EDITORIAL
El Gobierno colombiano jamás podría ser ajeno a una crisis que se desate en el vecino país. Nosotros somos unos de los principales países de esas consecuencias. Colombia en los últimos años ha recibido un importante número de migrantes provenientes del vecino país por cuenta de la precaria situación de calidad de vida que se vive en Venezuela. Los indicadores económicos no pueden ser peores, la situación en el sistema de salud es catastrófica, no hay alimentos disponibles en los supermercados, escasamente los que tienen el carnet de la patria pueden acceder a unas bolsas básicas de comida, y la inseguridad ha controlado cada una de las calles de las ciudades de ese país.
No solamente el Gobierno de Maduro ha propuesto armar a cientos de colectivos chavistas, entregar fusiles a diestra y siniestra, reclutar jóvenes y amedrentar a las personas que no estén de acuerdo con su régimen, sino que ha creado toda una situación hostil para cualquier ciudadano que pretenda mostrar mínimamente un rechazo a su Gobierno o buscar una mejor calidad de vida en otra nación.
La Guardia Nacional Bolivariana, el FAES, el SEBIN, no han tenido ningún inconveniente en disparar en contra de sus mismos ciudadanos, en contra de la Policía colombiana, en adelantar masacres indígenas en la frontera con Brasil. Los muertos en Venezuela se cuentan a diario, pero parece que estos muertos para algunas comunidades, no solamente en Latinoamérica sino en Europa, y para autodenominados pensadores e influyentes académicos no cuentan.
Colombia no ha sido capaz en toda su historia de arreglar problemas como los de el Chocó o La Guajira, pero hoy estamos desgastándonos con una situación que se prolongará hasta el final de los tiempos de seguir así con Venezuela, pues su destino no es otro sino más que ser un Cuba, y Colombia padecerá todas las consecuencias.
No se trata de hacerse el de la vista gorda, y hemos aclarado eso en las líneas iniciales de este editorial. Sí se trata de tener una línea de coherencia, responsabilidad y visión avanzada sobre cómo arreglar esta situación.
Todos los intentos por las vías diplomáticas se han adelantado. El famoso cerco internacional del presidente Duque se ha hecho. Hoy, más de 60 naciones reconocen a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y no como algunos medios de comunicación en Bogotá y Estados Unidos le han llamado: autoproclamado presidente de Venezuela mientras siguen llamando presidente a Nicolás Maduro.
Hoy Nicolás Maduro no es presidente de Venezuela. Es un tirano, un dictador y está usurpando las funciones legítimas que tiene Juan Guaidó, quien está resguardado y sujeto a una Constitución vigente en Venezuela, Maduro no y esa es la realidad.
Estados Unidos ha sido un actor supremamente importante en todo este proceso sin ser uno de los mayores perjudicados, pues aunque tiene temas pendientes con el cartel de droga del Gobierno de Maduro con el cual han metido una cantidad impresionante de cocaína a Estados Unidos y han vendido armas a regímenes tan peligrosos como Irán apoyando sus programas nucleares; también han servido de resguardo para grupos terroristas como Hezbolá, Hamas, Eln y Farc. Se ha tornado una amenaza de seguridad para la región, sus alianzas con Rusia y China y las deudas impagables que tienen con ellos también preocupan a Estados Unidos.
Es muy respetable escuchar o leer a las personas que se manifiestan en contra de una intervención militar. Ellos esgrimen que la cantidad de muertos sería impresionante, y que la sangre de venezolanos y colombianos se derramaría por las calles y solamente traería peores consecuencias, mientras instan a que se hagan todos los esfuerzos diplomáticos que son los ya realizados.
Nadie quiere guerras, nadie quiere sangre, nadie quiere muertos. Seguramente los americanos tampoco quieren poner a sus soldados para una intervención pero viendo lo ocurrido y teniendo lo que hay, no hay otra solución que no sea intervenir militarmente en Venezuela, y cuando hablamos de esta acción no estamos diciendo que hay que entrar a bombardear a cada uno de los Estados de Venezuela, para nada, la guerra ha evolucionado; la tecnología ha permitido al ser humano ganar en precisión y limpieza a la hora de adelantar este tipo de acciones.
Maduro no es un dictador como Sadam Hussein o Muamar el Gadafi; es desechable, casi indigente, y aunque hoy tiene el apoyo de los militares estos están con hambre y por algo han desertado tantos de las diferentes fuerzas de ese régimen.
Estados Unidos, junto con una coalición internacional, fácilmente podría ingresar de manera rápida e inteligente a una hora de la noche para hacer una extracción limpia de Nicolás Maduro y de su cúpula conformada por Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez, Tareck Al Aissami, Jorge Rodríguez, Tarek William Saab y del general Padrino.
Hay completa seguridad que los militares venezolanos serían incapaces de prender un avión Sukhoi para combatir contra los F-16, F-18, F-22, F-35 y el bombardero FB-22 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, o contra sus portaaviones que están desplegados cerca a La Florida.
Acá es cuando la fuerza pesa, acá es cuando hay que tomar decisiones valientes, superiores y responsables con el futuro. Cada día que pasa es una victoria para Maduro y representan problemas para Colombia y toda la región. Las grandes gestas que nunca se pueden olvidar se han hecho gracias al uso de la fuerza cuando es necesario.