¿Cuántas veces más en el deporte colombiano?

Cada vez que nuestros deportistas no logran el oro, celebramos el esfuerzo con elogios vacíos. La cultura del “intento” ha hecho que aceptemos los segundos y terceros puestos como logros, en lugar de aspirar a ser los mejores.

¿Cuántas veces más en el deporte colombiano?
Foto: Redes sociales

Todo lo que hacen nuestros deportistas en Colombia es loable. Es digno de admiración, de aplauso. La intención, la voluntad, el amor con el que compiten, la necesidad que los mueve, muchas veces incluso por encima del propio deseo de gloria. Hay que apoyar todas las disciplinas, los semilleros, los gremios, las ligas, el deporte aficionado, el profesional, el juvenil.

Hay que respaldar desde lo público y lo privado. Porque lo que hacen es valiente. Unos van en coche, otros van a pie. Unos tienen acceso a becas, patrocinio, equipos técnicos. Otros deben hacer rifas, colectas, pedir apoyo para poder competir. Y aun así, sacan la cara por el país. Todo eso es cierto, y merece respeto.

Pero también es cierto que ya van dos, tres generaciones que han tenido que ver cómo en la mayoría de disciplinas deportivas en las que Colombia tiene representación, casi siempre somos muy buenos segundos, muy buenos terceros, y en la mayoría de los otros casos… quedamos en el fondo de la tabla o ni clasificamos.

Y ahí empieza la reflexión incómoda.

Porque en Colombia hemos normalizado el conformismo. Nos acostumbramos a decir que “no importa, lo dieron todo”. Que son guerreros, guerreras. Que llegar a semifinales ya es un triunfo. Que quedar cuartos es digno. Que hacer un buen papel es suficiente. Pero lo cierto es que nadie, en la historia, recuerda a los segundos. Se recuerda a los campeones. Y si hay algo que le ha faltado a Colombia, no es talento: es mentalidad. Una mentalidad más competitiva, más agresiva, más exigente, más enfocada en ganar, en superarse, en creérsela.

En este país hemos idealizado la derrota digna. Aplaudimos el casi. Nos enamoramos del “por poco”. Nos volvimos expertos en justificar por qué no ganamos, en romantizar la escasez, en aceptar como “normal” lo que no debería serlo.

Y cuando aparece alguien con una mentalidad distinta, con hambre de victoria, con una personalidad desafiante, lo tildamos de arrogante, de creído, de sobrado. Lo marginamos. Lo juzgamos. Lo castigamos. Como ocurrió con Juan Pablo Montoya. Un tipo que, con muy pocos recursos técnicos, le peleó de tú a tú al mejor piloto de su época, Michael Schumacher. Pero para muchos en Colombia, Montoya era insoportable. Por cómo hablaba, por cómo se comportaba, por cómo decía las cosas sin filtro. Porque nos cuesta aceptar que alguien aquí quiera ser el mejor y, sobre todo, que lo diga sin modestias.

Nos hace falta fijarnos más en figuras como Max Verstappen, como Cristiano Ronaldo. Deportistas que viven, piensan y entrenan como campeones. Nos hace falta fijarnos en selecciones como Brasil, Argentina, donde incluso en los peores momentos, todo un país les exige estar en lo más alto. Donde hay una cultura de la victoria.

Aquí no. Aquí preferimos abrazar al que “lo intentó” y soltarle la mano al que “se pasó de creído”.

Y eso se ve reflejado en todos los frentes. En los deportes individuales, en los deportes de conjunto. No es solo una cuestión de resultados: es una mentalidad nacional. Es esa resignación, esa mediocridad generalizada que se nos metió en la cabeza y que nos dice que estar entre los cinco primeros está bien. Que hacer un papel decoroso ya es suficiente. Que competir ya es ganar.

No. Lo que está bien es exigirse. Superarse. Competir contra uno mismo. Dar lo máximo, no para caerle bien a la gente, sino para crecer. Para llegar más lejos. Para transformar.

No se trata de andar diciendo que uno es el mejor a los cuatro vientos, ni de creerse superior. Se trata de demostrarlo en la cancha. En la disciplina. En la constancia. En los resultados y eso es lo que le ha faltado a Colombia.

Porque la mentalidad no es un adorno. Hoy, en cualquier disciplina, la cabeza es un campo de juego tan importante como el cuerpo. Y todos los grandes equipos del mundo lo saben: por eso invierten millones en psicología deportiva, en preparación mental, en trabajo emocional. Porque sin una cabeza fuerte, no hay cuerpo que aguante.

A Colombia le falta trabajar la mente. Y sobre todo, dejar de premiar la mediocridad con aplausos.

Ojalá algún día podamos celebrar campeonatos, no solo esfuerzos. Ojalá algún día dejemos de transmitirle a los jóvenes que ser tercero está bien. Que con quedar cerca basta. Ojalá empecemos a sembrar una cultura de la excelencia. No para convertirnos en un país arrogante, sino en uno que se cree capaz. Que deja de competir para participar y empieza a competir para ganar.

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