El fin de una era

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La exclusión de GE del Dow se debe al muy pobre desempeño de su acción. Pero es una señal que traduce el fin de la era de la manufactura tradicional.


Por: Miguel Gómez Martínez

La empresa que fundaron Thomas Alva Edison y JP Morgan, la que fabrica desde bombillos hasta motores de avión, presidida por Jack Welch y Jeff Immelt, la General Electric, ha salido del índice Dow Jones, que se utiliza para medir el comportamiento de la bolsa de valores en Nueva York.

Esta compañía, uno de los símbolos del capitalismo moderno, formó parte de las doce que hace 108 años fueron incluidas como los mejores indicadores del comportamiento de la economía estadounidense.

La decisión de excluir a GE del índice se debe al muy pobre desempeño del precio de la acción en los últimos dos años. Pero es una señal que traduce el fin de una era, la de la manufactura tradicional. Ya en el 2015, Apple había ocupado el puesto de AT&T, el gigante de las telecomunicaciones. En el 2013, Alcoa, la productora de aluminio, había sido excluida del Dow y en el 2009 le había sucedido lo mismo a General Motors. A General Electric la reemplaza Walgreens Boots, una conocida red de farmacias que ha tenido una sobresaliente expansión en los últimos años.

Durante décadas la General, como se le denomina mundialmente, fue la compañía manufacturera más grande a nivel global, con ventas estimadas en 120.000 millones de dólares, cerca de 300 mil empleados y divisiones que cubrían cientos de sectores de la producción y las finanzas.

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Es cierto que este gigante conglomerado ha tenido desde hace varios años problemas estructurales. Se cometieron errores estratégicos costosos que son difíciles de corregir. Ha intentado reducir los sectores en los cuales participa, saliendo de negocios como los electrodomésticos, las locomotoras y el sector financiero, que fueron símbolos de la marca.

Pero en el fondo lo que está detrás de esta decadencia es lo que el economista austríaco Joseph Schumpeter (1883-1950) denominó “la destrucción creativa”.

La lógica del capitalismo reposa en el poder innovador. Nuevos negocios desplazan a los antiguos que cumplen su ciclo productivo. Le pasó a IBM, Kodak o Blockbuster, que desaparecieron o tuvieron que redefinir su negocio forzados por la realidad de un mundo siempre cambiante.

La General Electric, que fue un símbolo de la revolución del consumo masivo, ha sido desplazada por otros sectores mucho más dinámicos, donde las ganancias son mayores. Las nanotecnologías, las nuevas energías, las proyecciones comerciales de internet, la biotecnología o la salud son áreas en las que las utilidades pueden ser monumentales. La fabricación de bienes ha dejado de ser el motor de la economía mundial. No en vano es Walgreens, una cadena de farmacias que atiende a la creciente población mayor de EE. UU., la que ocupará ahora el puesto de la GE en el Dow.

A los socialistas les cuesta entender la lógica del capitalismo. No quieren aceptar la regla de la innovación. Prefieren la inmovilidad y las conquistas sociales. Se oponen a Uber y Amazon, y quieren mantener el Inpec. Dentro de cada socialista hay un ludita, aquella secta que destruía a martillazos las máquinas pues creían que acabarían con el empleo. Por eso no les gustan los empresarios.

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