Por: Alberto J. Bernal-León
Una de las cosas que más me llamó la atención de mi reciente visita a Rusia fue caer en la cuenta del impresionante nivel de nostalgia que existe entre muchos ciudadanos de ese país para con la difunta Unión Soviética. Dos de los guías que tuvimos mi esposa y yo durante nuestra visita conversaban largo y tendido sobre los años dorados de la extinta Unión Soviética. Recuerdos de la era de las conquistas espaciales y de la capacidad que tuvo el imperio soviético de mantener alineada la geopolítica en una cacofonía de países pequeños de Eurasia por tanto tiempo.
A la pregunta obligada que le hice a ambos guías de por qué razón había colapsado el comunismo, ambos individuos, ambos ya mayores, me dieron la misma respuesta: la inmensa corrupción de los líderes políticos de la revolución. A la contra pregunta obligada mía sobre las falencias del sistema y la posible contribución que estas tuvieron en el colapso del sistema, la respuesta fue la esperada: “apreciado turista, el colectivismo es bello, es humano, es espiritual. El problema no es el sistema, el problema es la corrupción”.
Es claro que una gran parte de la población de Rusia, y de la población mundial, para ser sinceros, continúa siendo una romántica del comunismo, de la idea de que la propiedad colectiva asegura que el mundo sea justo. Para los románticos del comunismo la pregunta sobre el pecado original del comunismo, que viene siendo la incapacidad de este sistema económico de priorizar los incentivos individuales, es una pregunta falaz. Los románticos del comunismo no logran entender que cuando los incentivos no existen, el resultado no puede ser el esperado. Los románticos no entienden que cuando todo es de todos, nada es de nadie, y nadie se va a esforzar por sacar adelante un proyecto que es de todos, o sea, de nadie.
Considero que el comunismo si es el sistema social más justo en el papel. La utopía de que todos podemos ser iguales y podemos tener lo mismo suena muy romántica, aún para un neoliberal declarado como yo. Pero es que el punto no es ese; el punto es que la evidencia demuestra, inequívocamente, que el colectivismo NO funciona. Como siempre argumento yo en mis conferencias, hay una gran diferencia entre querer y poder hacer algo. Yo quiero ser ciclista profesional y ganarme el tour de Francia, pero no puedo, porque simplemente no tengo las capacidades físicas para lograrlo. El comunismo nunca va a funcionar porque los humanos somos diferentes, y el comunismo asume, por definición, que todos somos iguales.
Lo más grave de todo esto es que según las últimas encuestas que he leído al respecto, las juventudes a nivel mundial cada día se están tornando más anticapitalistas. Hay un dicho famoso que dice que el que no es socialista cuando joven no tiene corazón, y el que no es capitalista cuando madura, no tiene cerebro. Ese dicho es muy cierto, al menos esa ha sido la evolución ideológica que he tenido en mi vida. Pero el punto, sin embargo, es que siento que la llama demagógica de los jóvenes actuales se está tornando más intensa, y eso es un problema inmenso para este mundo que cada día se polariza más. Solo piensen en el caso de EE.UU. La reacción lógica del pueblo de Estados Unidos en 2020 una vez termine la presidencia el señor Trump, muy seguramente va a ser elegir la antítesis de Trump. Y la antítesis de Trump es Elizabeth Warren o Bernie Sanders, que para ponerlo en comparación, son la versión norteamericana de Piedad Córdoba y de Gustavo Petro.