, de la clase media emergente que aún es demasiado frágil en Colombia, por causa de la ausencia de una red de solidaridad social lo suficientemente amplia, han visto sus sueños esfumarse; ojalá solo de manera temporal.

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No permitamos que este 2020 confuso y lleno de dolor nos deje olvidar que siempre hay oportunidades y bendiciones que debemos de aprovechar y valorar. Ni que, quienes hemos sido más afortunados, olvidemos la obligación de tender la mano a los compatriotas que no, y que ayudemos a recoger a Colombia para que salgamos más fuertes cuando ya pase la tormenta.

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