A Miguel Uribe le dispararon a mansalva, por la espalda. Desde luego, solicitó el refuerzo de su esquema de seguridad y algunos acompañamientos adicionales, pero esto fue denegado por la burocracia, por esa entidad ineficiente y profundamente cuestionada que es la Unidad Nacional de Protección (UNP). Esa es la primera falla.
Cuando el presidente Gustavo Petro afirma que los primeros en ser investigados deben ser los escoltas, nosotros agregamos que, en esa misma línea, también debe investigarse a la UNP y, de ser necesario, a la Policía Nacional, entendiendo que ambas entidades tenían la obligación directa de proteger su integridad.
Miguel Uribe, irónicamente, y a pesar de lo que muchos malinterpretan en redes sociales, no es un político extremista. Cuando recibió los infames impactos de una pistola Glock, un arma que no está al alcance de la delincuencia común, estaba hablando de salud mental y venía de intervenir sobre las personas con discapacidad.
No era, en ese momento ni en general, un político que se destacara por discursos de odio, estigmatización, rabia o división. Al contrario: la última vez que lo escuchamos fue en Cartagena, durante el Congreso de Sobancal, cerrando su intervención con un llamado a la unidad y al trabajo por un país donde, según él, la mayoría de los colombianos son buenos y quieren hacer las cosas bien.
Miguel Uribe es hijo de la violencia. A la misma edad que hoy tiene su hijo Alejandro, perdió a su madre a manos del terrorismo, del miserable criminal que muchos aún admiran en Colombia y en el mundo: Pablo Escobar Gaviria. Esa escoria, la peor que ha parido esta tierra, sigue generando consecuencias en nuestra sociedad, incluso 25 años después. Lo vemos en los niños convertidos en sicarios, como en esta ocasión.
Y aquí llegamos al punto central: ¿quién disparó? No vamos a ser políticamente correctos. Lo decimos con toda contundencia: el sujeto de 15 años es un criminal, un asesino, un delincuente. Si cometió un delito de adultos contra un adulto, debe responder como tal. La rapidez, la destreza y la forma en que desenfundó su arma no son las de un novato. Y su miserable excusa, que lo hizo por su familia y por dinero, jamás puede justificarse, como lo han intentado hacer cientos en redes sociales, lamentando que este “pobre niño confundido”, que aún tiene gol de bebé, haya disparado.
No se le puede justificar. No se le puede proteger ni romantizar. Y mucho menos intentar entender el crimen antes de aplicar justicia. Estamos totalmente en desacuerdo con semejante aberración. Esa narrativa que embellece al criminal es la que ha llevado a Colombia a navegar en mares de sangre, siempre buscando una excusa para quienes delinquen.
Miles de niños y adolescentes en Colombia hoy no tienen para comer tres veces al día, ni para transportarse, ni para comprarse unos zapatos. Pero eso no los convierte automáticamente en asesinos, extorsionistas o secuestradores. Justificar el crimen no habla bien de quien lo hace; habla de una sociedad enferma. La criminalidad, el terrorismo y la impunidad avanzan cuando las sociedades son indulgentes con ellos. Y ya hemos visto las consecuencias de eso en nuestro país.
Este criminal debe ir a la cárcel. Debe responder por sus actos. Su edad no puede ni debe ser un argumento para recibir consideraciones especiales. Esa norma tiene que cambiar en Colombia, porque el mensaje que se les está dando a los jóvenes es que tienen vía libre para violar todo el Código Penal, con la certeza de que siempre habrá abogados dispuestos a defenderlos para que no respondan por sus actos.
Muchos en redes sociales dicen que quisieran llevárselos a casa, adoptarlos, corregirlos y enseñarles valores. Pero eso no es real. Son discursos demagógicos, irresponsables, que solo generan más violencia e impunidad.
Miguel, con el favor de Dios y la pericia de grandes cirujanos y médicos, podrá salir adelante. Está en nuestras oraciones, al igual que su familia. Siempre fue deferente con esta casa periodística, respetó el ejercicio del periodismo y ha sido un político honorable.
Colombia merece y necesita que Miguel Uribe viva. No podemos darnos el lujo de perder a personas como él, y menos en los momentos que atraviesa hoy el país.
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